El papa Francisco al llegar al pueblo de Wat Roman, en Tailandia

El Papa en Bangkok. «Anclados a Jesús, ese es el secreto de un corazón feliz»

Francisco terminó su visita a Tailandia en una parroquia de la periferia antes de reunirse con los obispos y celebrar la misa con los jóvenes.
Alessandra Stoppa

Benedetta Jongrak Donoran, más conocida simplemente como Tee, procede de una familia budista. «Mi vida se guiaba por esta enseñanza: hacer el bien nos libera y nos asegura el paraíso». Por ello, desde pequeña se preguntaba por qué tenía que venir «Jesús a cargar con las consecuencias de los pecados en nuestro lugar». Un día, cuando tenía quince años, unas monjas la invitaron a la iglesia. «Nada más entrar, vi la estatua de una mujer. No sabía quién era, pero me llamó la atención su belleza y su manera de mirar». Desde entonces, empezó a participar por iniciativa propia en la misa dominical, «atraída por la belleza de aquella mujer. Quería saber más. Así fue como empecé a conocer a la Virgen y a Jesús. Pero no creía que Jesús fuera Dios, me preguntaba cómo podía un hombre eliminar los pecados de otros hombres…».

Tee contó su historia ante el papa Francisco en la parroquia de San Pedro, en el distrito de San Phran. El oro y las joyas de los palacios reales y los templos de Bangkok, con su mezcla entre el gótico europeo, el arte bizantino y un estilo thai, están tan solo a treinta kilómetros, pero en la periferia todo es diferente. Estamos en el pueblo católico de Wat Roman, con su iglesia fundada en 1840 (al principio era de bambú) que hoy es la parroquia más grande del país, donde el Papa arrancó su última jornada en Tailandia, reuniéndose con la Iglesia local.



Francisco subió al altar y rezó unos minutos en silencio ante el tabernáculo, lo que animó a la gente a ponerse de rodillas. Luego escuchó, con la cabeza inclinada, la oración que todos cantaron juntos en tailandés, Por el camino de Tu amor. Antes de dirigirse a los sacerdotes, religiosos, seminaristas y catequistas, escuchó el testimonio de Tee, que hoy tiene 44 años y es postulante en las javerianas, a las que conoció cuando, sin ser todavía cristiana, fue a trabajar en la obra de caridad Casa de los Ángeles. Aquel encuentro con el Evangelio no fue sencillo. Sentía la palabra de Dios como una «hoja afilada en mi corazón. No quería ceder, pero seguir escuchándola era como jugar con fuego. Mi inquietud y mi malestar no dejaban de crecer». Cuando pidió recibir el bautismo, el cura se negó. «La verdad es que no estaba preparada para recibirlo, solo quería sanar el malestar que sentía, pero no estaba pidiendo la misericordia de Dios. La gracia llegó como conversión del corazón. Me dejé vencer por su amor, por su paciencia, que esperaba el regreso de su hija. Nunca habría creído sin experimentar el amor de Dios».

El Papa, después de escucharla, se detuvo en el inicio de su historia, en aquella mirada de la Virgen que ella enseguida interceptó. «¿Quién es esta mujer? No fueron las palabras, o las ideas abstractas o los fríos silogismos. Todo comenzó por una mirada, una mirada bella que te cautivó. Cuánta sabiduría esconden tus palabras. Despertar a la belleza, despertar al asombro, al estupor, capaz de abrir nuevos horizontes y sembrar cuestionamientos». Luego añadió: «El Señor no nos llamó para enviarnos al mundo a imponer obligaciones a las personas, o poner cargas más pesadas que las que ya tienen, y son muchas, sino a compartir una alegría, un horizonte bello, nuevo, sorprendente».

La mañana en ese “corazón” católico de la periferia de Bangkok, el encuentro con la gente, hizo crecer en Francisco la gratitud «por la vida de tantos misioneros y misioneras que fueron marcando su vida y dejando su huella», por todos los consagrados que «con el silencioso martirio de la fidelidad y de la entrega cotidiana se volvieron fecundos. No sé si llegaron a poder contemplar o saborear el fruto de la entrega, pero sin duda fueron vidas capaces de engendrar». Y dijo dirigiéndose a todos: «sintámonos también nosotros llamados a engendrar», a ser «aguerridos luchadores de las cosas que el Señor ama y por las que dio su vida; pidamos la gracia de que nuestros sentimientos y nuestras miradas puedan palpitar al ritmo de su corazón y, me animaría a decirles, hasta llagarse por el mismo amor».



