Ferruccio de Bortoli (foto: Filmati Milanesi)

Europa. El bien concreto de estar juntos

¿La UE es un obstáculo o una ventaja? A partir de esta pregunta dialogan Gideon Rachman, Ferruccio de Bortoli y Fernando de Haro. Último encuentro del ciclo previo a las elecciones en el Centro Cultural de Milán
Maurizio Vitali

A fin de cuentas, ¿la Unión Europea es una ventaja o un obstáculo para cada uno de los países miembros? ¿Y qué futuro le espera a la UE, encorsetada entre el crecimiento y la depresión, entre la confianza y el escepticismo? Estas preguntas, que adquieren un evidente interés en vísperas del voto al Parlamento de Estrasburgo, son las que se plantearon a tres periodistas de sendos países europeos que protagonizaron, el 8 de mayo, el cuarto y último encuentro del ciclo "Bajo el cielo de Europa": Gideon Rachman (Financial Time, Reino Unido), Fernado De Haro (La Tarde, Cadena COPE, España) y Ferruccio de Bortoli (Corriere della Sera, Italia). Moderaba Bernhard Scholz, presidente de la Compañía de las Obras, organizadora del ciclo junto al Centro Cultural de Milán y la Fundación para la Subsidiariedad.

El punto de partida fue el Brexit, el hecho político y económico más relevante y dramático en la actualidad, cuya conclusión sigue siendo muy difícil prever. Rachman señala tres escenarios posibles, cada uno con las mismas probabilidades: salida de la UE con un acuerdo (¿pero cuál?), salida sin acuerdo («con consecuencias económicas gravísimas») o la propuesta de un nuevo referéndum. ¿Pero por qué los ingleses han decidido este camino que se está mostrando, cuando menos, turbulento? «Por un lado, el agravamiento de una tradicional falta de confianza, el euroescepticismo, que ya alejó a Reino Unido del euro y del tratado de Schengen y que ha llevado a muchas personas a pensar que era más conveniente la pertenencia atlántica (y el interés de los mercados asiáticos) que Europa», explicó Rachman. «Sin embargo, ahora se registra un fuerte movimiento en contra del Brexit y los ingleses están divididos por la mitad sobre este tema». Por otro lado, continúa Rachman, «el Brexit refleja una crisis que afecta a todos los países europeos. Un ejemplo es el tira y afloja con el nacionalismo catalán en España, el crecimiento de la extrema derecha en Alemania, la revuelta de los chalecos amarillos en Francia, los impulsos antidemocráticos en Polonia y Hungría. En casi todos los países europeos, los partidos de centro-izquierda y centro-derecha filo-europeos dan marcha atrás y crecen las posiciones anti-europeas».




Si el Reino Unido se parar a mirar, por ejemplo, la experiencia española, se daría cuenta de que la Unión Europea ha sido su salvavidas. Fernando de Haro lo ve clarísimo. «La UE siempre ha representado para España, incluso antes de nuestra adhesión efectiva en 1986, un proyecto para facilitar la transición hacia la democracia, para conseguir la reconciliación entre españoles, para su modernización económica y social». ¿Y después de la adhesión? «El balance es sin duda positivo. Los criterios para entrar implicaban un esfuerzo de modernización, control del déficit y de la inflación, que de otra forma no habrían ido bien. A pesar de las faltas del gobierno económico del euro, España, sin Europa, se habría derrumbado desde un punto de vista económico durante la crisis más reciente». Basta volver a Zapatero. De Haro hace un ejercicio de memoria: en 2008 el presidente socialista del Gobierno negó la crisis, su respuesta fue aumentar el gasto público y se llegó a registrar un déficit anual del 11,4% en 2010. «En mayo de 2010, bajo la presión de la Unión, se corrigió el presupuesto, evitando que España cayese en el abismo. Otro ejemplo, en verano de 2012, si la Unión Europea no hubiera invertido 50.000 millones para rescatar el sistema financiero español, España y el euro se habrían derrumbado juntos».
Con el rescate financiero nació también la necesidad de una serie de reformas del mercado laboral y de un equilibrio presupuestario, claves para la recuperación. Gracias a la reforma del mercado laboral y a una devaluación salarial hubo una creación intensa de empleo y un crecimiento del PIB muy superior a la media europea. Nota bene: «A pesar de las fuertes medidas y de ciertas decisiones que se podrían criticar, los españoles han puesto su total confianza en Europa. No han vivido este proceso como un do ut des. Y a pesar de la polarización, cada vez mayor, Europa sigue representando la reconciliación y el futuro».

¿Y en Italia? La tendencia de las fuerzas políticas del Gobierno es la de culpar los criterios de Maastricht, el límite del 3% en la proporción déficit/PIB, es decir, la austeridad forzada por Bruselas, una camisa de fuerza para su crecimiento. «¿Pero qué austeridad?», reclama De Bortoli. «En Italia nunca ha habido una política de austeridad. Excepto en el breve periodo 2011-2012 (gobierno Monti, ndr) cuando estábamos a punto de quebrar y tuvieron que actuar de urgencia. Sin embargo, todo el mundo reconoce que las cosas de prisa y de última hora se hacen mal, porque uno se agarra al primer punto de apoyo disponible, los impuestos, que deprimen la economía. Pero, quitando esa fase, los gastos públicos actuales siempre han registrado un crecimiento. En detrimento de las inversiones y aumentando la deuda pública. Una austeridad eficaz debería en cambio limitar los gastos corrientes y fomentar las inversiones». Decisión que, al parecer, los gobiernos se niegan a tomar. «Me pregunto qué pasaría si no existieran por lo menos los criterios de Maastricht», concluye De Bortoli. «¿Qué otra receta podríamos proponer? Una receta, por supuesto, que ponga de manifiesto nuestra capacidad de reducir la deuda, parte considerable de la cual está relacionada con inversores extranjeros. Porque todos los países tienen un partido populista. Nosotros, para que no nos falte de nada, tenemos dos».

