Sor Cristina Merli

Educación. Cuando un alumno se convierte en maestro

«El deseo de felicidad de los jóvenes existen», incluso en un mundo que rema en su contra. Una relación educativa no ahorra nada de la realidad «para que el otro pueda conocerse a sí mismo». Hablamos con sor Cristina Merli, profesora salesiana
Paolo Perego

«Si no partimos de necesidades reales acabamos dando vueltas sobre nuestras ideas. Entonces acabamos decidiendo nosotros cuáles son las necesidades de los jóvenes, porque nos cuesta escucharlos. “Lo que necesitan es aprender a estudiar”. ¿Quién lo dice? ¿Por qué no vamos, en cambio, a ver cuáles son sus deseos más profundos?». Solo a partir de aquí se puede llegar a la cuestión del estudio. Sor Cristina Merli, de las Hijas de María Auxiliadora, es profesora de italiano en un instituto salesiano de Varese. Sus alumnos tienen entre 16 y 18 años y ella también se ha confrontado con la provocación de Julián Carrón sobre la educación a través de las páginas de su último libro, Educación. Comunicación de uno mismo y del encuentro del pasado 30 de enero. «Como él dice, y antes decía don Giussani, hay que medirse con la realidad. Para educar hay que partir de ahí».

¿Eso qué significa para usted?
Es el paso que estamos llamados a dar los educadores. Medirnos con la realidad nos puede ayudar a entender mejor cómo ayudar a los chavales a afrontar ellos mismos la realidad. De hecho, muchas veces son ellos quienes nos lo enseñan.

Foto Unsplash/Mira Kireeva

Educadores educados por los educandos…
Don Bosco decía que los jóvenes son nuestros maestros, y no solo los destinatarios de la educación. Eso me ha pasado a mí muchísimas veces. También durante este tiempo de pandemia. Cuando empezó la educación online, surgió el problema de tener que inventar un método nuevo para educar. Y yo he aprendido de ellos.

¿Cómo?
Por ejemplo, llegó la solicitud de una colega de otro colegio que estaba buscando un libro sobre Dante para un alumno chino que había regresado a su país huyendo de la pandemia italiana, pero tenía que acabar el curso. Yo no encontré gran cosa así que hablé con mis alumnos y me dijeron: «Profe, llevamos todo el año estudiando el Infierno. Podemos inventarnos algo para este chico». Nació así una manera distinta de dar clase con ellos. ¡Y nació de ellos! Solo se trataba de seguir lo que sucedía, respondiendo a la realidad. Realizaron un video-relato con varios cantos. Se lo pasaron fenomenal, aprendieron mucho más que escuchándome a mí. Medirse con la realidad nos pone en juego, a nosotros y a ellos. Muchas veces no sabría decir quién es el primero que empieza a educar. Es como si fuera un círculo vicioso. Claro que hay que encender la chispa, pero cuando partes de lo real es muy fácil que prenda.

¿Cuándo no prende, entonces?
Vivimos en un mundo donde prevalece la idea de la satisfacción de un placer y no del deseo del corazón. Es el tema del deseo. San Juan Pablo II también hablaba de la «abolición del deseo», que es ese nihilismo del que habla Carrón. No es un problema nuevo. Sin duda, la sociedad actual, a través del mundo digital, se encuentra con más dificultades para despertar en los chicos ese deseo que llevan dentro. ¡Pero existe! Lo veo todos los días, en sus ojos y en sus palabras. La tarea consiste en despertarlo cada día.

¿Pero en qué consiste esa necesidad profunda que ve?
En el deseo de felicidad, lo expresan en clase. Ellos quieren ser felices. Luego les cuesta distinguir qué es la felicidad. ¿El éxito? Para algunos ese es su “sueño” y entonces intento ir hasta el fondo. «¿Pero por qué?». «Porque quiero ser alguien en la vida». Es decir, quiero ser reconocido. El deseo siempre es de cumplimiento. Nuestra tarea por tanto es testimoniarles que sea lo que sea lo que uno quiere, hay que responder a esta pregunta: «¿Qué es para mí la felicidad?». Yo he visto a muchos chavales que lo tienen claro, es el deseo de sentirse amados. Entre ellos, últimamente, muchos han descubierto quiénes son los verdaderos amigos, “los que me importan y se interesan por mí”. Entender esto es el camino para descubrir que Dios te ama. Cuando eso sucede, tú también puedes amar a los demás y a la realidad.

