El Papa Francisco preside el Sínodo

Diario del Sínodo / 2. «Un corazón encendido de pasión siempre espera»

La homilía y el discurso de apertura. Las compañeras y el aplauso de los jóvenes ugandeses. Y la oportunidad para hablar a solas con el Papa. El director de la "Luigi Giussani High School" de Kampala nos cuenta sus primeros días en Roma
Matteo Severgnini

El primer dato del Sínodo es que hay un Papa libre. En el sentido de que todas las mañanas nos acoge y nos saluda, siguiendo los trabajos del aula y, durante el descanso, está disponible para quien quiera hablar con él. Hoy, por ejemplo, me he acercado y he tomado un café con él. A mi alrededor percibía la presencia de obispos y cardenales esperando su turno, pero me ha dado tiempo a intercambiar un par de palabras con él. «Santidad, tengo muchas preguntas que me gustaría hacerle», y él sonriendo: «Cuando quieras, siempre estoy aquí». He añadido: «Quería que pudiese leer las 25 cartas que mis alumnos ugandeses han escrito para usted». Y él: «¡Por supuesto! En los próximos días». Al salir de Kampala nunca habría imaginado una familiaridad y una cercanía tan grande con el Papa.

Por lo demás, tengo que admitirlo, me siento un poco intimidado. El aula sinodal es una hilera de solideos púrpuras de cardenales y obispos. El Papa, con sus 81 años, da la impresión de ser el más joven de todos, pero no solo eso: es como si quisiera expresar que él necesita a los jóvenes. Él está definido por un corazón joven. Siempre en búsqueda. Le veo hablar, sonreír, discutir con una atención y un amor que hace que me sienta agradecido por toda la historia personal que me ha salido al encuentro.

El miércoles, durante la homilía de la misa de apertura en la plaza de San Pedro, destacó la palabra “esperanza”. «Al iniciar este momento de gracia para toda la Iglesia, en sintonía con la Palabra de Dios, pedimos con insistencia al Paráclito que nos ayude a hacer memoria y reavivar esas palabras del Señor que hacían arder nuestro corazón. Ardor y pasión evangélica que engendra el ardor y la pasión por Jesús. Memoria que despierte y renueve en nosotros la capacidad de soñar y esperar».

Al escuchar sus palabras, me acordaba de la imagen que Charles Péguy utiliza para describir la Esperanza: es ella quien toma de la mano a la Fe y a la Caridad. Es el corazón encedido por la pasión por Cristo que mueve la Fe, como conocimiento, y la Caridad, como amor.

En la introducción a los trabajos del Sínodo, Francisco también profundizó en la cuestión del tiempo. ¿Qué es el futuro?, se preguntaba. «El futuro no es una amenaza que hay que temer, sino el tiempo que el Señor nos promete para que podamos experimentar la comunión con él, con nuestros hermanos y con toda la creación. Necesitamos redescubrir las razones de nuestra esperanza y sobre todo transmitirlas a los jóvenes, que tienen sed de esperanza». ¡Qué liberación! A veces pienso que el tiempo es enemigo, en cambio es inmensamente amigo. Está habitado, y esto en Francisco es evidente.



Mis “compañeras de mesa” son Carina Iris Rossa, argentina, miembro del consejo directivo de la Fundación pontificia Scholas Occurrentes, y Yadira Vieyra, de Estados Unidos, que se ocupa de acompañar a adolescentes que se quedan embarazadas, sobre todo en el ámbito de familias inmigrantes. Hemos tenido poco tiempo para conocernos, pero trabajaremos codo con codo durante todo este mes.

Hemos tenido poco tiempo no solo porque llevamos poco aquí, sino también porque los trabajos del Sínodo son muy exigentes. El jueves, el primer día, intervinieron 25 padres sinodales, hablando cuatro minutos cada uno. El Papa pidió que tras cada cinco intervenciones se hicieran tres minutos de silencio, para estar delante de lo que escuchamos, pero también en Él, cuya presencia acontece a través de lo que se dice.

Es una de las características que Francisco quiere que presente este encuentro: la primera es una Iglesia en escucha, porque el conocimiento real es la escucha del otro que emerge y, sobre todo, del otro que nace en ti. Esto permite evitar hablar “por encima de la realidad” y escucharla, volverse humildes, con el corazón abierto a lo que la realidad ha puesto y pone delante de nuestros ojos. Que, de algún modo, empieza a formar parte de ti. La segunda es una Iglesia en camino. Y ha sido evidente desde las primeras contribuciones. Todos los padres han insistido en la necesidad de que la Iglesia y sus pastores se pongan en movimiento para ir allí donde los jóvenes viven como viven.

También me ha llamado la atención la conmoción del Papa cuando, durante la misa de apertura, saludó a dos obispos de China continental que, por primera vez en la historia, participan en un Sínodo. Fue el signo más flagrante de algo que aquí es muy evidente: la universalidad de la Iglesia. Quitando los solideos, aquí se ve de todo.

Último apunte. El secretario general del Sínodo, el cardenal Lorenzo Baldisseri, ha explicado que para escribir el Instrumentum laboris se envió a todas las comunidades del mundo un cuestionario. Ha dicho que el país que ha contribuido con el mayor número de aportaciones de cuestionarios completos, 16.000, ha sido Uganda. No he podido resistirme y, por orgullo nacional, he empezado a aplaudir. Podría ser mi primera y última intervención en el Sínodo. O tal vez no. En los próximos días intentaré buscar al Papa para entregarle las cartas de mis alumnos.