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Educación. «Un torbellino al que poder mirar»

Los meses de confinamiento, la vuelta a clase, expectativas, esperanza y un futuro incierto. El rector de una escuela milanesa se confronta con el pacto educativo propuesto por el papa Francisco
Francesco Fadigati*

Creo que hace falta tomarse todo el tiempo necesario de observación y reflexión para identificarse con los contenidos del mensaje del papa Francisco en el que propone el Pacto educativo global. Pienso, por ejemplo, en el párrafo donde propone buscar «otros modos de entender la economía, la política, el crecimiento y el progreso. En un itinerario de ecología integral». Me pregunto cuál es la contribución que se le pide a los colegios en este sentido para no reducir esta propuesta a una simple acción de sensibilización. Cuando habla de un «nuevo modelo cultural», se trata de una mirada nueva que debe madurar en nosotros, esa mirada con la que el Papa está mirando el momento presente.

Pienso sobre todo en la profundidad con que identifica la situación actual. No se limita a una descripción externa de los síntomas de la «catástrofe educativa» que está teniendo lugar en todo el mundo sino que tiene la lealtad de identificar las dimensiones reales y las raíces de la emergencia. «La crisis que estamos atravesando es una crisis compleja, que no se puede reducir o limitar solo a un ámbito o a un sector. Es global. El Covid nos ha permitido reconocer de manera global que lo que está en crisis es nuestra manera de entender la realidad y de relacionarnos entre nosotros». Un primer reclamo que percibo como educador es por tanto el de no reducir el alcance de la emergencia. Todavía queda mucho que mirar y que preguntarse en los próximos meses para darnos cuenta del cambio que se está produciendo.



De momento, puedo decir que esta «crisis global» ya se ve en los chavales. La vuelta a las clases presenciales después de la pausa obligada por la pandemia nos ha mostrado cuántos de nuestros alumnos están profundamente heridos por los meses de confinamiento. No solo en su capacidad de gestionar un método y una sistematicidad en el estudio, sino para relacionarse adecuada y serenamente en el contexto y con los demás. En muchos se ve más claramente ese miedo a la realidad, esa sospecha sobre una positividad en la existencia, esa familiaridad con la nada que Antonio Polito y Umberto Galimberti señalan en sus intervenciones. Se lo ves en la cara: ese malestar con que hasta los más pequeños manifiestan en ciertos detalles físicos, o en el mutismo, la parálisis, la tendencia a no relacionarse con los mayores.

Hace unos días pude tocar con mis propias manos la necesidad concreta que tienen los chavales. Habían recibido la noticia de que desde el lunes las clases volverían a ser online y, ante la perspectiva de quedarse en casa solos delante de un ordenador, estaban molestos y enfadados. En algunos, especialmente, vi el miedo a volver a esconderse en un refugio tan cómodo como sofocante. Para muchos, el confinamiento ha supuesto encontrarse cara a cara con la soledad, con las preguntas, ante el abismo de la necesidad de un sentido. Mirándoles a la cara, me recordaba, a mí y a ellos, que tenemos un corazón que quiere vivir y no sobrevivir. Entonces recordamos la experiencia que vivimos esos meses tan dramáticos: la distancia con los demás y con la realidad muchas veces se había borrado, hubo muchas clases en las que pudimos ver con nuestros propios ojos la belleza que dialoga con el torbellino de nuestro deseo, ¡pero qué esperanza hace falta tener para poder mirar ese torbellino!

Por eso, otra cosa que me llama la atención en el mensaje del papa Francisco es el nexo entre las palabras educación y esperanza: «educar es apostar y dar al presente la esperanza que rompe los determinismos y fatalismos»; «educar es siempre un acto de esperanza»; «en la educación se encuentra la semilla de la esperanza». Si la educación no tiene que ver con la comunicación de una esperanza, es inútil, especialmente en estas circunstancias: no entrega al alumno el verdadero patrimonio que necesita para afrontar un mundo herido por las incógnitas de la pandemia. Esto es lo verdaderamente esencial, lo que está en la base de todo lo esencial. Pudimos verlo durante los meses de confinamiento, ante seis o siete alumnos por clase que cada mañana hablaban de que “mi abuelo en el hospital”, “mi madre enferma”, “no sé nada de mi abuela”, “ha muerto mi tío”, no había optimismo que se sostuviera. Solo una presencia que nosotros, los adultos en primer lugar, hemos tenido que mendigar es lo que nos ha permitido mirarlos a la cara y retomar las clases con gusto.

También me llama la atención la sugerencia del Papa de una experiencia educativa que implica por naturaleza una relación. «Un mundo diferente es posible y requiere que aprendamos a construirlo, y esto involucra a toda nuestra humanidad, tanto personal como comunitaria». «La educación se propone como el antídoto natural de la cultura individualista», indica una «inversión formativa, basada en una red de relaciones humanas y abiertas».

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Estos meses nos han mostrado que «nadie se salva solo». El pacto educativo, con todos sus componentes académicos –directores, personal de administración, profesores, padres–, es fundamental para volver a empezar cuando las dificultades y condicionantes parecen prevalecer sobre lo demás. El primer claustro de profesores de este comienzo de curso terminó con un largo aplauso de agradecimiento. En los ojos de mis colegas, adultos frágiles igual que todos, vulnerables como todos, he visto muy concretamente la alegría de existir, la esperanza más fuerte que cualquier fragilidad, y eso es lo que permite volver a empezar, aun con todas las nuevas restricciones y limitaciones impuestas por la emergencia sanitaria.
*Rector del Centro escolar La Traccia de Calcinate (Bérgamo)