La presentación de "La bellezza disarmata" en el Collège des Bernardins de París

París. Una belleza que amar

La presentación de la edición francesa de La belleza desarmada en el Collège des Bernardins. Mucho más que un diálogo entre Carrón, el politólogo Olivier Roy y el directivo Frédéric Van Heems
Marco Danis

«Pase lo que pase, es todo un acontecimiento». Los organizadores están tranquilos, aunque un poco de tensión sí hay. Es viernes 24 de mayo, estamos en el Collège des Bernardins de París, uno de los lugares más emblemáticos de la vivacidad cultural de la capital francesa, que ha acogido entre otros al presidente Macron y al papa Benedicto XVI. Se presenta la edición francesa de La belleza desarmada. Junto a Julián Carrón, intervienen Olivier Roy, politólogo de fama internacional, y Frédéric Van Heems, director general del sector de aguas de Veolia France.

Por la izquierda, Frédéric Van Heems, Olivier Roy, Julián Carrón y Silvio Guerra

Notre Dame, la catedral herida, a dos pasos de aquí, es una metáfora al aire libre. ¿Qué puede sobrevivir a la crisis de valores y evidencias, cuando hasta las piedras seculares muestran su fragilidad? En su saludo inicial, monseñor Alexis Leproux, presidente del Collège des Bernardins, habla de otras «piedras medievales», las del lugar en que nos encontramos, «destinadas a estar habitadas y vivas con el deseo de construir una antropología arraigada en el acontecimiento de Cristo». No hay espacio para una nostalgia del pasado. En efecto, aunque la crisis de nuestra época también se mencionaba en la invitación a esta presentación, serán otras las palabras que desafíen desde el principio a los 250 asistentes. «He prometido que no nos limitaríamos a presentar un libro, sino que íbamos a intentar que lo améis, porque es un libro que ayuda a abrir el corazón y la inteligencia», dice Silvio Guerra, que modera el encuentro, empezando con la primera pregunta: «En vuestra experiencia, ¿el cristianismo todavía es una “novedad inaudita”? ¿Todavía puede ofrecer una contribución al hombre de hoy?».

Olivier Roy va directo a lo personal. Sobrino de un pastor calvinista, su mujer emparentada con un obispo ortodoxo, los hombres de fe forman parte de su historia familia, y la religión se ha convertido en uno de sus objetos predilectos de estudio. «Pero hoy asiste a un intento de reducirla a los dos polos opuestos, el de lo privado y el del fanatismo. A menudo los propios creyentes se refugian solo en una dimensión identitaria, como una agregación defensiva que congela las relaciones humanas». Esta posición, añade, le deja insatisfecho «porque no da cuenta del hecho de que la fe es ante todo un encuentro, un acontecimiento inaudito que se repite continuamente de manera nueva, y no se deja reducir a una identidad adquirida». En este sentido, «La belleza desarmada rompe los esquemas y devuelve la religión al espacio público, no como un conjunto de normas sino como una vida».



Frédéric Van Heems casi se exime. No se siente un “buscador de verdad”, pero dice que muchas veces se ha encontrado tanto en sus relaciones personales como en coloquios con la gente con una enorme sed de sentido, a todos los niveles. Y añade, citando a Carrón, que «hay un “punto inflamado” en el fondo del corazón humano que es un deseo infinito de ser amado». Pero la sociedad actual solo propone «una multitud de pequeñas cosas finitas», provocando una reducción y una «fragmentación que nos obliga a ser personas distintas según los contextos». Este directivo no tiene soluciones prefabricadas para este problema, pero afirma que ha descubierto, gracias a un trabajo sobre la doctrina social de la Iglesia, que «el cristianismo es una forma encarnada de mantener despierto este deseo infinito, una mirada unitaria hacia la vida que vence la fragmentación».



Carrón empieza citando una carta de Michel Houellebecq a Bernard-Henri Lévy sobre la irreductibilidad del deseo de ser amados. ¿Pero quién puede proponer algo al corazón del hombre? «Esto no solo afecta al cristianismo, sino a cualquier intento de respuesta para esta espera», y añade que «también Jesús entró en el contexto de la humanidad sin ningún privilegio, respondiendo a una espera y comunicando una belleza». En cambio, hoy la propuesta cristiana se suele reducir a un discurso justo pero abstracto, que no tiene nada que decir al corazón del hombre. «Los ilustrados ya intentaron fundar la sociedad sobre valores cristianos sin Cristo, y hoy corremos el riesgo de insistir en algo que ya ha mostrado su fracaso», advierte citando a Hannah Arendt y Benedicto XVI. «Pero el cristianismo solo puede ser interesante para vivir concretamente si interesa a la persona. Nadie se casa por la fascinación de una lista de cosas que hacer; lo hace porque encuentra a una persona de la que no puede prescindir». Y añade tres ejemplos de personas procedentes de diversas situaciones complicadas, conquistadas por la belleza de una mirada humana y amorosa hacia su propia vida, «porque del amor no se huye». Este enfoque da un vuelco a la queja habitual ante tiempos difíciles. «En la confusión actual, en medio de esta oscuridad, es fácil interceptar hasta la más mínima luz, que porta alguien que la ha recibido como gracia. Esta es la gran contribución que podemos ofrecer».