 Gideon Rachman

Segunda ronda. Los retos para Europa. La Unión –no los estados miembros– es el único sujeto que puede jugar su papel en el nuevo orden mundial de poderes. Gideon Rachman observa que China, Rusia y EE.UU, cada uno a su manera, saben que cuanto más se disgregue la Unión, más podrán hacer lo que quieran con Europa. El ponente inglés recuerda que Trump persigue una política hostil hacia Alemania (no se ha organizado ninguna visita a ese país), mientras sus hombres miran a Salvini. Putin, bajo la presión de las sanciones, quiere descomponer la UE, le interesan los soberanistas y forma alianzas con los anti-demócratas como el húngaro Orban. China –totalitario– persigue la infiltración económica, como la nueva ruta de la seda, y considera a los países con gran deuda como una presa más fácil. Rachman está convencido: «La única posibilidad de resistir frente a este desafío es la cohesión de Europa, una política y unas normas comerciales unitarias».

Además, la mayoría de los temas relacionados con economía y comercio son responsabilidad casi exclusiva de la Unión. Cultura y educación, en cambio, dependen de los estados miembros. Entonces, frente al euroescepticismo actual, ¿puede difundirse una cultura que afirme una identidad europea?
De Haro propone aclarar el origen del euroescepticismo. Advierte que no hay que menospreciar a Jürgen Habermas cuando señala que no solo es consecuencia de la crisis migratoria, sino también, y sobre todo, de las desigualdades económicas y sociales, cada vez mayores. Está de acuerdo con Joseph Weiler cuando hace hincapié en una crisis espiritual, un problema pre-político de identidad. Explica el periodista español: «Si la identidad europea no es clara, la legitimidad de la Unión estará a la merced de la percepción del número de derechos que la Unión me garantiza».
¿Por dónde volver a empezar? «Si tuviera que volver a empezar, lo haría por la cultura», sugería el europeísta francés Jean Monnet, primer presidente de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. La verdad es que, según De Haro, «las políticas culturales no han sido capaces de decir qué significa ser europeo». Ni siquiera el Tratado de Maastricht de 1992 podía definir desde lo alto un significado pre-político del ser europeo. «En cambio, el mayor éxito lo ha tenido el programa Erasmus, gracias al cual, en treinta años, más de nueve millones de jóvenes europeos han vivido en otro país durante meses. ¿Por qué a todo el mundo le convence? Porque ha sido y es útil para adquirir, desde abajo, partiendo de una relación entre distintos, una experiencia concreta de la identidad europea».

Fernando De Haro

¿Entonces? Concluye el periodista español: «El problema de la identidad y de la falta de significado, como se ha puesto de manifiesto durante la crisis causada por el intento de redactar la Constitución, no se resuelve haciendo referencias a una herencia histórica, a las raíces de Europa y a un pasado glorioso: la tradición no resiste. No podemos seguir reclamándonos a una imagen estática de una "Europa traicionada" en su herencia moral, los valores abandonados que se habían conquistado de una vez por todas. Tal vez esta queja es lo menos europeo que existe. Ser europeos, ahora, supone empezar desde el principio, es reconocer la experiencia del bien concreto que implica estar juntos. La verdad de lo que significa ser europeo siempre será, como cada verdad, relacional. Llegará gracias a la experiencia».


No es menos cierto que una tradición cultural particular ha generado ese unicum de economía social de mercado, derechos humanos, democracia liberal y bienestar que es Europa. Sin embargo, ahora, a todo esto le toca competir con poderes mundiales "favorecidos" por el hecho de que descuidan o contrastan estas dimensiones. De Bortoli parte de datos asombrosos: Europa representa el 7% de la población mundial, produce el 25% del PIB mundial y el 50% del bienestar que existe en el planeta. El modelo tal y como está no podrá resistir el embate del tiempo, de ahí la necesidad de reformas profundas, explica el ex director del Corriere. «No se puede dejar de defender la economía social relacionada con la democracia liberal. Hay que tener cuidado y no intercambiar la necesidad de seguridad económica por los derechos democráticos. Se requiere memoria y pasión. Memoria para no olvidar lo que fue el siglo XX, cuando prevalecieron los nacionalismos. Y pasión, es decir lo contrario del do ut des al que hacía referencia Fernando, un interés por Europa que nace exclusivamente de la voluntad de valorar el peso específico de cada estado». Visión miope, por otra parte. De Bortoli cita el ejemplo de Ucrania y Polonia: las dos tenían el mismo nivel económico, ahora Polonia, gracias a la UE, ha subido de posición hasta llegar a ser la sexta en todo el mundo.

Queda tiempo para una reflexión crítica sobre las responsabilidades de la (mala) comunicación de la "reputación" europea. En pocas palabras, un problema cultural de pérdida de interés por la verdad. Para De Haro surge de un problema antropológico: la falta de relación con la realidad.
Todavía queda mucho por hacer. Por otra parte, el lema del ciclo de esta serie de encuentros retoma una famosa frase del propio Konrad Adenauer: «Nosotros, europeos, vivimos bajo el mismo cielo». La frase, sin embargo, acaba así: «pero no tenemos el mismo horizonte».