El lema de este año era "Something to start from"

New York Encounter. Ese "algo" que conquista la vida

Cita en la Gran Manzana para entender por dónde volver a empezar en medio del caos cotidiano. Las intervenciones del nuncio Pierre, Austen Ivereigh y Julián Carrón, el periodista David Brooks y el poeta Paul Mariani...
Davide Perillo

«An explosion of life». Paul Mariani ha llegado hace una hora escasa. Neoyorquino, 68 años, un auténtico poeta, sabe muy bien el peso que tienen las palabras. Y esas le nacen del corazón de golpe, nada más echar un vistazo a su alrededor: «¡Este pueblo es una explosión de vida!». Poblado por gente muy variada y, a primera vista, feliz de estar allí: millennials y jubilados, estudiantes y científicos reconocidos, familias con niños… Un continuo ir y venir en las tres plantas del Metropolitan Pavilion de Manhattan, donde late el New York Encounter 2019.
Han cambiado la fecha –un mes más tarde– con un programa repleto (23 actos en poco más de 48 horas, aparte de las exposiciones, los espectáculos, el premio de poesía), han aumentado los voluntarios (350, con sus camisetas rojas y azules). Pero el espíritu sigue siendo el mismo: un fin de semana lleno de vida, de verdadera vida. De esa que va cargada de preguntas y expectativas, sedienta de respuestas. Ya desde el lema, “Something to start from”, algo de lo que partir. ¿Todavía existe, en medio del caos en que vivimos? ¿Sigue siendo lícito esperar que nuestro deseo de felicidad llegue a cumplirse? ¿Cómo, dónde? ¿Qué lo permitirá?

La hipótesis reside en un punto rojo: ese que destaca en el pecho del Ícaro de Matisse, cartel de esta edición. Es el corazón, como lo llamaba la Biblia y como don Giussani nos señaló desde siempre: un deseo de totalidad que nos podemos quitarnos de encima, una capacidad de juicio innata, aunque ya bajo las cenizas de una sociedad que parece hecha adrede para atrofiarla. «En cambio existen corazones encendidos en hombres vivos, y de qué manera», afirma Riro Maniscalco, presidente de esta kermés organizada por la comunidad americana de CL. «Hace falta encontrarlos para aprender».

Así que partimos de ahí. De ese corazón que a veces se siente «como un niño sin madre», como dice un famoso canto espiritual al inicio de estos tres días. Con él empieza un encuentro sencillo e impactante. Tres testimonios: un documental sobre las APAC, las cárceles brasileñas sin guardias; un video-testimonio del padre Ibrahim Alsabagh desde Alepo; un relato “en directo” del camino recorrido por Miriam, universitaria, y sus amigos tomando en serio y proponiendo a compañeros y profesores trabajar juntos sobre la invitación a «pensar con la propia cabeza», lanzada por algunos docentes en una carta abierta («una invitación a entender quién soy»). En medio de todo ello, una pieza de violonchelo y las palabras de Maniscalco presentando lo que vendrá: «¿Qué mueve a personas así? ¿De dónde les viene ese deseo, esa espera? Esto es ese algo que queremos conocer en estos días. Tengamos abiertos los ojos, el corazón y la mente». La primera velada se cierra con las notas de un homenaje a John Coltrane, icono del jazz.



Al día siguiente una lluvia de encuentros: doce. Aparte de las exposiciones. Una sobre la música de Bob Dylan, del que bastarían dos versos de su Ballad of a thin man para describir el Misterio que nos constituye («Something is happening here, / But you don’t know what it is»). Otra sobre el “cuidado del rostro humano” de médicos como Giancarlo Rastelli, Takashi Nagai, Cicely Saunders. Otra, extraña y bellísima, titulada Lost in the cosmos, como un libro de Walker Percy, que desgrana un itinerario de preguntas, descubrimientos, observaciones, en busca de «una relación verdadera entre el yo y la realidad», para salir de la imagen que tenemos de nosotros mismos y de la vida –como si la persona se pudiera reducir al “hombre de éxito”, al “buen ciudadano”, el “virtual self” o tantos otros modelos a los que nos adaptamos– y redescubrir la dimensión más profunda de lo real. Contarla sirve de poco, verla te abre de par en par. Eso le pasó la segunda noche a uno de los empleados de limpieza, que se paró a leer los paneles: «Pero esto habla de mí… Caramba, y esto también… ¡Pero si este soy yo! ¿Pero quiénes sois vosotros?».

