Con la lámpara encendida

La homilía de Javier Prades durante el funeral de Mikel Azurmendi el pasado 9 de agosto en la parroquia del Espíritu Santo de San Sebastián
Javier Mª Prades López

Dice el libro del Eclesiastés que “solo en su final se conoce a la persona”. Para comprender el valor de la vida de Mikel hay que tener en cuenta su camino entero, des-de la niñez, que muchos de los que estáis aquí compartisteis con él, hasta sus últimos años que le han dado también muchas amistades. Ahora podemos mirar su vida completa, teniendo en cuenta su final, de tal manera que sus últimos años iluminan su vida anterior. No podemos abarcar todas las facetas de una historia tan intensa: su compromiso social, cultural, político, académico…, y solo se podría componer el cuadro de su vida si pudiéramos sumar las perspectivas y los puntos de vista que cada uno conocía de Mikel, como se reúnen las piedras de un mosaico. Ningún ser humano puede explicar del todo la vida de otro hombre. En realidad, solo Dios Padre que es el Señor de la historia puede ver juntos todos los factores y dar el sentido definitivo de la vida de cada persona. También eso nos da paz.

Mikel ha tenido una historia muy larga de defensa de sus ideales de justicia, de libertad, de verdad y de bien. Se comprometió con ellos, se arriesgó por ellos y en muchos momentos pagó un precio altísimo por las opciones que había tomado, con sus aciertos y con sus errores, con sus rectificaciones y sus cambios. Ha escrito mu-cho, con brillantez, sobre su tierra y sobre su historia, sobre su propia biografía; a sus libros remito para encontrar la mejor interpretación de aquello por lo que tra-bajó y sufrió.

Para los críos de mi generación el Monte Igueldo era sinónimo de atracciones, de diversión. En estos últimos años, su casa de Igueldo se ha convertido para muchos de nosotros en un lugar de esperanza, de vida y de amistad. ¿A qué se debe? Seguramente tenemos que remontarnos a un episodio decisivo, hace 7-8 años, cuando encontrándose muy enfermo estaba a punto de tirar la toalla y de abandonarse voluntariamente a la muerte; sin embargo, comprendió que había algo mejor que dejarse ir, se dio cuenta de que le faltaba bien por hacer a sus más cercanos y a los demás, y de reconciliarse con todos. Puso de su parte –como lo hizo el equipo médico, al que siempre estuvo muy agradecido— para seguir vivo porque la vida era la condición para hacer el bien. De ese momento de decisión y de haber optado por la vida y por el bien ha dependido que muchos le hayamos encontrado o reencontrado.
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