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La cercanía de las elecciones europeas lleva inevitablemente a la segunda pregunta. «Hoy toda la realidad se reduce a crisis institucional, económica, política, mientras que lo que hemos oído dice otra cosa, que el verdadero problema es la reducción del hombre y de su deseo infinito. Entonces, ¿por dónde podemos volver a empezar?».

París, el Collège des Bernardins

Para Roy, paradójicamente, la crisis de valores en la comunidad europea no ha llevado a la anarquía, sino a una proliferación de regulaciones. «Se multiplican las normas y las sanciones sin que estén claros los valores por los que se hace esto», y se percibe entonces como una limitación de la libertad, como demuestra el fenómeno de los gilets jaunes. Se destruyen valores compartidos reduciéndolos a normas. En este sentido, «el factor religioso es esencial para devolver calor humano a los valores y al espacio público».

Según Van Heems, se trata de una cuestión de testimonio y vida. La idea de la Europa unida, tan usada, sigue siendo un milagro. «Entre el capitalismo absoluto americano y el del estado chino, hace falta una Europa que proteja un espacio de libertad». En este sentido, el cristiano, como buscador de verdad, «está en camino, invitado a no ser tibio ni dejarse anestesiar por las distracciones. Vivir y dar testimonio con alegría terminará siendo contagioso».



Carrón concluye la ronda diciendo que hay que ir al origen de ese malestar. En el mundo clásico, desear con toda la potencia del corazón humano era hybris, falta de medida, y se consideraba peligroso. «Se intentaba responder, por tanto, rebajando el deseo, manteniéndolo a raya». Siglos después, este miedo a la desmesura del deseo reaparece. «Pero el hombre, a la larga, no puede acallar este deseo, porque lo lleva dentro en cada cosa que haga. La ausencia de una respuesta a la altura de nuestro deseo es justamente lo que genera este malestar personal, social, cultural y político». No podemos descargarlo todo en las instituciones, pues a nosotros nos toca introducir una novedad allí donde estemos.

Para Carrón, la respuesta es una plenitud sobreabundante. «Una vida cumplida se convierte en un bien allí donde se encuentre, como un amigo mío, gravemente enfermo, que cada vez que llega al hospital médicos y pacientes lo miran porque la manera en que vive su enfermedad es un bien para todos, y su plenitud es algo deseable». Dice que, según su propia experiencia, solo Jesús puede abrazar toda la profundidad del deseo, basta mirar en toda su amplitud frases como «¿de qué sirve ganarlo todo si nos perdemos a nosotros mismos?» o «bienaventurados aquellos que tengan hambre y sed». «Esta plenitud no es un bien que debamos repartir sacrificándonos, sino algo que podemos compartir con los demás sin renunciar a nada».

La última pregunta es personal. «En este cambio de época, ¿cómo os ha ayudado este libro a afrontar los desafíos que tenemos, empezando por las responsabilidades que tenéis?».



Los tres ponentes aceptan el reto. Roy habla de un debate sobre el islam entre su tío protestante y un imán, y del comentario de este último («¡es la primera vez que encuentro un cristiano en Francia!»). «Hablaron sencillamente de cómo la fe les ayuda a vivir, y no tuvieron problemas para entenderse». Asegura que está convencido de que la crisis política se apoya en una crisis social. «Me hacen preguntas muy sofisticadas sobre la religión, muchos razonamientos, pero para mí lo esencial es hablar de un acontecimiento. Esto es quizá lo más importante del libro: cómo volver a encontrar un acontecimiento, una manera de hablar al otro que no sea una lista de quejas y reproches».

Para Van Heems, tenemos una idea sobre cómo debería ser la realidad, que no nos permite maravillarnos por lo que realmente es. «Mi gran pregunta es cómo volver a poner lo humano en el centro de lo que hacemos. No solo cuando se trata de purificar el agua y evitar que se contamine, sino también a nivel de cargo directivo que trabaja con otras personas: estar intensa y carnalmente presentes en el presente, con el corazón y con la cabeza, para estar en relación con la realidad y con los demás». El libro de Carrón «anima a vivir como protagonistas, porque incluso a través de pequeños gestos podemos llevar un poco de la inaudita belleza del cristianismo».



Para Carrón, este libro ha sido ante todo una ocasión de encuentros, de «compartir la gracia que he recibido, porque aunque entré en el seminario siendo un niño, solo empecé a darme cuenta de la verdadera naturaleza del cristianismo cuando tuve la suerte de conocer CL». Aceptó escribirlo porque «estaba deseoso de ver si lo que estaba viviendo con algunos amigos podía entrar en relación con cualquier otra situación o contexto cultural o religioso. ¿Qué quiero comunicar sintéticamente? Que el cristianismo es un acontecimiento. ¿Y qué significa esto de manera que sea familiar para todos? Que el discurso, la doctrina, se ha hecho carne: el Verbo se ha hecho carne». Concluye citando a don Giussani: «Es un impacto humano que puede sacudir al hombre de hoy, un acontecimiento que es eco del acontecimiento inicial, cuando Jesús alzó la mirada y dijo: “Zaqueo, baja enseguida que voy a tu casa”».

El encuentro acaba y la gente se agrupa fuera de la sala. Siguen discutiendo por grupos o con los ponentes bajo el cielo parisino, y piensas que la frase del confiado organizador al entrar ha ido más allá de sus intenciones. Ha sido, y sigue siendo, un acontecimiento.