Davide Prosperi (Foto: Pino Franchino)

Prosperi: «Para ser hijos de don Giussani debemos ser y sentirnos ante todo hijos de la Iglesia»

Saludo inicial de Davide Prosperi, Presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación, en la Misa por el centenario del nacimiento de don Giussani. Duomo de Milán, 28 de febrero de 2022

Excelencia,
le agradezco que nos acoja aquí, en esta catedral que es el símbolo religioso de nuestra ciudad.
Estamos atravesando un tiempo de incertidumbre y temor, y también de sufrimiento por los pueblos directamente afectados por la guerra que se está librando en el territorio de Ucrania. Por ello, esta celebración también es la ocasión de reunirnos para pedir que pronto vuelva a brillar la luz de la paz donde ahora se extiende la oscura sombra del horror de la guerra.
En este mes de febrero, con las misas que se están sucediendo en muchas diócesis de todo el mundo por el aniversario de la muerte de don Giussani, se inauguran las celebraciones del centenario de su nacimiento, que culminará con la audiencia que el Santo Padre nos ha concedido, prevista para el 15 de octubre de 2022. En este itinerario que ahora comienza, la celebración eucarística de hoy, que nos reúne en torno al Arzobispo de Milán, adquiere un significado muy especial.

En efecto, don Giussani nació en esta tierra lombarda, fecunda en santidad y profundamente marcada por la fe. El movimiento de Comunión y Liberación nació en esta ciudad y en esta diócesis, de la pasión por Cristo que ardía en el corazón de don Giussani. Gran parte de los miembros del movimiento, que ya se extiende por todo el mundo, son hijos de la Iglesia de Milán y participan activamente de su vida. Aquí están la mayor parte de las casas de los Memores Domini, cuyo fundador fue don Giussani. Aquí están los monjes de la Cascinazza, a los que don Giussani consideraba como un corazón que ora por todo el movimiento. Aquí está la casa madre de las Hermanas de la caridad de la Asunción, que reconocen en don Giussani a su cofundador.

La muerte de don Giussani tuvo lugar el 22 de febrero de 2005 y todos recordamos el conmovedor momento de sus exequias, presididas por el entonces cardenal Ratzinger justo en esta catedral.
Desde aquel momento, y durante dieciséis años, el movimiento que nació de don Giussani ha estado guiado por Julián Carrón, del que he sido durante mucho tiempo un estrecho colaborador. Julián acogió la compleja herencia de nuestro fundador, asumiendo la guía de la Fraternidad de CL y de los Memores Domini, y guiando a todo el movimiento con gran entrega. Julián nos invitó a profundizar en la conciencia de nuestra fe, a adherirnos de una manera cada vez más libre y personal al hecho de Cristo presente. Aprovecho este momento para saludarlo en nombre de todos y agradecerle de antemano las palabras que ha aceptado dirigirnos al término de esta celebración. Son palabras esperadas, que espero que puedan ayudarnos a vivir con más serenidad el desarrollo y las decisiones que se nos piden en los próximos meses.

Indudablemente, como toda historia humana, el compromiso del movimiento también ha estado marcado por nuestros límites y por nuestro pecado, que a nadie se le ahorran. Sabemos bien, por tanto, que la grandeza de nuestra historia no consiste ante todo en nuestras empresas humanas, por significativas que puedan llegar a ser. Su valor reside en que nos habla de la gracia de la fe y del amor a Cristo y a la Iglesia que hemos recibido mediante el testimonio y la educación de don Giussani.
Damos gracias a Dios por todo lo que hemos vivido y esta gratitud, Excelencia, es lo que yo deseo presentarle a usted esta noche en nombre de todos.

Pero no solo eso. Hoy nos presentamos aquí sin ocultar nuestras heridas y fatigas. Muchos de nosotros –y me refiero especialmente a nuestra comunidad milanesa y lombarda– han recibido con sorpresa las decisiones de la Santa Sede que primero afectaron a los Memores Domini y luego a la Fraternidad de CL, junto a los principales movimientos y asociaciones eclesiales. No podemos esconder que entre nosotros hay tensiones, juicios discordes sobre nuestro pasado reciente y posturas distintas respecto a la intervención del Santo Padre. Es un momento delicado, y debo confesar que la tarea que me ha sido confiada al servicio de la unidad del movimiento me hace llegar muchas veces exhausto al final del día. Sin embargo, me alegro de poder contribuir al bien de nuestras comunidades, con el apoyo de amigos y colaboradores, además de otras muchas personas que desean continuar el camino con sencillez y obediencia. Del mismo modo, quisiera poder animar a todos y sostener a los que tienen dudas para que puedan recuperar la paz. De hecho, lo que nos une es más profundo y verdadero que cualquier posible divergencia.

La Iglesia ha reconocido que hemos nacido de una buena raíz y nos lo ha confirmado muchas veces, de diversas maneras, mediante la voz de los últimos pontífices, desde san Pablo VI hasta Francisco. Esa misma Iglesia nos invita hoy con fuerza a dar un nuevo paso de madurez, y nosotros deseamos responder con cordialidad y afecto.
Por mi parte, siento que mi primera tarea ahora es la de favorecer esa «obediencia a la autoridad de la Iglesia, y en especial a la autoridad del Papa», en la que el seguimiento de cada uno de nosotros a Cristo puede encontrar su «última y definitiva garantía», como nos indicaba el cardenal Angelo De Donatis inaugurando las celebraciones del centenario de don Giussani en la Basílica de San Juan de Letrán hace unos días (20 de febrero de 2022). Obedecer a Cristo significa obedecer a la Iglesia. En este momento, para ser hijos de don Giussani debemos ser y sentirnos ante todo hijos de la Iglesia.

Por ello, esta noche le pido humildemente su ayuda, confiando también en su atención paternal a esta comunidad nuestra que pertenece a la Iglesia que le ha sido encomendada. Le agradezco el consuelo de su oración en esta misa, que deseamos ofrecer por la concordia y la unidad dentro de nuestra comunidad diocesana.