Javier Prades (foto:Filmati Milanesi)

Prades y Roy. Los hechos nos despiertan de la pesadilla del futuro

¿La verdad y la libertad son compatibles? ¿La experiencia particular puede tener valor universal? Un diálogo entre el teólogo español y el politólogo francés en el Centro cultural de Milán sobre el papel del testimonio personal en la sociedad plural
Luca Fiore

Novelas, películas, series… Cada vez más a menudo el futuro aparece representado como una pesadilla. El adjetivo que se utiliza es el antónimo de utopía: distopía. El último ejemplo es Ready Player One, la última película de Spielberg. En 2045 la Tierra se ha convertido en un vertedero gigante donde los hombres, para salir de una situación insoportable, se sumergen en un sistema de realidad virtual que les permite vivir la vida de otros. Con esta sugerencia, Andrea Simoncini abre el diálogo entre Javier Prades, rector de la Facultad de Teología de San Dámaso en Madrid, y Olivier Roy, politólogo del Robert Schuman Centre for Advanced Studies y autor de ensayos sobre el terrorismo islámico en Europa, como Generación Isis: quiénes son los jóvenes que eligen el califato y por qué luchan contra Occidente. El título del encuentro, promovido por el Centro Cultural de Milán, es “Del Mediterráneo a Europa. El testimonio en la sociedad plural”. El punto de partida es la siguiente observación: nuestra sociedad es cada vez más incapaz de imaginar un futuro positivo. ¿Por qué?

«Sí, existe una crisis del imaginario colectivo», observa Roy. «Sin embargo, en el siglo XX el imaginario colectivo conllevó consecuencias negativas para la humanidad, pienso en el fascismo, el comunismo. Ese sentido común generaba utopías proyectadas en el futuro y no permitía la nostalgia del pasado. Hoy en día, en cambio, no existe utopía, ni siquiera un verdadero lamento por épocas pasadas». El estudioso pone el ejemplo de “sus” terroristas made in Europe, que nunca son utopistas, ya que sus acciones siempre tienen como resultado la autodestrucción. «La muerte es el centro de su deseo de absoluto». Entonces, continúa, el gran tema es qué es lo que nosotros los occidentales ofrecemos en respuesta a esta amenaza. Dicen que «los valores occidentales», ¿pero cuáles son?, ¿hay algo por lo que estemos dispuestos a morir? «El nuestro no es un miedo “físico” (las víctimas de los atentados no son tantas en porcentaje), sino “metafísico” porque no tenemos una respuesta común a la angustia».

«El nuestro no es un miedo “físico”, sino “metafísico” porque no tenemos una respuesta común a la angustia»

Para Prades el eje alrededor del cual gira el miedo es la crisis de confianza. Emblemático, dice, ha sido el caso del vuelo de Germanswings que en 2015 se estrelló entre Barcelona y Düsseldorf por voluntad intencionada del copiloto. «En aquella ocasión la conmoción fue general. La amenaza no venía desde fuera, no tenía nada que ver con los terroristas islámicos. Para todos estaba claro que si desaparece la confianza, desaparece la sociedad». Sobre esto todo el mundo está de acuerdo, explica, los de derecha y los de izquierda, todos entienden el valor esencial de este elemento necesario para la vida común. «Con aquel episodio se hizo evidente que estaba en riesgo uno de los pilares de la experiencia humana y, al mismo tiempo, se puso de manifiesto que es posible encontrar un elemento compartido por todo el mundo. Pero enseguida surgió la pregunta de cómo garantizar esa confianza». Aquí Prades cita las propuestas que dos comentaristas españoles habían identificado: la creación de sistemas perfectos para evitar riesgos o apostar por la libertad de los hombres.

Olivier Roy

Simoncini relanza el debate y pregunta cómo las religiones pueden contener esta crisis de confianza en un contexto donde el modelo de la secularización parece haber fracasado. Aquí Roy pone el ejemplo de la escuela laica obligatoria en Francia que, cuando se planteó, tenía la ambición de fomentar una convivencia entre creyentes y no creyentes gracias a la moral y a unos valores considerados universales. «Hoy en día sería inviable, porque el debate abarca justo la falta de consenso acerca de los valores», explica el estudioso francés. «A los creyentes no les quedaría más que lo que el intelectual americano Rod Dreher llama la “opción Benedicto”, según la cual los cristianos tienen que apartarse de la sociedad y recogerse en comunidades homogéneas para practicar su vida buena. Otra posibilidad es volver a encontrar un terreno común entre creyentes y no creyentes, ya no hecho de valores sino de emoción y de acción».