Otra exposición habla de don Giussani. En el mismo espacio del Pavilion, con la misma foto de apertura y el mismo título de la propuesta del año pasado, «De mi vida a la vuestra». Pero esta vez los autores son los bachilleres, chavales de 15-16 años que te explican por qué «la mayor evidencia de que Cristo existe es mi corazón que arde», como dice en un panel Maddie de Crosby, Minnesota: «La prueba de que existe algo fuera de mí es la fuerza de mi deseo y mi necesidad total». Resulta impresionante oírles contar cómo un sacerdote italiano nacido hace casi un siglo les acompaña ahora, a la hora de medirse con ese deseo.

Mientras tanto, por el escenario desfilan las preguntas y las experiencias. No son los habituales talks; son testimonios. Cada uno a su manera. Kerry Cronin y Emily Esfahani, una profesora y la otra escritora, discuten sobre la “epidemia de soledad” que nos sacude. Pero también se habla de arte, de non profit, de investigación espacial… Y de trabajo, en los short talks de un espacio preparado específicamente para este tema.

Llegamos así al encuentros principal. El título está tomado de la Gaudete et exsultate, la exhortación apostólica del papa Francisco invitando a la santidad, «No tengas miedo de apuntar más alto». Set your sights higher, porque solo así podrás «descubrir en lo más hondo del corazón la respuesta al propio deseo de felicidad y significado», como augura el mensaje enviado al Encounter por el Santo Padre mediante el cardenal Parolin. Sobre esto debate monseñor Christophe Pierre, nuncio apostólico en Estados Unidos y viejo amigo del NYE, junto a Austen Ivereigh, periodista inglés y biógrafo de Francisco, y Julián Carrón, responsable de CL. Un encuentro riquísimo, que merecería un artículo aparte.

José Medina, responsable del movimiento en EE.UU, lo presenta así: «Queremos conocer mejor a Francisco preguntando a quien lo conoce bien». El diálogo empieza con Ivereigh, que señala cómo «la sorprendente humanidad del Papa no solo depende de su temperamento, sino del hecho de que deja espacio al Espíritu». Pierre recuerda la impresión que le causó el documento de Aparecida, el texto de los obispos sudamericanos a los que Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos Aires, ofreció una contribución decisiva. «Cuando lo leí, me dije: por fin algo nuevo. Se veía el deseo de responder a las expectativas reales de la gente de hoy, allí donde vive. Se sentía el inicio de un nuevo periodo». Siendo Papa, ve en él el mismo impulso. «Debemos ayudar a la gente a encontrarse con Jesús. Si no se encuentra a Cristo, la Iglesia no existe. Y si la Iglesia no responde al deseo de la gente, no sirve».

Ivereigh destaca que ese es justamente el problema. «¿Por qué ya no llega el Evangelio? La cuestión es la transmisión de la fe. Los viejos mecanismos no funcionan. ¿Qué nos está pidiendo el Espíritu en esta circunstancia? Tal vez necesitemos cambiar para encontrarnos con los hombres». Cambiar y salir, otra palabra clave del pontificado. Pierre hace notar que «la Iglesia no es una empresa. Es el misterio de la presencia de Dios en la historia. Si nos quedamos entre cuatro paredes, bien protegidos, ¿qué pretendemos dar a la gente? No lo escucharán».



Carrón también señala que la Iglesia «tiene un problema con la modernidad». Y lo resume así: «El valor más importante del mundo moderno es la libertad. ¿Podemos ofrecer algo a la libertad del hombre?». Si es verdad que, como decía Péguy, somos «la primera generación sin Cristo después de Cristo», la única posibilidad de responder a esta situación es «atar en corto: hacer el cristianismo. Es decir, el anuncio del acontecimiento cristiano como si fuera la primera vez», dice Carrón. Y es una gran ocasión. «La época que estamos viviendo nos da la posibilidad de entender qué es el cristianismo». Un desafío que afecta a todos los cristianos, no solo a la Iglesia. «En todas las ocasiones en que nos encontramos con otros –trabajo, vacaciones, estudio–, ¿podemos ofrecerles una manera de estar en la realidad, de vivir, que les haga sentirse abrazados? No debemos preocuparnos por la reforma de la Iglesia, sino de la conversión de nosotros mismos».

