El fuego de la educación

Un encuentro entre el psicoanalista Massimo Recalcati y Julián Carrón, a partir de la tarea del adulto, la experiencia, los proyectos de los padres sobre los hijos… Donde las reglas resultan insuficientes y «la única ley de la vida es el deseo»
Paola Bergamini

«Ha sido complicado retomar las clases, pero en los ojos de los chicos veo hambre de significado», «no hemos partido de las reglas sino del deseo de acogerlos»; «los alumnos me decían: “echábamos de menos que nos llamaran la atención”». Directores y profesores de toda Italia relataban de esta manera, en un video llenos de flashes, el comienzo de este curso complicado, entre arranques y frenadas debido a la nueva oleada de Covid. Con ese video dio comienzo un encuentro retransmitido por YouTube bajo el título “Un lugar donde vuelve a arder el deseo”, promovido por las obras educativas de la Compañía de las Obras, y las asociaciones italianas de profesores Diesse, Disal, Portofranco y Rischio educativo, partiendo del libro de Julián Carrón Educación. Comunicación de uno mismo, una contribución al Pacto educativo global del papa Francisco. Se trataba de un encuentro del propio Carrón con Massimo Recalcati, psicoanalista y escritor, para rastrear las señales que permiten despertar el corazón del hombre, punto candente de la educación. Dos personalidades de ámbitos, historias y sensibilidades diferentes que, en un auténtico diálogo donde cada uno partía de las palabras del otro, mostraban hasta qué punto esta es una cuestión decisiva.
«Esta situación de emergencia ha sacado a la luz otra enfermedad: el nihilismo, es decir, la experiencia de la inconsistencia de la vida», empezó diciendo Ezio Delfino, moderador del encuentro. Un factor que se ve en la apatía de los jóvenes y en el miedo de los adultos. ¿Pero esta es la meta final de una parábola decadente, o bien puede ser un nuevo punto de partida?

«La situación que estamos viviendo es de por sí una reanudación», afirmó Carrón. Pero refiriéndose a un artículo reciente de Ezio Mauro, destacó que las reglas no bastan para volver a empezar. El columnista de La Repubbica hablaba de «responsabilidad personal». Hace falta que alguien diga: «aquí estoy». Una crisis como la que estamos viviendo obliga al yo a volver a sus preguntas esenciales. Por ahí es por donde hay que volver a empezar, no se pueden censurar esas preguntas. Y esto solo es posible si la persona dice: «yo», «aquí estoy», es decir «si implica un diálogo para encontrar respuestas adecuadas a dichas preguntas». Esto es lo que vence el miedo. «Es un camino, pero para recorrerlo tenemos que ser leales. Solo así podrá crecer nuestra humanidad».

Massimo Recalcati y Julián Carrón

Recalcati empezó por la cadena de testimonios que había visto en el video inicial. «Son ejemplos de una escuela como experiencia de luz». El proceso educativo existe cuando algo se ilumina, es decir, te saca de la oscuridad. Esta es una apuesta educativa que hoy hace mucha falta: puntos de luz. «Que es lo que estamos viendo esta noche», señaló. Retomando el tema del nihilismo, el psicoanalista lo definió sencillamente: «Es cuando la vida y el sentido se separan. Lo veo en los pacientes que tienen depresión». Por eso, el gesto educativo es testimoniar que existe la posibilidad de dar sentido a la vida. Hacen falta más “testimonios” que “reglas”, pues estas no bastan para buscar un sentido. «Este es un tema muy querido por don Giussani, al que estos días he podido escuchar en algunos videos», porque «el discurso educativo tiene como finalidad la ley, no la norma». Y la ley está en el corazón humano y hace falta liberarla de cualquier criterio moralista. Para que eso suceda, es necesario un movimiento del yo. «Como dice Carrón, la tarea educativa es poner en marcha la libertad».

En este momento de oscuridad, hay un punto de luz que todos podemos reconocer: nuestro deseo de vivir. ¿Cómo puede sostener la educación el deseo, como una chispa de conocimiento? Y, retomando el título del encuentro, ¿por qué hace falta un lugar para que vuelva a arder? «Educar es llevar la vida hacia un lugar sorprendente. Encenderla», explicaba Recalcati. «El deseo es lo que da un plus a la propia vida. Es un fuego que pone en movimiento la libertad». Normalmente, en cambio, pensamos en el deseo como en una maldición, un afán hacia algo que no podemos alcanzar. O bien que el deseo es sinónimo de transgresión de la ley, del deber, dando a este último un significado equivocado. «El deseo es la ley de la vida». Para explicarlo, el psicoanalista citaba a san Agustín cuando dice que si una persona hace el bien con desgana, sin deseo, lo que hace no es un bien. «El bien es un bien cuando lo anima un deseo auténtico, no un cálculo».

«El deseo es como un detector de metales para comprender qué es lo que cumple la vida», afirmó Carrón. Parece una paradoja porque la chispa del deseo se desplaza cada vez más allá. «Cuanto más se cumple el deseo, más aumenta. El verdadero desafío no consiste en reducirlo». En los chavales esto es evidente, el problema es si encuentran personas que tomen en serio la desproporción de su deseo y tengan una propuesta. Hace falta un lugar donde los adultos no tengan miedo de su deseo. O que al menos no hayan apagado ese fuego, conformándose con una vida plana y escéptica.

¿Cuál es, entonces, la tarea del adulto? La respuesta tiene un nombre: experiencia. «Nuestra tarea como educadores es la comunicación de uno mismo. Pero para que eso suceda, hace falta tomar en serio la propia vida, como camino, como descubrimiento», responde Carrón. ¿Qué se comunica? Ante todo, la manera “como” uno está frente a la realidad. Se ve en la relación madre-hijo. Hoy los chavales ven quién vive bajo la presión del miedo. Y también a los que no huyen, a los que siguen buscando, aquellos que viven con un sentido, que buscan respuestas que puedan mantenerse en pie ante las circunstancias. Hombres y mujeres capaces de juzgar. “Experiencia” significa precisamente esto: capacidad para juzgar la realidad para encontrar una respuesta al deseo de justicia, belleza, felicidad. «Sin este instrumento, los jóvenes se acabarán perdiendo en esta jungla, donde todo parece lo mismo». Hasta el punto de apagar el deseo y deslizarse por el escepticismo. Y quedarse ahí.

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Cuatro son las palabras que Recalcati utiliza para responder. La primera: “presente”. El adulto debe ofrecer su presencia, no dejar al alumno en su agujero. Pero a esa palabra debe acompañarla otra que parece su contrario: “adelante”. Es lo que le dice el padre al hijo pródigo. Le invita a una experiencia. «Es el don de la libertad. Que significa renunciar a tener un proyecto sobre el hijo. Dejar que el joven encuentre su vocación, es decir, que siga su inclinación». La tercera palabra es “testimonio”. «Encarnar una vida que sepa desear. El deseo se transmite por contagio, a través de un encuentro». Sin necesidad de verbalizar. Por último, “fe”. Un buen educador debe tener fe en el deseo del joven. Más aún, debe robustecerlo.
«La escuela, como lugar educativo, puede comprobar cómo enriquece la vida en la medida en que sea capaz de proponer algo razonable que ilumine y encienda el deseo», concluyó Carrón. La partida está abierta para todos: padres, profesores, educadores… adultos.