Joseph Weiler (Foto: Filmati Milanesi)

Milán. Europa, ¿en qué punto estamos?

Segundo encuentro del ciclo de conferencias de cara a las elecciones europeas. Dos europeístas, Joseph Weiler y Antonio Polito, enumeran las debilidades de la Unión, empezando por el déficit democrático. Pero no basta con que funcionen los procedimientos
Luca Fiore

Sin duda, cuando llegue el momento nos encontraremos delante de la urna teniendo que decidir el voto para las europeas del 26 de mayo, de donde saldrá el nuevo parlamento. Una cita que ha dado lugar a un ciclo de conferencias titulado “Bajo el cielo de Europa”, como explicó Lorenza Violini, profesora de Derecho Constitucional en la Universidad Estatal de Milán, pero lo cierto es que el auténtico objetivo que se han puesto los organizadores, el Centro Cultural de Milán, la Compañía de las Obras y la Fundación para la Subsidiariedad, es ofrecer una ocasión para conocer y profundizar, de modo que podamos llegar a las urnas con las ideas más claras, no tanto sobre las estrategias de partido sino sobre lo que está en juego.

Sobre esta cuestión, “Cambios fundamentales en marcha en la política y las instituciones”, se confrontaron Joseph Weiler, profesor de la NYU Law of School, y Antonio Polito, subdirector del Corriere della Sera. Como trasfondo, sugerida por Violini, la pregunta planteada por el papa Francisco en su discurso de 2016 al recibir el Premio Carlomagno: «Qué te ha pasado, Europa?».

Weiler partió de una doble premisa. En primer lugar, el euroescepticismo ya no se limita a unos pocos países. «Y esos millones de ciudadanos que ya no creen en las instituciones europeas no son idiotas ni fascistas», afirmó. «Hay que entender las razones que les llevan a poner en discusión los principios de la democracia liberal». Segundo, la crisis de la UE no se puede explicar de un modo materialista, «de lo contrario no entenderemos lo que está pasando, por ejemplo, en Polonia o Austria. La crisis es ante todo una crisis espiritual».

El profesor tomó en consideración los valores propios de Europa. «A cualquiera que le pregunten, al final se pueden resumir en tres: la democracia, los derechos fundamentales del hombre y el Estado de derecho». Y añadió: «Yo lo llamo la “santa trinidad” de los valores democráticos, no solo para haceros sonreír, sino porque son inseparables. Si uno de ellos decae, los otros entran en crisis. Son tres, pero también son uno. Si alguien habla de democracia no liberal, está hablando de algo que no existe». El problema de estos valores, sin embargo, es que garantizar nuestras libertades, sí, pero no nos dicen qué hacer con ellas. «Son valores y libertades procedimentales, una democracia de personas “malvadas” será una democracia “malvada”».

A esta observación, Weiler sumó otra. «Para proceder, necesito un postulado, es decir, una afirmación que no son capaz de demostrar: los hombres necesitan dar un significado a su vida. Nadie quiere vivir una vida sin sentido. Y mi vida significa algo más que mi mera existencia». Esta exigencia se expresa en Europa mediante tres valores que, por muchas razones, han asumido en las últimas décadas una connotación injustamente negativa: patriotismo, identidad y religión. Se ha creado un «vacío de significado», según Weiler, que algunos partidos han intentado llenar mediante una operación en su opinión inaceptable. «Han valorado los derechos, pero no los deberes. En cambio, hace falta que los dos paquetes de valores (democracia, derechos fundamentales y Estado de derecho, por un lado; y patriotismo, identidad y religión, por otro) queden integrados. Cómo hacerlo posible lo explica muy bien la encíclica Centesimus Annus de Juan Pablo II».

La platea en el encuentro del Centro Cultural de Milán

Para Polito, en cambio, la crisis del proyecto europeo es comprensible, puesto que se trata de un experimento inédito y audaz. La unidad de los Estados Unidos también pasó por una guerra civil, explicó, y la de la Unión soviética se alcanzó con violencia y destruyendo los sentimientos de identidad nacional. Por ello, según el periodista, «no debemos dar por descontado que el experimento salga adelante».