Pierre destaca que «la se basa en un encuentro», y que por eso «hacen falta discípulos misioneros». Ivereigh está de acuerdo, y recuerda que esta insistencia es un hilo rojo que une a los últimos pontífices. Medina les pide que profundicen en la relación entre libertad y autoridad. Y Carrón responde. «Estamos como en tiempos del Imperio. Vivimos en una sociedad multicultural, donde cada uno hace lo que quiere. ¿Pero tenemos algo que sea crucial para responder al deseo de cumplimiento de cada hombre? Este es el desafío». Conclusión: «Para nosotros es un momento extraordinario. Estamos llamados a salir para verificar si la naturaleza originaria de la fe puede ser interesante para todos». Solo hay una condición: «que el cristianismo sea cristianismo. Que no quede reducido a sentimientos, ética, reglas, sino que siga siendo fascinante. Desde Juan y Andrés, se comunica así». Nuestra tarea está clara: «ofrecer a todos lo que hemos recibido por gracia, porque lo hemos recibido no solo para nosotros, sino para todos».

A las pocas horas, un nuevo encuentro decisivo, «Una espera irreductible». Es el regreso al NYE de David Brooks, columnista del New York Times. Dialoga con Javier Prades, rector de la Universidad San Dámaso de Madrid. Brooks sorprende a todos hablando de sí mismo. De un contexto marcado por la «pérdida del deseo», y a la vez de un punto irreductible que resiste en el ser humano. Preguntas de las que ha sido consciente con el paso de los años («buscamos un sentido, una dirección, pero sobre esta cuestión tan urgente nos encontramos sin nada que decir») y un recorrido que, a través de tantas heridas, le ha hecho descubrir que no bastan las capacidades, el éxito, aquello por lo que luchamos buscando una independencia que corre el riesgo de convertirse en una condena («al final una persona sin vínculos es una persona que nadie recordará»). Habla de «un corazón que busca al otro y un alma que busca el bien». De la importancia de recuperar las relaciones para ser uno mismo. «La respuesta al individualismo es una comunidad social». Como la que le ha implicado en un proyecto de formación a jóvenes de las periferias. Como Cometa, la casa-familia de Como (Italia) que visitó hace unos meses. Y como CL, que cita explícitamente.

Prades delinea un escenario amplio, cita un contexto marcado por la incertidumbre, por la falta de coordenadas para entender un mundo que se hace incomprensible; por la necesidad de recuperar «espacios de acción». Y de un camino para recuperar la propia humanidad, «que no pasa por las teorías, sino por la experiencia. A un niño no le basta con saber que las madres quieren a sus hijos, debe sentirse querido por la suya». Por eso es decisivo darse cuenta «del valor cognoscitivo del encuentro: debe suceder algo en nuestras vidas, porque solo eso vuelve a poner en marcha nuestro yo». Cuenta entonces un episodio personal. Su primer viaje a Nueva York, a los 14 años, embarcando en una España que era otro mundo. «Recuerdo perfectamente el estupor que sentía por una grandeza nunca vista. Pero te das cuente de que en cierto modo la vida te invita a decidir: si basta esa grandeza, o si tienes que ir aún más a fondo para responder a todo tu deseo. Un encuentro que contenga algo aún más grande que Nueva York, que abrace el mundo entero, el sentido de todo».

Cenando con Brooks está también su mujer, Anne. Y también entonces se suceden las preguntas: sobre el NYE, el trabajo que conlleva, el lema… Pero sobre todo llama la atención oírle decir que ha hablado de sí, sin máscaras, porque «el camino que estoy haciendo me pide ser leal» y porque aquí se da un contexto que me permite hablar así. Son más o menos las mismas palabras que al día siguiente dirá Steven, marido de una de las invitadas, que en la mesa se pone a contar hechos decisivos de su vida, delante de su esposa que le mira asombrada. «Normalmente hablo poco, pero aquí he encontrado orejas que saben escuchar». También dijo algo así Esfahani, la escritora. Tenía que irse justo después de su encuentro, pero se quedó un buen rato. En un momento dado se mostró conmovida. «No sabéis el regalo que ha sido estar hoy aquí». Aquí, en «un lugar donde los que vienen pueden abrir el corazón», dice Angelo Sala, uno de los organizadores. «La gente tiene sed de esto». No solo es una cuestión de multitudes, de salas llenas y espacios abarrotados. Es un clima, «un ambiente donde cualquiera que venga, desde el voluntario hasta el speaker, termina dando lo mejor de sí mismo».