Para Prades es preciso tomar conciencia de que existe «una historia muy larga que ha dividido las dimensiones fundamentales de la vida humana. Es una separación al nivel del uso de la razón, que no se puede recomponer de la noche a la mañana». Para el sacerdote español, «el desafío de reconstruir espacios de convivencia pasa por la tarea paciente del testimonio de la experiencia humana. ¿Cómo podemos reconocer los valores compartidos? Cuando los vemos en acto. No será un acuerdo sobre el papel, sino que cada vez que veamos suceder en la realidad una dimensión compartida de nuestra experiencia común habremos dado un paso adelante. Se trata de un modo de usar la razón. Solo si miramos juntos cómo suceden hechos en los que vemos algo que tenemos en común todos los hombres, podremos hacer progresos efectivos hacia la una convivencia posible».

Prades: «¿Cómo podemos reconocer los valores compartidos? Cuando los vemos en acto»

¿Es posible esta dimensión del testimonio, como la concibe Prades, en el mundo musulmán? Para Roy no se trata de una cuestión teológica. Los datos dicen que el intento, desde hace cuarenta años, de armonizar la sociedad bajo el umbral de la ley coránica, la sharía, se ha convertido en una pesadilla. «Cada vez más musulmanes se están dando cuenta de esto. Es interesante observar que la sociedad que vive bajo la república islámica en Irán es también la más secularizada del mundo musulmán», explica el profesor. «Hasta Rachid Ghannouchi, el líder de los Hermanos Musulmanes en Túnez, ha empezado a decir que hacer falta separar la política de la predicación. En muchos países árabes se está despertando, sobre todo en las clases medias, la corriente sufí, que hace hincapié en la dimensión mística de la religión de Mahoma. Este fenómeno facilitaría el debate entre personas de distintas religiones, porque el diálogo sobre una base teológica no es posible».
Para Prades, justo por las observaciones de Roy, urge ofrecer una aportación a nivel interpersonal, carnal. «El gueto no es la respuesta, ni el cosmopolitismo abstracto». Hace falta algo distinto para poder convivir. «Es necesario toparse con una concreción particular que lleve dentro una dimensión universal». No es una paradoja, explica. Un niño no se contenta con la idea abstracta de que las madres quieren a sus hijos, desea que su madre le quiera. Y, al mismo tiempo, para aprender que es cierto que las madres quieren a los hijos necesita vivir en primera persona la experiencia de este amor. «No se pueden separar los valores del lugar donde estos se generan como experiencia. Y esto tiene que ver con la libertad. También en la relación con Dios. Mientras el mundo musulmán no resuelva el problema de la libertad religiosa, será difícil avanzar en el dialogo».



Entonces, ¿cuáles son los puntos positivos por los que volver a empezar?, pregunta Simoncini. «La cercanía, la vida cotidiana, la vida profesional», dice Roy. «Cuando las aldeas, los barrios, las fábricas, los sindicatos están acabados, hace falta recrear una relación social desde la base, a nivel personal».
Para Prades, un elemento que casi nunca se tiene en cuenta en la reflexión sobre la reconstrucción de la confianza en la sociedad es la misericordia. El sacerdote pone un ejemplo de la crónica española. Gabriel Cruz, un niño de ocho años con padres divorciados, desaparece en el corto trayecto hacia la casa de su abuela. La búsqueda dura más de un mes. El caso es seguido en todos los medios. Hasta que encuentran el cuerpo y descubren que el asesino es la nueva mujer del padre de Gabriel. La madre interviene en los medios agradeciendo el tiempo que ha pasado con su hijo y expresando su dolor, haciéndose cargo también del dolor de su ex marido y también del drama de la asesina de su hijo. Y pide a los españoles que no añadan rencor a esta historia. «El impacto ha sido increíble», explica Prades. «Ha bastado el testimonio de una mujer para desmontar todo el odio que normalmente se desata en los periódicos y en las redes sociales en España. De otro modo los periodistas habrían llenado páginas de invectivas. En cambio ha habido un silencio conmovido ante el perdón de la única persona que habría podido pedir venganza. Si hay un gesto de humanidad verdadera, todavía no somos tan inhumanos como para no reconocer su valor universal. Mientras existan hechos así, puede haber esperanza».

«Ha bastado el testimonio de una mujer para desmontar todo el odio que normalmente se desata en los periódicos y en las redes sociales en España. De otro modo los periodistas habrían llenado páginas de invectivas»