Notre Dame. Quién reconstruye el templo

«¿Cuántas veces he pasado por allí sin verla siquiera? ¿Cuántas veces la he mirado sin pensar que esas piedras son vida?». Así habla el incendio de la catedral a la experiencia de los parisinos

No hay palabras para contar lo que ha pasado. Arde una catedral, después de tantos siglos. Se quema un lugar «sagrado» dicen algunos, un «símbolo» de la ciudad, de la «cristiandad», dicen otros. Notre Dame es mucho más. Es una morada, es mi hogar.
La otra noche, volviendo del trabajo, en el metro, todos tenían los ojos fijos en la pantalla del móvil. Esta vez no para jugar o chatear sino pendientes de las noticias, miraban boquiabiertos las impresionantes imágenes. No hacía falta ningún discurso o reclamo. Todo el mundo comprendía la tragedia que se estaba produciendo.
La mañana siguiente, rezando laudes, me impactó un canto de Isaías. Describe mi estado de ánimo:

Mi morada ha sido arrancada,
levantan y enrollan mi vida como tienda de pastores.
Como un tejedor, devanaba yo mi vida;
y me cortan la trama.
Día y noche me estás acabando.


Me llama mucho la atención cómo el profeta, a pesar de describir imágenes duras, se dirige a un "tú".
Todos contemplan la belleza de Notre Dame, el monumento más visitado de París junto a la torre Eiffel: 14 millones de visitantes cada año. Podemos relacionar los dos monumentos que, pese a ser de dos épocas distintas, son resultado de una única mentalidad. De hecho, la catedral, a finales del siglo XIX, no se incluyó en el plan de modernización del barón Haussmann, el urbanista que proyectó París. Distinta suerte tuvieron un centenar de iglesias y capillas medievales o cementerios. Hoy todo el mundo admira "la ciudad de la luz”, París y sus espacios. Pero ha nacido a cuesta de un sacrificio. Notre Dame se dejó como símbolo de la historia de Francia, como dijo el presidente de la República, Macron: «Es nuestra historia».
Para mí no es solo una historia. Es una morada. Un lugar sobre el que mi vida se puede apoyar, reconocer y amar, como nos recordaba el arzobispo de París, monseñor Michel Aupetit. No solo mi vida, sino la vida de cada uno. Todos pueden entrar allí para hacer una visita, confesarse, hablar con un cura, descansar, encender una vela (cada año se encienden cinco millones de velas).

Notre Dame no es solo el pasado, sino un presente, ahora doloroso. Entre las imágenes que se encuentran en las redes, hay una muy emblemática: tres bomberos, "héroes del fuego", en la nave central y la cruz dorada en el calvario, donde todo se ha derrumbado y ennegrecido. La cruz salió ilesa. Más que eso: brilla. Resplandece, a pesar de que todo se haya destruido. La "aguja", el pináculo de 30 metros construido en el siglo XIX, se quemó como una vela. También se ha salvado el tesoro de la catedral con sus reliquias: las espinas de la corona de Cristo, un clavo y un trozo de madera de la cruz, reliquias traídas por San Luis de las cruzadas. Podemos buscar a los responsables e intentar entender las circunstancias, pero creo que el mensaje de esta semana santa está claro. La cruz está salvada: “Ave Crux, spes unica” (te saludamos, santa Cruz, única esperanza nuestra).

El domingo, de la lectura del texto de la Pasión, me impactó sobre todo una frase. Cuando Jesús desde la cruz dice: «Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen». Jesús lo dice mirando a los que le habían condenado y colgado en la cruz. Pero también lo dice por mí. Ahora. Cuando quito mis ojos de Él, ya no sé lo que hago.
Ante esta circunstancia, esta frase ilumina mi rostro, sobre todo de vergüenza. ¿Cuántas veces he pasado por allí y la he mirado sin pensar que esas piedras son vida?
Es la primera frase con la que Giussani empieza el libro Porqué la Iglesia: «La Iglesia es vida». ¿Cuándo la he mirado partiendo de esta necesidad y con esta razón en los ojos? Muy pocas veces. Tal vez mi mirada ya la había convertido en cenizas sin darme cuenta. Lo entiendo ahora, frente a sus cenizas, ante la herida mortal que muestra. Y si no entiendo lo que se juega en esto, si no entiendo el signo dentro de la realidad, es decir, si no me doy cuenta de la relación y del camino que Dios me pide como sacrificio, sigo echando leña al fuego. Puedo pasar "a otra cosa". Como un nuevo peregrino de Emaús, en camino sin rostro porque mi mirada no está verdaderamente puesta en Él.

Frente a esta tragedia, me llama la atención la reacción de la gente. Están los que, ya desde el primer instante, se reunieron cerca de la catedral, de rodillas, para rezar, recitar y cantar "Dios te Salve, María". Miles de personas.
Otros enseguida pensaron en el después, como Macron: «Reconstruiremos esta catedral, todos juntos... Me comprometo, a partir de mañana…». Entre los católicos, circulaban frases de Jesús por las que le acusaron de blasfemia y fue condenado a muerte: «Destruid este templo, y en tres días (yo) lo levantaré». Pone de manifiesto este deseo comprensible de no quedarse en la destrucción y el mal. Dios está porque actúa y el hombre, imitando a Dios, no puede quedarse en la desolación. El hombre herido, ¿cómo se pondrá enseguida a reconstruir? ¿La herida lleva consigo un "porqué"? ¿Cómo es posible volver a empezar? ¿Por quién y por dónde? En la frase de Jesús se esconde un detalle que la mayoría no capta. Él dice «(yo) lo levantaré». ¿Cada uno de nosotros, es consciente de qué "yo" habla Jesús para poder reconstruir el templo? ¿En nosotros vive esa humanidad e ideal que movió a aquellos hombres del siglo XII a construir una morada durante doscientos años, conscientes de que nunca la iban a ver acabada?

En la última cena, Jesús dice a los discípulos: «no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo». Esa es la diferencia a partir de la cual volver a empezar. Justo en Notre Dame, en 1886, el gran Paul Claudel se convirtió. Esas piedras, y la estatua de la Virgen, hicieron que se convirtiera y con el tiempo dio como fruto una obra como La Anunciación a María. Una obra que encarna nuestro drama humano.
El "mundo", del que habla Jesús, de hecho, no espera de mí otra cosa más que me convierta en Jacques Hury, novio de la protagonista, Violaine. Es un buen hombre. Hace bien su tarea. Tal como "el mundo" espera. En cambio, el momento histórico que vivimos necesita que sea como Pierre de Craon, arquitecto maldito y por eso leproso pero que lleva en el corazón una vocación: una obra pensada por Otro. «No es a la piedra a quien le toca fijar su lugar, sino al maestro de obra que la eligió».
Notre Dame es justo esto, la morada donde me quieren y me aman, antes de todo lo demás, donde se reconoce y se comparte –sobre todo– mi exigencia.

Recientemente, una amiga, visitando el Duomo de Milán, me citaba una frase de Antoine de Saint-Exupéry que retoma justo esto: «El que se asegura un puesto de sacristán o de sillero en una catedral construida, está vencido. Pero quien lleva en el corazón una catedral que hay que construir, ese es un vencedor».
Agradecemos, aunque a regañadientes por el dolor, haber recibido esta libertad que se nos ha dado como Gracia. Rezamos para que, agradecidos, sepamos usarla como Dios nos la da.
Silvio (París)