A veces lo hacen más que los adultos…
Cuando todo se cierra, los chavales son capaces de abrir. En una de mis clases, al menos un tercio ha vivido estos meses como una ocasión, y así me lo han dicho: «Podía relajarme y con total libertad dejar apagada la cámara, igualmente nos iban a aprobar a todos, o bien podía pensar que este momento puede ser útil para el futuro». Ni yo lo había pensado así, con esa conciencia de que ya ahora empiezan a construir lo que serán, que están llamados a vivir hoy cada cosa que viven.

¿Cuál es entonces la responsabilidad del que educa? ¿Qué quiere decir comunicarse uno mismo?
El día de la fiesta de don Bosco organizamos unos juegos online con preguntas sobre él. ¿Qué te llama la atención de don Bosco?, y cosas así. Surgieron cosas muy interesantes, pero al final me salió espontáneo preguntarles: «Lo que valoráis de él, ¿lo veis en vuestros profes?». Veintidós me dijeron: «Lo vemos en vosotros. Os fiais de nosotros. Y cuando nos veis tristes o cuando tenemos un problema ahí estáis, nunca nos dejáis. Siempre nos buscáis». ¿Lo ves? Nos miran, y no por la coherencia de nuestro comportamiento sino por lo que ven que nosotros amamos. «Uno solo es mi deseo, veros felices en el tiempo y en la eternidad», decía don Bosco. Es la misma pasión que nos mueve a nosotros.

Volviendo a la cuestión de la realidad, muchas veces prevalece la idea de ahorrar a los chavales ciertas fatigas y circunstancias.
Es la alternativa entre intentar meterles en una burbuja o lanzarlos, acompañarlos, ser para ellos testigos de que la realidad se puede vivir. Yo estoy pendiente de él, pero luego debo dejarle ir. Por eso, en el fondo, la realidad siempre es buena, aunque muchas veces pueda parecer complicada o adversa. Incluso cuando nos hace sufrir. Debemos permitir que nuestros niños y jóvenes lo vivan, aunque para un padre resulte difícil. ¿A quién le gusta ver sufrir a su hijo? Pero si les privamos de esta bondad que reside incluso dentro del sufrimiento, les privaremos de un paso de madurez fundamental. Cuando la realidad es dura, debemos permitir que nuestros hijos la afronten. El problema entonces es que debemos empezar a permitírnoslo nosotros mismos, que a veces somos los primeros en buscar burbujas donde refugiarnos.

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Nos da miedo la realidad y pensamos que es “demasiado” para ellos.
Para “dejarles ir” hay que confiar mucho en ellos, en sus potencialidades. Pero también hay que confiar mucho en Dios. A Él le importan aún más que a nosotros. Es el primero en pedirnos que vivamos la realidad, ¡Él mismo se encarnó! Siempre pienso en los pasos de Su vida que muestran cómo Él mismo aprendía de la realidad. Como en el ejemplo de la cananea. Ella está delante de Jesús, que no cura a su hija. Ella es pagana y él, el enviado por los hijos de Israel. Pero ella insiste. Creo que en el encuentro con ella Jesús comprende que su misión era para todos. O la pecadora que entra en casa de Simón y se lanza a Sus pies, bañándolos en lágrimas y enjugándolos con sus cabellos. Más adelante, Jesús lavará los pies a los suyos… Podemos pensar que lo aprendió de ella. Él nos muestra que al encontrarnos con la realidad podemos crecer, llegar a ser lo que estamos llamados a ser, cada vez más nosotros mismos.