Giancarlo Rastelli (1933-1970)

Rastelli. El gran corazón del doctor Gian

La maniobra cardiotorácica que lleva su nombre ha dado la vuelta al mundo. Y ha salvado a muchos niños. Sin embargo, al joven médico no se le conocía solo por su habilidad médica. Así nació la exposición dedicada a él en el Meeting 2018
Anna Leonardi

«Ponte manos a la obra, chaval, aquí hay pan y gloria para todos». La caligrafía de la postal con fecha en marzo del 68 permite imaginar la emocionante tensión con que el joven cardiocirujano italiano Giancarlo Rastelli estaba viviendo su aventura americana. Nada, en cambio, en esas pocas frases enviadas a un antiguo compañero de estudios en Italia, despierta sospechas sobre su enfermedad: una grave forma de linfoma que padecía desde hacía un tiempo y que lo llevará a la muerte en 1970, con solo 36 años.

Hoy su nombre es aún más conocido que antes porque la Rastelli procedure”, una maniobra correctiva para ciertas cardiopatías congénitas, se encuentra en los manuales de cardiocirugía pediátrica y son muchos los hospitales donde se practica este tipo de operación. Sin embargo, para descubrir todo el calibre de su persona ha hecho falta una exposición que cuatro estudiantes de Medicina de Bolonia realizaron en 2017 y que este año se ha podido visitar en el Meeting de Rímini, donde se convirtió en el principal catalizador de la zona dedicada a la salud. La exposición, con videos, fotos y manuscritos, consigue devolver en su totalidad el rostro de un hombre que vivía una profunda unidad entre “saber” y “saber amar”. No sorprende que hasta en Estados Unidos estén interesados en llevarla al otro lado del charco. La Clínica Mayo de Rochester, uno de los hospitales más prestigiosos de Estados Unidos, que acogió a Rastelli en 1961 gracias a una beca y lo “custodió” hasta el final, quiere exponerla el año que viene.

El entusiasmo, que hoy parece moverse de Rímini hacia Estados Unidos, tiene la misma raíz que la curiosidad que en 2016 irrumpió en las vidas tan organizadas de Giovanni, Gerardo, Andrea y Verónica, estudiantes de Bolonia, cuando escucharon hablar de Rastelli por primera vez en una clase. «El profesor aludió a que con su invento Rastelli había salvado la vida de muchísimos niños y que habían abierto su causa de beatificación», cuenta Giovanni. «En nosotros saltó una chispa y empezamos a buscar información». Encontraron un libro escrito por su hermana Rosangela. «En esa biografía encontramos al hombre y al médico en el que nos gustaría convertirnos. Su vida empezó a contagiarnos». Hablaron del tema entre ellos y se dieron cuenta de que aquello no podían guardárselo. «Animados por esta fascinación, y en contra de todo cálculo realista sin pensamos en nuestras jornadas llenas de cursos, exámenes y prácticas, con algunos amigos nos lanzamos al proyecto de una exposición para nuestra universidad», cuenta Gerardo.



El trabajo empezó con una llamada a la Gazzetta di Parma. «Buscábamos a alguien que pudiese ponernos en contacto con la hermana de Rastelli». Gracias a un editor que la conocía consiguen encontrarla. «Luego, a través de ella hemos podido llegar a sus compañeros de curso, a los que le conocieron en Parma e incluso a su hija Antonella, que ahora vive en Padua y es médico». Entrevistas, cartas, artículos de prensa… La reconstrucción de la vida de Rastelli pasa por fuentes históricas que los chavales recogen y ordenan con precisión. «Fue impresionante darnos cuenta de cómo al oír el nombre de Rastelli todo el mundo nos abría las puertas de su casa. Se conmovían ante la idea de que, cincuenta años después, un grupo de jóvenes se interesasen por la vida de su amigo.Tenían guardadas fotos y anécdotas para entregárnolas, como si estuviesen esperándonos desde siempre». Así es como también para estos cuatro estudiantes, Giancarlo Rastelli llega a ser solo “Gian”. «Se ha convertido en un amigo. Su vida es una lupa con la que miramos lo que nos ocurre en la planta, en el estudio, en casa».

Los paneles de la exposición recorren las principales encrucijadas de la vida de este cardiocirujano. Desde su juventud en el oratorio de Parma hasta los últimos días antes de fallecer en Rochester, nos acompaña el relato de testigos oculares. Su relato, capaz de hacer revivir los detalles, permite identificarse con una existencia que en su normalidad se dejó invadir por un gran ideal. Como los compañeros de universidad que cuentan cuando Gian, tras un día de estudio ajetreado, se ponía a parar a todo el mundo y decía: «¡Salgamos a ver esto! ¡Venga, luego volvemos y recuperamos!». O antes de repetir Anatomía, empezaba: «“¿Te acuerdas del himno a la caridad de San Pablo?”. Lo recitaba de memoria y yo me quedaba a cuadros». O cuando, durante su tiempo libre, iba a pescar a Polesine. Allí los barqueros del Po lo llamaban “señor doctor”. Y él, entre pez y pez, se ponía a explicarles los autores italianos, la historia, la geografía. «Tres o cuatro de ellos se graduaron. Todo el mundo lo reconocía como el “Miracul del Gian”» (n.d.t. el milagro de Gian).