El domingo por la mañana, la misa. En memoria de don Giussani, con motivo del aniversario de su muerte. Celebra monseñor Pierre, y la lectura es el Evangelio de las bienaventuranzas. Es la llamada «a vivir de un modo distinto». A tomar la decisión que señalaba el propio Giussani, sencilla pero decisiva. «El hombre depende siempre», recuerda Pierre. «Tiene que decidir si depender de Aquel que lo hace todo, o depender del poder». Al final es el turno de Medina, que le da las gracias de parte de todos, por su amistad y «por cómo nos reclama siempre a ser cada vez más hijos de don Giussani».

Más tarde vuelve a sonar el nombre de Giussani. Evocado en el escenario durante un encuentro donde se habla de la educación del corazón. El protagonista es el propio Pierre, junto a Jon Balsbaugh, presidente del Trinity Schools Network; y Stanley Hauerwas, famoso teólogo, uno de los primeros en acercarse a la obra del fundador de CL a este lado del Atlántico. Interviene en video, entrevistado por Holly Peterson. Habla de la educación como una ayuda para descubrir la realidad dentro de una relación («nadie necesita ser formado, sino amado»); y reconoce a Giussani esa gran «capacidad para hablar a los jóvenes –a todos– de un modo que les invitaba a ser ellos mismos», porque «solo una educación del corazón crea un yo autónomo, libre, que es muy distinto de un ser independiente», observa Balsbaugh.

Por su parte, Pierre empieza hablando de su sobrino, que tenía que hacer una investigación sobre Descartes y encontró un aluvión de páginas en Google. «Un mar de respuestas difíciles de abordar si no tenemos las preguntas adecuadas». Aquí entra el corazón de manera decisiva, como lo describía Giussani. «El maestro es aquel que te ayuda a entrar en relación con la realidad que te rodea».

Aún queda tiempo, por la tarde, para ver a Robert George, célebre jurista de Princeton, tocar y cantar con sus amigos después de hablar sobre Bob Dylan. Para escuchar a Francis Greene, historiador de arte, hablando de Andy Warhol. Para escuchar unos testimonios impactantes. Sor Laura Girotto, de Etiopía, cuenta la historia de su misión africana. Dawn Ford, profesora, y Jenny Hubbard, madre de una de las víctimas, cuentan qué significa vivir «un nuevo inicio» tras la masacre de Sandy Hook (27 niños asesinados por un veinteañero en una escuela elemental, hace seis años fa). «Llegas al fondo de tus fuerzas, ya no tienes nada», afirma Hubbard. «Entonces te das cuenta de que Dios te está haciendo».



Son palabras parecidas a las que se escuchan en el encuentro final, dedicado a Chiara Corbella, la joven madre de la que se ha abierto la causa de beatificación. Chiara murió de un cáncer en 2012, a los 28 años, después de rechazar el tratamiento, que podía dañar a Francesco, el bebé que llevaba en su seno. Había perdido ya otros dos niños pocas horas antes de nacer. Es una alegría extraña la que se capta en el relato de quien habla, y en el rostro de la propia Chiara, que aparece en el video de un testimonio que dio en Medjugorje dos meses antes de morir. Angelo Carfì, médico que se convirtió en amigo durante la enfermedad, cuenta cómo le impresionó lo que vio en el funeral de su segundo hijo. «Me dije: aquí la fe no es una anestesia. No están locos, están sufriendo. Pero entonces, ¿de dónde viene esta alegría?». Enrico Petrillo, el marido de Chiara, explica de dónde le venían las fuerzas que le permitían pedir con una sonrisa en sus labios «la gracia de aceptar la Gracia», de decir sí a la voluntad de Dios. «El centro de su vida era otro. Chiara es hija, vivió como hija todo lo que el Padre le daba en su historia. Tenía esa capacidad de dejar espacio a la gracia, de dejarse amar. Pero nosotros también estamos llamados a lo mismo, a vivir esta filiación». Aquí está ese algo de lo que volver a partir siempre: el corazón, en busca de Aquel que lo hace.

Al terminar el encuentro se anuncia la fiesta final. Pero al fondo de la sala te sorprende un último detalle. Paul Mariani, el poeta, abraza conmovido a uno de los organizadores: «Cualquier cosa que pueda hacer para ayudar, házmelo saber. Venir aquí me ha cambiado la vida».