La "vida de Don Giussani" en Nueva York. Una presencia, no una teoría

Manhattan, 9 de marzo. La primera de diez presentaciones de la biografía de Giussani en EE.UU. Junto al autor, Alberto Savorana, Margarita Mooney, Anujeet Sareen y Jackie Aldrette
Sebastian Oglethorpe

Un ramo de hortensias blancas dominaba la mesa del escenario en el auditorio iluminado. Detrás, un fondo en relieve de ladrillos rojos se erige bajo la suave luz rojiza del escenario. Nuevos rostros pasan por la entrada del auditorio y ocupan los asientos charlando. Se apagan las luces, una voz comunica el inicio del acto. La gente toma asiento en silencio, con la mirada puesta en las luces del escenario. Dos hombres entran por la izquierda, son los músicos. Empieza Jonathan Fields, rompiendo el denso silencio con su guitarra. Poco después, Ken Genuard regala la conmovedora ejecución de un clásico de Sam Cooke, A Change is Gonna Come.

Ya se ha lanzado el tema: En busca de un camino a seguir. Alberto Savorana sube al escenario junto con la moderadora Jackie Aldrette y los demás ponentes, Margarita Mooney y Anujeet Sareen.

La velada en el Sheen Center de Nueva York es la primera de una serie de diez encuentros en los que consistirá la gira de presentaciones del libro de Savorana The Life of Luigi Giussani. Savorana, periodista y amigo íntimo de don Luigi Giussani, es responsable de las actividades editoriales y director de la oficina de prensa y relaciones públicas del movimiento de Comunión y Liberación. Ha dedicado cinco años a convertir la vida de don Giussani en un libro, una tarea gigante que ha supuesto rastrear y captar la humanidad a la que Giussani consagró su vida. El resultado son 1.500 páginas que relatan todo el impacto que la vida de Luigi Giussani ha generado.

Aldrette abre el diálogo presentando a los ponentes. Empezando por su izquierda, la profesora Mooney, catedrática del Princeton Theological Seminary y fundadora de la Scala Foundation, una fundación sin ánimo de lucro cuyo objetivo es avivar el interés por las artes liberales clásicas. Junto a ella, Sareen, mánager del departamento estratégico de Brandywine Global’s Fixed Income. Ambos centran su intervención en el impacto que el carisma de Giussani ha tenido en su vocación.

La presentación en el Sheen Center de Nueva York (foto de Giulietta Riboldi)

La profesora Mooney interviene primero. Siendo ella educadora, habla de su experiencia en clase a la hora de presentar a sus alumnos The Risk of Education de Giussani.
Uno de los legados que nos dejó Giussani, explica, es la «utilización de términos comunes de una forma no común», algo que llama la atención en dos palabras que se emplean según esta modalidad y que han sido muy importantes para ella en su experiencia educativa: autoridad y tradición. Hay que entender la primera –continúa– como una hipótesis que Giussani sugiere que sea la raíz del descubrimiento. Del mismo modo, la autoridad no debería pretender que el descubrimiento sea algo influenciado o mecánico. Sino que debería consistir en la reencarnación de la tradición en una relación carnal con las personas. Mooney subraya que la cultura americana valora el cumplimiento del individuo y la sensibilidad personal en lugar de la búsqueda de la verdad dentro de una comunidad. Este juicio cultural se hace patente sobre todo en la educación. «La comunidad no es un proyecto político con matices religiosos», afirma. «La comunidad tiene que aspirar a la libertad del hombre». A Giussani no le interesaba una revolución política o religiosa, sino un dinamismo interior que está dentro de cada persona y que empuja hacia el Creador. Su carisma se encarna en su misma persona –su carisma era su misma humanidad–, en una coherencia plena entre palabra y acción, explica la profesora Mooney: «El método educativo de Giussani está basado en su capacidad de despertar la humanidad de la persona, y esto para mí es crucial en la cultura contemporánea». Del mismo modo, concluye, los profesores tienen la obligación de amar la libertad de sus alumnos.

Luego toma la palabra Sareen. «Nunca conocí a Giussani. Lo que sé de él ha llegado hasta mí mediante personas tocadas por él. Veo que él está presente en esas personas y que ha cambiado mi vida por completo». Sareen nació en la India y ha crecido siguiendo la religión sij. Cuando se encontró con Comunión y Liberación no era católico, sin embargo le fascinó la afirmación de Giussani de que el deseo necesita ser educado. «Giussani no nos decía que teníamos que desear algo. Más bien era como si nos dijera: ¿pero yo deseo lo suficiente?». Lo explica: «Mira tu corazón. Tu corazón desea algo infinito». Sareen había empezado a experimentar un asombro y una alegría que no dependían de algo que le tranquilizara o venciera su decepción. Había visto en Giussani una certeza que permitía a aquel cura vivir sin miedo. «Don Giussani no necesitaba encerrarse en un refugio porque había encontrado la presencia de Dios». Tras ese encuentro, la vida de Sareen cambió. Su mirada empezó a dirigirse hacia ese descubrimiento, ensanchándose más allá de sí mismo, tocando hasta a sus hijos. «Les miraba con el mismo interés que ponía en aquel descubrimiento», dice. «Su corazón ahora podía vivir la misma experiencia de encuentro con el misterio que había vivido yo, y esto era un regalo para mí ». El papel de la comunidad en esta búsqueda también ha sido crucial para Sareen porque llega un tiempo en que tus hijos miran a otros en su búsqueda personal. «Podemos vivir nuestra vida intentando protegerles, pero qué diferente es vivir con ellos sin miedo», concluye, reiterando esa libertad original respecto al miedo que le atrajo más de cualquier otra cosa hacia la Iglesia.

Savorana sigue el hilo del diálogo partiendo de la importancia que ha adquirido la humanidad de Giussani para Mooney y Sareen. Y haciendo hincapié en el hecho de que el objetivo de toda la vida de Giussani fuera ser testigo para los que le rodeaban. Savorana relata así que para Giussani «el día más hermoso fue cuando se dio cuenta de que Cristo no era un personaje del pasado… sino alguien presente». Esta constatación despertó en él la conciencia de que, incluso en los momentos de crisis, «el fundamento del ser humano es el mismo para todos», y esta convicción le guiaría a lo largo de la crisis de 1968 en Italia, cuando la mayoría de los estudiantes de GS lo abandonaron para formar parte de los movimientos políticos de izquierda. «Giussani había visto, en un ambiente con una fuerte tradición católica, que la fe no tenía nada que ver con la vida», dice Savorana. «Dedicó toda su vida a la persona, a la persona como individuo, no a la multitud... Quiso dedicar su vida a enseñar a la persona que Cristo no es una idea ni una teoría, sino una presencia». Cuando le piden hablar de la crisis moderna partiendo de la postura de don Giussani en 1968, Savorana explica que Giussani se había dado cuenta de que «lo jóvenes tienen un deseo de auténtico», pero que hacía hincapié sobre todo en el hecho de que la única revolución es la que «Cristo trae a nuestra vida personal». «En 1968, los estudiantes estaban en contra de su propia tradición, por tanto, ¿qué tipo de propuesta era posible?», se pregunta Savorana al término de su intervención. «Algo presente. Presencia es una persona, pero no cualquiera; es la persona que ha cambiado mi vida: Cristo».

Esta presencia que se ha dado a conocer tan claramente en la vida de los ponentes, tan distintos pero misteriosamente unidos, se ha puesto de manifiesto en su forma de hablar libremente, y pensando en este encuentro resulta inevitable compartir las palabras de Savorana: «Si pertenecemos a Cristo, estamos juntos. Es algo totalmente distinto de un proyecto».