La postal de Rastelli de Estados Unidos a un compañero de estudios

Nada más graduarse, en 1957, empezó a trabajar en la Clínica de cirugía de Parma. Su relación con los pacientes estaba definida por una caridad que sorprendía a todos. «Se ponía enfermo con los enfermos y se curaba con ellos», recuerda una de ellos. Como pasó una Nochevieja con el señor Menapace. Era un paciente que había sufrido una amputación de ambas piernas. Aquella noche Rastelli recibió una llamada de su mujer: el marido había caído en un profundo estado de depresión, había dejado de beber y de comer. Y quería morirse. Gian no dudó un segundo en abandonar una «copiosa cena parmesana» para ir a ver a su paciente junto con algunos amigos. Habló con él más de una hora. «No se sabe lo que se dijeron, pero el resultado fue que, en un momento dado, Armando Menapace pidió a todo el mundo que entrara en la habitación, que se abriera un Lambrusco de sus viñas y que se cortara embutido del que hacía con sus cerdos. Lloró. Se rio. Comió. Volvió a vivir a partir de aquel día». Cuando Gian salió para Estados Unidos, los amigos que esa noche estaban con él siguieron visitando a Armando.

Mariella Enoc, presidenta del Bambin Gesù, en la exposición montada en el hospital

El relato de los años en Estados Unidos también se presenta gracias a los testimonios directos de muchos de sus compañeros médicos y enfermeros. Su gratuidad no pasaba desapercibida. «Tenía una colchoneta que utilizaba a escondidas, porque estaba prohibido, cuando quería quedarse en la planta por la noche para seguir a los pacientes más graves. Irse a casa no le dejaba tranquilo». Y luego están los centenares de niños italianos afectados por cardiopatías congénitas que junto a sus familias cruzaban el océano para que fuera él quien les operara. Se había convertido en el “cirujano de lo posible”. Les pasaba consulta gratuitamente en Italia y luego hacía todo lo que podía para ayudarles a costear el gravoso viaje hasta la Clínica Mayo. A muchos de ellos les acogió incluso en su casa.

Giancarlo Rastelli en el hospital de Parma en 1958

Durante toda su actividad, Rastelli pudo contar con el apoyo de la presencia de su esposa Anna. Se conocieron en las pistas de esquí de Bormio y tras la boda, en 1964, ella le siguió a Estados Unidos, donde en los meses siguientes se enteraron de la enfermedad de Gian. La forma en que la afrontaron se encuentra documentada en las cartas que los esposos se intercambiaron aquellos años. Y también en algunos recuerdos que su hija Antonella, nacida en 1966, custodia y relata la exposición. «La noche del diagnóstico vuelve a casa con una rosa roja para su mujer, Anna, pone en el gramófono un disco de Vivaldi y dice: “He hecho las pruebas y los resultados no son muy buenos. Soy feliz. He recibido mucho de la vida y ahora contigo lo tengo todo”». Y unos días después: «Se me ha concedido un poquito más de tiempo, gracias a Dios. Dejemos de hablar del tema. Vivamos una vida normal». Y así fue durante seis años. En aquel periodo publicó los hallazgos por los que se le recuerda hoy en día. Y nació Antonella. «Consiguió seguir siendo el mismo», recuerda su hermana en la biografía. Falleció el 2 de febrero de 1970. Poco antes de la agonía, dijo a su esposa: «Paga tú la cuenta de nuestro amor. Nos volveremos a ver». Luego miró hacia la ventana y añadió: «¡el sol, qué hermoso!».

Antes del Meeting de Rímini, la exposición pasó por el Hospital "Bambin Gesú" de Roma, la Universidad de Parma y la de Padua. En esta última, fue parte integrante de una conferencia y de un curso de actualización para médicos. Cruzarse con el camino humano y científico de Rastelli provoca un contagio, vaya donde vaya. Como le pasó al profesor Gaetano Thiene, gran experto en cardiopatías congénitas en Italia, que tras ser contactado por los chavales y haber leído un primer borrador, dio su disponibilidad para ayudarles con los capítulos científicos de la exposición.

Rastelli en los Dolomitas

Sin embargo, Rastelli no es solo para expertos. Al encargado de mantenimiento del hospital Sant’Orsola de Bolonia le pasó más o menos lo mismo. Una mañana, temprano, nada más acabar de llevar a cabo una reparación en los locales de la exposición, decide dar una vuelta por los paneles. Al leer el título “La primera caridad con el enfermo es la ciencia”, piensa que es «algo para médicos». Pero esa foto de Rastelli lo cautiva: está en la cima de los Dolomitas, lleva puestas unas botas y una camisa escosesa. Está cansado, probablemente por la subida, pero su mirada se queda proyectada hacia una meta invisible. «¿Habéis hecho vosotros todo esto?», pregunta a los chicos que llegan para los turnos de las visitas guiadas. «Nunca he leído una historia semejante. Fijaos que yo soy ateo, pero aquí veo algo más». Se agacha para guardar las herramientas en la caja. «¿Sabéis? Tienen que operar a mi hijo del corazón en breve. Espero encontrar a alguien como Gian…». Se despide. Luego le ven volver silbando. Se acerca a los chavales mientras con la mano agita un ticket: «Os invito a todos a desayunar. Venga, corred al bar. Que hoy estoy contento».