Daniele Mencarelli (foto: archivio Meeting di Rimini)

Mencarelli. La intensidad del imprevisto

Diálogo con el escritor y poeta romano sobre los temas que se abordarán el próximo 30 de enero. Durante la pandemia se ha reunido online con diez mil estudiantes, que le preguntan de todo. El desafío de educar «con la propia vida»
Paola Bergamini

«Lo que ha dicho me ha llegado como si fuera cierto. De hecho, es cierto». Esta frase se repite mucho entre los mensajes que los jóvenes envían a Daniele Mencarelli después de sus encuentros con ellos a propósito de sus libros, La casa de las miradas y Tutto chiede salvezza, ganador del Premio Strega Juvenil 2020. Desde el primer confinamiento de marzo hasta hoy ha “visitado” más de trescientos centros educativos por toda Italia y se ha encontrado con más de diez mil chavales. Todo rigurosamente online. «A veces hemos tenido que hacer turnos en un mismo centro, pero siempre es una aventura nueva, un combate entre mi libertad y la suya».

De libertad precisamente hablan los profesores que han enviado una carta al Corriere.
Exacto. Es lo primero que me llamó la atención. Muchas veces los adultos piensan que a los jóvenes les falta algo y como siempre están pegados al móvil y a la tablet les cuesta relacionarse con ellos. Cuando me dicen eso, respondo que con los chavales es como si hubiera que quitar una capa de polvo, hay que medirse con el mundo en que viven. Cada generación nace con la firme intención de defender su propia libertad, el problema es del adulto, de lo que ofrece, del ejemplo que da. En ese sentido, la frase de Pasolini que cita la carta lo expresa todo. Mi experiencia de estos meses me dice que en video esta libertad se pone aún más en juego porque se nos niega la comunicación corporal, así que desde un punto de vista verbal tienes que conseguir llegar al cuerpo a cuerpo. Es cuestión de intensidad.

¿En qué sentido?
Las palabras no bastan, hay que poner sobre la mesa la vida de uno, ofrecerles algo intenso. Los chavales ven en mí a una persona que no tiene miedo a secundar lo que la vida le ofrece. No soy profesor, no enseño ninguna asignatura, les propongo la aventura de la literatura pero partiendo de mi propio camino humano. En los libros, igual que en los encuentros, apuesto por lo humano. Me pongo a prueba en su propio terreno.

¿Por ejemplo?
Para mí, el amor va en paralelo con la pérdida, porque lo vivo desde su límite natural, que es la muerte, la ausencia. Le digo a los jóvenes: «Que levante la mano el que, mirando a su madre, a su hermano, a su novia, no haya saboreado aunque solo sea por un instante el dolor de su pérdida, de su decadencia». No cabe duda de que estaría mucho más contento si pudiera tener estos encuentros de manera presencial, pero la circunstancia es la que es. Requiere una apuesta mayor. El ser humano es tan grande que puede convertir un imprevisto, una dificultad, en un factor de mayor empuje y libertad.

El “imprevisto” en este caso puede ser una educación no presencial, tener que encontrarse a través de plataformas digitales.
En video los chavales también te provocan, y lo digo en sentido positivo. Por Zoom no solo expresan su deseo de conocer, de estudiar, de emprender un itinerario académico, expresan una necesidad. En momentos de dificultad, piden un cierto tipo de “vigilancia”, es decir, la transmisión del saber debe enganchar con el momento que están viviendo. Igual que en tiempos de guerra las clases siempre iban en función del contexto. Luego, en algunos casos, hay que añadir que el video favorece la relación. Son adolescentes, es la edad de la timidez y de las inseguridades respecto al propio cuerpo. Mostrar solo el rostro, a veces ni siquiera eso, permite decir cosas que en vivo, en medio de todos sus compañeros, no se atreverían a decir.

En sus conversaciones con los jóvenes, ¿cuál es la pregunta recurrente?
Si he vuelto a ver a los personajes de mis libros, como los cinco locos, mis compañeros de trabajo en el hospital o la monja. Porque son decisivos para el protagonista. Es connatural a ellos el presentimiento de que el otro puede darle a mi vida la sorpresa que la haga cambiar, que el otro me salva, me hace crecer. Eso reaviva en ellos la posibilidad de confiar en el otro, hasta llegar al perdón.

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En el fondo, parece que estamos hablando de la amistad.
Yo digo de la amistad madura que no es solo para divertirse sino que te ofrece una oportunidad salvífica para hablar continuamente de lo que sientes de verdad. Les provoco diciendo: estáis asustados, pero lo que más os hace sufrir es que no paráis de hablar con vuestros amigos pero sin decirles lo que sentís en lo más hondo. Mientras que el don de la amistad consiste justamente en eso: expresar lo que uno siente, aunque esté triste. Muchos me escriben o piden la palabra para decir que eso es justamente lo que buscan.

¿Y qué suelen preguntar los profesores?
He conocido a muchos profesores que aceptan el desafío de la educación a distancia y van a fondo. Otros plantean cuestiones más literarias, como quiénes han sido mis maestros, por ejemplo, pero algunos me preguntan: «¿Tú cómo lo haces, qué recursos tienes para poder hablar así con los jóvenes?». Mi respuesta es siempre la misma: la intensidad de mi vida. Les pongo ejemplos que tienen que ver con su propia vida, eso es lo que hace falta. Les digo: “no tengo recetas”. Les doy a mí mismo, lo que vivo, la verdad de mí.