Volvió a poner en el centro unas palabras «proféticas en estos tiempos» de Benedicto XVI: «La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción». Luego abordó con radicalidad un tema central de estos días: la inculturación del Evangelio. Pidió no tener miedo a buscar «nuevas formas », a «confesar la fe “en dialecto”, a la manera que una madre le canta canciones de cuna a su niño. Con esa confianza darle rostro y “carne” tailandesa, que es mucho más que realizar traducciones». Dijo que le apenaba darse cuenta de que «para muchos la fe cristiana es una fe extranjera, es la religión de los extranjeros».

Al final, volvió a la mirada de María que marcó la vida de Tee, que nos lleva hacia «esa otra mirada», la de Jesús. «Ojos que cautivan porque son capaces de ir más allá de las apariencias. Una mirada que rompe todos los determinismos, los fatalismos, los estándares. Donde muchos veían solamente un pecador, un blasfemo, un recaudador de impuestos, una persona de mala vida, hasta un traicionero, Jesús fue capaz de ver apóstoles. Y esta es la belleza que su mirada nos invita a anunciar, una mirada que se mete adentro, transforma y permite acontecer lo mejor de los demás». Para él no hay santidad sin este reconocimiento vivo de la dignidad de toda persona. «Les pido, por favor, que no cedan a la tentación de pensar que son pocos», dijo al despedirse de los que, en la iglesia o fuera, ante las pantallas gigantes, se habían congregado desde todas partes del país. «Piensen que son pequeños, pequeños instrumentos en las manos creadoras del Señor. Y Él irá escribiendo con sus vidas las mejores páginas de la historia de salvación en estas tierras».

Igual que la escribió con los mártires. A ellos es a los que el Papa pedirá que miren al hablar a los obispos tailandeses y a la Federación de las Conferencias episcopales asiáticas en el santuario dedicado al beato Nicolás Bunkerd Kitbamrung, el primer sacerdote mártir tailandés, muerto en 1944 de tuberculosis mientras estaba en la cárcel. Para Francisco, mirar cómo vivieron aquellos hombres ayuda a medir el presente, abrir perspectivas, para «no refugiarnos en pensamientos y discusiones estériles». Conscientes de la centralidad del Espíritu Santo («que llega antes que el misionero y permanece con él»), ellos «no esperaron que una cultura fuera afín o sintonizara fácilmente con el Evangelio; por el contrario, se zambulleron en esas realidades nuevas, convencidos de la belleza de la que eran portadores. Toda vida vale a los ojos del Maestro».

El secretario de Estado Vaticano, cardenal Pietro Parolin

Junto a la evangelización («que muchas de vuestras tierras fueron evangelizadas por laicos») y una inculturación «no ideológica», la otra gran necesidad es la del «reconocimiento mutuo» y el diálogo. «Aún más apremiante para la humanidad actual», dijo en el encuentro con los líderes religiosos en la Chulalongkorn University. Con él había musulmanes, hindúes, sij, budistas y cristianos; el coro que lo acogió estaba formado por jóvenes musulmanes y cristianos. Hizo un llamamiento decidido a lo que el mundo exige hoy: «aventurarnos a tejer nuevas formas de construir la historia presente sin necesidad de denigrar o denostar a nadie». Atacó la lógica de la “insularidad”, «la imposición de un modelo único», y pidió cambiar métodos y criterios, «ofrecer un nuevo paradigma para la resolución de conflictos».

Tampoco se ahorró una denuncia al riesgo de «“homogeneizar” a los jóvenes, a convertirlos en seres manipulables hechos en serie». Con ellos se encontró justo después, para la misa en la neorrománica catedral de la Asunción, de ladrillo rojo, construida por voluntad de un misionero francés, el padre Pascal, que a principios del siglo XIX recogió fondos para ello. Dentro y fuera, se dieron cita casi diez mil personas. «¿Quieren mantener vivo el fuego capaz de iluminarlos en medio de la noche y en medio de las dificultades?, ¿quieren prepararse para responder al llamado del Señor?, ¿quieren estar listos para hacer su voluntad? Ustedes son herederos de una hermosa historia de evangelización que les fue transmitida como un tesoro sagrado». Les indicó a los «padres, abuelos y maestros» que a lo largo de su camino «descubrieron que el secreto de un corazón feliz es la seguridad que encontramos cuando estamos anclados, enraizados en Jesús».

Al terminar la misa se le veía agotado, pero se detuvo a besar y abrazar a los jóvenes enfermos de las primeras filas. Luego, fuera ya de la catedral, se dejaba tocar y frenar por la multitud, cojeaba un poco pero sonreía a todos. Resuenan las palabras don que empezaba la jornada esa mañana citando la Evangelii Gaudium: «El pastor es una persona que, en primer lugar, ama entrañablemente a su pueblo».