El papa Francisco durante una velada en el Aula Pablo VI

Diario del Sínodo / 3. El espejo, la libertad y una Iglesia que trabaja

Felicitaciones y foto con el papa Francisco, encuentro con obispos y cardenales, «hombres que se preguntan sinceramente cómo recuperar la confianza de tantos corazones». Continúa el relato de Matteo, el director de una escuela ugandesa
Matteo Severgnini

El 4 de octubre cumplí 37 años, así que me hice un regalo: me acerqué a felicitar por su santo personalmente al papa Francisco. Y él también me hizo un regalo: me permitió que nos hiciéramos un selfie juntos. Lo sé, no soy el primero ni seré el último, pero inmediatamente se lo envié a los chicos de Kampala, porque en el fondo yo estoy aquí por ellos.

Dejando a un lado estas notas de color, el Sínodo está siendo un trabajo precioso. Se trabaja duro, ya he perdido la cuenta de la cantidad de intervenciones que he escuchado. En la asamblea plenaria hemos trabajado sobre el primer punto del Instrumentum Laboris: “Reconocer”. Luego nos hemos dividido en círculos menores. Yo participo en el grupo “Inglés A”, donde somos 30 personas de los cinco continentes. Aparte de mí y otros cinco oyentes, también están, además de obispos, el cardenal Nichols de Londres, el cardenal Njue de Nairobi, el cardenal Gracias de Bombay y el cardenal Turkson, prefecto del Dicasterio para el Servicio del desarrollo humano integral.

En este contexto, uno tiene la posibilidad de discutir sobre el documento de trabajo, haciendo comentarios, proponiendo cambios y narrando la experiencia que vive. Lo que más me sorprende es la humildad de estos hombres. Por supuesto, el tema de los abusos aparece varias veces en las intervenciones. Veo una Iglesia que pide perdón, pero que también recuerda el sacrificio de muchísimos sacerdotes que están dando su vida por el anuncio del Evangelio. Veo hombres que se preguntan sinceramente cómo recuperar la confianza de tantos corazones. Una Iglesia que trabaja. En estos momentos, en cierto modo, se genera un clima de confidencia inesperado. Durante una pausa uno de los obispos me dijo: «Matteo, verdaderamente eres un buen cristiano». Y yo, intentando ocultar mi embarazo, respondí: «Excelencia, usted tampoco está mal…». Y nos echamos a reír.

Una noche, en una velada en el Aula Pablo VI participó también el Papa. Hubo varios testimonios. Me impresionó mucho el primero, un chico que ha conocido el cristianismo mediante el capellán de una cárcel de menores. Terminó diciendo que «para educar a los jóvenes en la fe hace falta sobre todo permitirles que vuelvan a encontrar sus preguntas perdidas». Y añadió: «La propuesta cristiana es preciosa porque es exigente, porque interpela seriamente a mi libertad y no me propone atajos fáciles hacia la felicidad». Terminó dirigiéndose directamente a los padres sinodales: «No os olvidéis de nosotros, esos jóvenes que, por un misterioso destino de la vida, han conocido el abandono, la cárcel y la soledad».

Matteo Severgnini durante su intervención en el Sínodo

Por su parte, el Papa empezó a responder a las preguntas que los jóvenes plantearon esa noche. «Haced vuestro camino. Sed jóvenes en camino, que miran los horizontes, no el espejo. Siempre mirando adelante, en camino y no sentados en el sofá. Muchas veces me apetece decir esto: un joven, un chico, una chica, que está en el sofá, se jubila a los 24 años: ¡esto es feo! Y después, vosotros lo habéis dicho bien: lo que hace que me encuentre a mí mismo no es el espejo, el mirar cómo soy. Encontrarse a uno mismo está en el hacer, en el ir a la búsqueda del bien, de la verdad, de la belleza. Allí me encontraré a mí mismo». Y añadió: «Por favor, vosotros, jóvenes, chicos y chicas, vosotros no tenéis precio. ¡No sois mercancía a subasta! Por favor, no os dejéis comprar, no os dejéis seducir, no os dejéis esclavizar por las colonizaciones ideológicas que nos ponen ideas en la cabeza y finalmente nos convertimos en esclavos, dependientes, fracasos en la vida. Vosotros no tenéis precio. Esto debéis repetirlo siempre: yo no estoy en subasta, no tengo precio. ¡Yo soy libre! Enamoraos de esta libertad, que es la que ofrece Jesús». Precioso.

Por las noches he tenido la suerte de poder participar en las cenas organizadas por el Centro Internacional del movimiento en Roma. Anoche estuvo monseñor Mario Delpini, arzobispo de Milán, que se reunió con un grupo de universitarios. Fue muy bonito, en un ambiente muy familiar. Los chicos le contaban y él hacía muchas preguntas, también sobre la cuestión afectiva y de la vocación. En estas cenas conoceré a varios obispos de Europa, pues están programadas varias citas con diversos padres sinodales. Ya os contaré.



Lo último que os cuento es que el miércoles por la mañana, después de la pausa del café, me comunicaron que tenía que leer, delante de la asamblea plenaria, la intervención que había preparado. Lo primero que pensé fue: «¿Cómo? ¿Justo el único día que el Papa no está presente?». Es difícil que las cosas salgan como las tenemos en la cabeza. También por suerte, pues quién sabe lo que el Misterio tiene reservado. De todos modos, lo leí. «Entonces, ¿qué posibilidad nos queda en un contexto tan difícil como el nuestro? Una educación que vuelva a apostar por el corazón de los jóvenes y por nuestro corazón, como instrumentos capaces de reconocer quién y qué corresponde realmente a la sed de felicidad de cada uno». Y más adelante: «Cuando tienen delante adultos ciertos de su fe y capaces de testimoniar que estamos hechos para un Destino bueno, y por tanto abiertos a la escucha y al diálogo, dispuestos a acoger y por tanto no temerosos, los jóvenes vuelven a caminar y a esperar». Después hablé de los encuentros de la Samaritana y Zaqueo con Cristo, y lo identificado que me siento con ellos delante de Él. «Me doy cuenta de que solo gracias al encuentro con Jesucristo presente mi corazón puede empezar a juzgar qué es lo que verdaderamente corresponde y ya no tiene miedo al propio mal porque, como decía Jacopone da Todi: “Cristo me atrae por entero, tal es su hermosura”». Y añadí: «Solo proponiendo un camino en el que se pueda verificar la conveniencia del seguimiento, este encuentro no se quedará en algo anecdótico».

Terminé dando las gracias a los padres sinodales, a los que siento, como hijo de la Iglesia, como mi familia. A ellos quise dirigir las palabras que el Innominado le dice al cardenal Federico: «Permaneceré obstinado a vuestra puerta, como un mendigo. ¡Tengo necesidad de hablaros, de oíros, de veros! Os necesito».