Julián Carrón

Educación. La revolución es una vida distinta y nueva

Miles de personas siguen el encuentro online con Julián Carrón. Los dramas y desafíos de jóvenes, profesores y padres en plena pandemia. «El significado de la vida no se transmite con el ADN...»
Alessandro Banfi

Un evento es un evento es un acontecimiento. Exactamente igual que decía Gertrude Stein cuando afirmaba que una «rosa es una rosa es una rosa». Aquí también se trata de algo que florece. El evento público organizado por CL en su canal de Youtube este fin de semana, “Educación, comunicación de uno mismo. Crecer y hacer crecer en tiempo de pandemia”, al que se puede volver a asistir online y que ya ha registrado casi cuarenta mil visualizaciones, tiene las características propias de un relato a varias voces. Sobre un tema de apremiante, a veces angustiosa, actualidad: la educación. En directo también lo siguieron miles de personas desde sus teléfonos, ordenadores o televisores. El que escribe tuvo la suerte de verlo en casa de unos amigos (respetando todas las normas de seguridad por la pandemia), para intentar vivir ese gesto juntos, a distancia pero dentro físicamente de una comunidad, aunque fuera mínima.

El primer mensaje de la noche, antes incluso de las palabras dichas entre nosotros, entre Julián Carrón y los que intervinieron, fue: no estamos solos. Hay una comunidad, dentro de un mundo, bellísimo y a veces trágico, como el actual, una comunidad que da pasos, que camina. Un camino abierto por la carta publicada en el Corriere della Sera, escrita por un grupo de profesores y educadores. Muchas ideas y muchas preguntas. Vivimos una emergencia terrible, que se declinó enseguida en las palabras de Elisabetta, médico pediatra en un gran hospital de Milán. «¿Cómo es posible que niños de nueve o diez años encuentren la muerte en un juego, en los “challenge” de las redes sociales?», preguntó, abriendo de par en par la perspectiva hacia el enorme malestar de los adolescentes. ¿Qué les está pasando a nuestros jóvenes? Cifras y hechos que describen un gran sufrimiento. Julián respondió partiendo de aquí para centrar el diálogo en la educación. Citó a Susanna Tamaro, el virus ha «revelado, no creado», problemas que ya existían. La pandemia ha sacado a la luz la potencia destructiva del nihilismo contemporáneo, haciendo estallar ansiedades, soledades, desigualdades… Con los años, la conciencia de esta situación crítica en aumento ha pasado por una serie de juicios que permanecen en la memoria: ya Pier Paolo Pasolini en los años setenta del siglo pasado hablaba de “mutación antropológica” del pueblo italiano, cada vez más homologado. En los ochenta, Luigi Giussani acuñó la expresión «efecto Chernobyl» para describir el debilitamiento de la personalidad. Juan Pablo II habló de la «abolición de lo humano», Benedicto XVI de «emergencia educativa». El Papa Francisco pide un «pacto educativo global» para los jóvenes de hoy.

No solo se trata de análisis culturales, el nihilismo práctico de nuestro tiempo es evidente en las nuevas generaciones. Lo explicaba muy bien Domenico, de Cesena, leyendo una carta de una joven de 18 años que denunciaba: no tengo a nadie a quien escribir. El desafío es para todos los adultos, afecta a su manera de estar. «El significado de la vida», explica Carrón, «no se transmite en el ADN». El desafío consiste en una relación personal, que Affinati define como una «relación profunda». Enseñar no puede ser solo una transferencia de nociones (aparentemente nunca tan disponibles como ahora), lo que está en juego alcanza a un nivel más profundo.



Un niño de cinco años ayuda a dar el siguiente paso. La historia es preciosa y la cuenta Luca, de Lugano. Episodio familiar en una cena. Los padres rezan por la curación del Covid y el niño de cinco años se queda encogido. Su maestra en clase les había dicho que solo los adultos podían hablar del virus. En cambio, cuando se dio cuenta con otra maestra de que «podía rezar para salir de la pandemia, era otro». Se había topado con una profesora que lo atraía tanto que incluso deseaba cambiarse de colegio. Señala Carrón: no puedes, aunque tu intención sea buena, ahorrarle la realidad a un niño, cuando solo tenga cinco años. Un niño ya sabe juzgar y te juzga. Pero para abrirse a la realidad hace falta un adulto que sea una presencia. Este episodio ayuda a entender mejor por qué «la educación es introducción en la realidad total», como insistía don Giussani.
Con Pina, de Macerata, que habla de sus alumnos pero también de los bachilleres y de sus hijos, llegamos a un punto importante: si no creemos en nuestro corazón, no podremos desafiar al corazón del otro.

Es la cuestión del yo. «Que el yo renazca en un encuentro», explica Carrón, «para poder dirigirse al otro… para despertarlo». No es fácil encontrar adultos así, y los chicos lo notan enseguida. En este terreno no caben engaños. Más adelante, para responder a Fortunato, de Florencia, Carrón cita al psicoanalista Massimo Recalcati: no se trata de comunicar informaciones, la primera tarea del educador es consigo mismo. El propio Julián narra su experiencia como profesor en un colegio de Madrid. «Cuántas mañanas habría pagado por no dar clase, pero luego entraba en el aula y me quedaba asombrado por lo que sucedía. Volvía a mi habitación entusiasmado. Hasta nuestros límites son una ocasión para podernos poner en cuestión y trabajar con nuestros jóvenes». Solo adultos que son una presencia real pueden generar, ser fecundos.

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En un momento dado resuena un viejo eslogan de Giuseppe Garibaldi: «hay gloria para todos». Sí porque en estos tiempos, más aún en pandemia, podemos sentir la objeción de no estar a la altura del desafío, de no contar con las estrategias y proyectos adecuados. Carrón vuelve a citar a don Giussani cuando aseguraba que en estos tiempos, «en una sociedad como esta no se puede crear algo nuevo si no es con la vida. No hay estructura ni organización o iniciativas que valgan. Solo una vida distinta y nueva puede revolucionar estructuras, iniciativas, relaciones, todo en definitiva». Por tanto, hay campo para todos, dice Carrón. Sobre todo para padres y educadores, en cualquier circunstancia.

Escuela y familia pueden responder así a la pregunta que el virus ha puesto en evidencia de manera dramática. Para la escuela, especialmente, la crisis de la enseñanza online, los procedimientos burocráticos, los ritos de siempre, esos mecanismos que Affinati califica de “teatrales”, han sacado a la luz una pregunta que es un auténtico desafío. Alumnos y profesores buscan un lugar de libertad, un lugar de educación para todos, un lugar donde se descubra lo humano. Quien ha tenido la suerte de vislumbrar «una vida distinta y nueva» tiene unas ganas enormes de proponérsela a todos.