Macerata-Loreto. Carrón: «La vida como vocación»

En vísperas de la 42ª peregrinación nocturna, este año con la forma de un Rosario la noche del 13 de junio, el mensaje de la Fraternidad de CL
Julián Carrón

Queridos amigos, al principio del confinamiento muchos se habrán preguntado: «¿Se hará este año la peregrinación a Loreto?». Evidentemente, la lenta salida de la emergencia sanitaria no permite celebrar un gesto tan esperado por decenas de miles de personas.

La realidad ha irrumpido en nuestra vida, imponiéndonos un cambio que nunca habríamos imaginado: el confinamiento, para limitar al máximo las posibilidades de contagio. Es un sacrificio que el Misterio ha permitido como paso de un camino hacia el propio destino en esta peregrinación que es la vida del hombre.

Esta circunstancia nos ha hecho más conscientes de nuestra necesidad, y por tanto de la razón que nos habría llevado a Loreto. ¿De qué necesidad se trata? Sobre todo en este tiempo debemos ser más conscientes, para que no se cumplan en nosotros las terribles palabras de T.S. Eliot en sus Coros de la Piedra: «¿Dónde está la Vida que hemos perdido viviendo?».
Precisamente la mortificación que se nos pide este año, teniendo que renunciar a su forma habitual, puede convertirse en ocasión para interceptar la naturaleza de esta peregrinación, como dice una amiga nuestra universitaria: «Esto me ha permitido entender que tal vez la peregrinación no se agote en una sola noche sino que sea un camino que nos acompaña todo el año». Mirar así la circunstancia actual significa percibir la vida como vocación. De hecho, la circunstancia, sea cual sea, es la modalidad a través de la cual el Misterio nos llama a aprender y a vivirlo todo.

¿Qué es la vocación? Caminar hacia el destino a través de las circunstancias, «casi como si […] yo tuviera que permanecer pendiente de una voluntad que no conozco, instante tras instante […] pendientes de cualquier seña de este desconocido “señor”, atentos a los gestos de una voluntad que se nos mostraría a través de la pura circunstancia inmediata. Repito: el hombre, la vida racional, debería estar pendiente del instante, pendiente en todo momento de estos signos tan aparentemente volubles, tan casuales, como son las circunstancias a través de las cuales me arrastra ese desconocido “señor” y me convoca a sus designios. Y tendría que decir “sí” a cada instante sin ver nada, simplemente obedeciendo a la presión de las circunstancias. Es una posición que da vértigo» (L. Giussani, El sentido religioso, Encuentro, Madrid 2008, pp. 194˗195).

¿Quién puede ser capaz? Es algo que da vértigo. Por eso el Señor no permaneció como un «desconocido». Tuvo piedad de nosotros, escuchó el grito de nuestro corazón –la «necesidad de lo imposible» de la que habla el Calígula de Camus– y manifestó su rostro: «Hic Verbum caro factum est». En la casa de Nazaret, en el vientre de María se hizo carne, Cristo se hizo objeto de la experiencia sensible de aquellos que se lo encontraban por las calles de Galilea. Con su muerte y resurrección permaneció presente y nos alcanza a través de la carne de aquellos que sigue aferrando y que nos ofrece como compañeros de camino. El aislamiento de estos días –paradójicamente– nos ha permitido sorprender quiénes son los verdaderos compañeros de nuestro camino, aquellos con los que iríamos gustosos al fin del mundo: personas que no reducen el nivel de nuestra necesidad, que no nos distraen de las preguntas fundamentales, sino que las alimentan con su sola presencia. Estos son los auténticos compañeros de camino que el Misterio nos ha donado para que no permanezcamos solos y desesperados en la peregrinación de la vida. Para que la nada no venza en nosotros.

¡Qué impresionante uno de los últimos mensajes de don Giussani a la peregrinación de Macerata˗Loreto! Era el año 2003: «Cuando nos juntamos, ¿por qué lo hacemos?
Para arrancar a nuestros amigos y, a ser posible, a todo el mundo, de la nada en la que vive el hombre. […] Encontrándonos, […] uno se siente como aferrado en lo más hondo, rescatado de su aparente insignificancia, debilidad, maldad o confusión, como invitado de improviso a las bodas de un príncipe. La Virgen es como la invitación del príncipe».

De hecho, en ella resplandece la victoria sobre la nada, una novedad que desafía cualquier impotencia, miedo u oscuridad que aceche a cualquiera de nosotros. Mirarla cada mañana, cuando rezamos el Ángelus, es el punto de partida de cada jornada, de cualquier intento de construir, ahora que retomamos las actividades habituales y estamos llamados –cada uno allí donde está– a dar nuestra contribución para volver a empezar, sostenidos por aquellos que en este periodo hemos interceptado al reconocerlos tan “aferrados” como Ella.
¡Miremos hacia delante!