En la aldea de Matazanos, Chiapas (México)

Amazonía 3. Esperando a que Jesús llame a la puerta

Chiapas. Una aldea indígena apartada de la “civilización”. Un pueblo que se reúne acudiendo desde las montañas para recibir a un sacerdote que va a celebrar con ellos la Semana Santa
Julián de la Morena

Chiapas es una región al sur de México que aún hoy despierta en el mundo mucha curiosidad y simpatía, por haber sido el lugar donde se fraguó la última revolución romántica del continente en la primera década del siglo XXI, con el famoso comandante Marcos.

Poetas, intelectuales, políticos y jóvenes inquietos con deseos de cambiar el mundo han acudido en gran número a Chiapas para ver nacer un mundo nuevo. En la Iglesia también se despertaron gran interés o gran preocupación, según la posición que se tuviera.

En medio de un clima de ebullición política, me convidaron a celebrar la Semana Santa en un poblado pequeño en las sierras de Chiapas llamado Matazanos, una región cuyos pobladores sufrían escasez de agua y habían tenido el año anterior algunos casos de cólera.

San Cristóbal de las Casas

Para llegar a esta aldea de Matazanos, donde habitan los Tzotziles –que son una etnia mayoritariamente católica–, hay que hacer un largo viaje hasta San Cristóbal de las Casas y después, en un automóvil todo-terreno, adentrarse por caminos de tierra durante horas. En esta aventura me acompañó un grupo de amigos que me ayudaron mucho con la intendencia. No sabíamos lo que nos esperaba; reinaba un poco de preocupación porque viajábamos a una región conflictiva y con fama de insegura.

Nuestros anfitriones de la etnia de los Tzotziles habían hecho correr por toda la región la noticia de que un sacerdote estaría durante toda la Semana Santa y que se hospedaría en la aldea de Matazanos. Cuando entré en una de las capillas, muy pobre pero que había sido decorada en su interior con ramas de árboles y palmas en el suelo, vi que estaba llena de personas que esperaban en silencio. Al intentar pasar por el pasillo para ir al altar, me di cuenta de que casi no se podía, pues estaba lleno de camillas con enfermos que habían sido traídos por sus familiares desde las montañas, para participar del Triduo Pascual. Las aldeas se habían despoblado para ir a las iglesias. Los que venían de lejos se quedaban a vivir en el templo durante la Semana Santa.

Este pueblo acogedor, que no nos conocía para nada, esperaba la gracia que se derrama en la Iglesia, acudía a todos los momentos de oración y nos buscaba para dialogar. Detrás de la pobreza de sus ropas, se escondían personas que habían mantenido la fe en su comunidad y que la custodiaban como una bendición. Por otra parte, sabían que la fe los mantenía unidos como pueblo.

Como el intelectual chileno Pedro Morandé dice que lo que más valora un latinoamericano es la bendición, decidí –después de la Vigilia Pascual– ir a bendecir todas las casas de la aldea con el agua que había sido bendecida en la liturgia bautismal.

El poblado no tenía luz eléctrica en las calles y las casas estaban muy distantes unas de las otras. Acompañado por algunos amigos, fui visitando y bendiciendo todas las casas, desde la una de la madrugada. Cuando llamábamos a las puertas de estas casas a oscuras, ya nos estaban esperando despiertos, niños, adultos y ancianos, alegres porque los visitaba Cristo.
3. Continúa


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