Con el tiempo, el ideal de una Europa pacífica, que ponía en común los recursos por los que estallaron las guerras mundiales (la Comunidad europea del carbón y del acero), empezó a debilitarse en el momento en que tanto los electores como los gobernantes dejaron de tener experiencia directa de los grandes conflictos del siglo XX. También se debilitó la convicción de la conveniencia económica, en parte porque con la crisis de 2008 la sede de las decisiones sobre cuestiones que afectan a la vida de los ciudadanos (pensemos en los bancos), en vez de acercarse se alejó. Polito señaló los grandes fracasos de la Unión Europea: la inexistencia de una política integrada sobre migraciones y de una respuesta coordinada al problema de la seguridad y el terrorismo. ¿Pero el proyecto europeo puede renacer? «Lo que vemos suceder con el Brexit me parece el argumento más convincente para afirmar que no conviene salir de Europa. Fíjense en que ni siquiera los euroescépticos más convencidos, como Le Pen o Salvini, hablan ya de la necesidad de salir».

Lorenza Violini pidió a Weiler un intento de esbozo de una posible hoja de ruta a la hora de decidir el voto. La primera respuesta fue un triste «¡bah!». Luego el profesor precisó que sería algo parecido a un programa político cuyo objetivo fuera una reforma institucional europea. Reforma que, según el profesor, ninguna fuerza política auspicia en este momento. «Si los europeístas no admitimos que el pecado original de la Unión es un déficit de democracia, acabamos siendo igual que los populistas».

Para él, toda democracia cumple dos características: el principio de responsabilidad, por lo que el gobernante responde a las elecciones por lo que ha hecho; y el principio según el cual si electoralmente existe una cierta mayoría, la acción política deberá reflejar la sensibilidad de esa zona política. Algo que en Europa no se ha verificado. «Pagar impuestos es el alma de la democracia. Es extraño que no exista un sistema impositivo a nivel europeo. Además, tenemos que aceptar que la pax americana ha acabado. Hace falta un sistema de defensa europeo». Y añadió: «Cuando pensamos en el tema de las migraciones no debemos tener miedo al término asimilación. Se puede ser un buen ciudadano europeo y ser musulmán».

Antonio Polito

Polito retomó el tema de la integración política en virtud de las relaciones internacionales y el déficit democrático. «¿Para quién de nosotros, en las últimas elecciones, Jean-Claude Juncker era el candidato para guiar la Comisión europea? El mecanismo del Spitzenkandidat, que la última vez más o menos funcionó, esta vez se ha puesto en discusión porque, probablemente, ni el Partido Popular Europeo ni los socialdemócratas tendrán la mayoría. Incluso Emmanuel Macron, presidente francés y gran europeísta, está en contra de este sistema».

La gran debilidad de Europa, añadió el periodista, es que no ha conseguido dar el salto de calidad necesario para presentarse en la escena mundial de manera unida. «El efecto más peligroso de la disolución de la Unión es que dejaría sobre el terreno una serie de pequeños estados a merced de acontecimientos que hoy ni siquiera somos capaces de imaginar».

Violini terminó relanzando la pregunta que daba título al manifiesto de Comunión y Liberación en las elecciones de 2014: «Europa, ¿es posible un nuevo inicio?». Weiler se declaró pesimista. «La fuerza de Europa no es la economía, que ya solo representa el 7 por ciento de la mundial, sino su contribución como civilización. Civilización que ha crecido sobre un doble pilar: Atenas y la Ilustración, por un lado; y Jerusalén y Roma, es decir el cristianismo, por otro. El equilibrio entre estos dos polos es lo que ha hecho grande a Europa. Hoy el primero parece más saludable que el segundo, pero si decae el alma cristiana solo quedarán valores procedimentales. Me alegro de ser viejo para no ver cómo acaba esta historia…».

La moderadora no dejó caer el ánimo y añadió: «Podríamos parafrasear esta observación de Weiler con la pregunta que Jesús hace en el Evangelio: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”. Creo que debemos hacernos esta pregunta, pero antes de planteárnosla a nosotros mismos, deberíamos plantearla ante Dios».