Palermo, plaza San Domenico (Foto Unsplash/Giuseppe Buccola)

Palermo. «Como hijos amados»

El centenario de don Giussani, la visita de Davide Prosperi y una asamblea con la comunidad de la capital siciliana. El relato de un diálogo
Maria Gabriella Ricotta

Cuántas cosas pueden pasar cuando esperas la visita de un amigo importante que la vida ha puesto a tu lado. Con Davide Prosperi queríamos contarle a nuestra ciudad quién ha sido para nosotros don Giussani cuando se cumplen cien años de su nacimiento. Así que organizamos dos encuentros en Palermo: un primer acto público y luego una asamblea con la comunidad. La primera evidencia, tanto en el primer caso como en el segundo, era que no estábamos conmemorando a un hombre que ha muerto sino una experiencia viva. Un acontecimiento que sucedía ante nuestros ojos.

El primero que intervino en la asamblea fue Giampaolo, el “recién llegado” a la comunidad: «Un día de estos estaba en el supermercado y en los altavoces emitieron este mensaje: “Sabemos que entras por necesidad, pero vuelves por calidad”. Creo que estas palabras pueden describir mi experiencia de acercamiento al movimiento en los últimos dos años. Fascinado por la lectura de don Giussani (la necesidad), me he encontrado con una auténtica compañía (la calidad) con la que compartir ese “bello día” que ha entrado en nuestra vida. Una compañía formada por ese amigo con el que te encuentras al amanecer, antes de ir a trabajar, para hablar de la Escuela de comunidad entre otras cosas; esa “panda” con la que me junto en el Banco de Solidaridad, esa amiga memor Domini que solo estando ahí me pone delante la única realidad indispensable…
Además, en la carta que el papa Francisco envió el 18 de octubre a Prosperi, leí su invitación a ser alegres y creativos. Para mí, la invitación a la alegría no es la habitual recomendación moral llena de buenos propósitos, sino la consecuencia lógica del encuentro que he tenido con el Misterio, que vuelve excepcional mi rutina más banal y que descubro en esta compañía que me ha acogido».

Después, Alida narró la aventura de su viaje para ir a la audiencia con el papa Francisco acompañada de Enzo y sus dos hijos, Simone y Samuele, con 21 años y una discapacidad. La compañía de Samuele supone una historia dentro de la historia, sobre la que Davide comentó: «Esto debería ser una ayuda para todos, pues solemos complicarnos la vida con muchos conceptos confusos. ¿Por qué Samuele, Simone y Andrea (que subió al cielo nada más nacer, ndr) pueden ser tal como Alida ha descrito? Porque lo que ellos experimentan es que hay alguien que les quiere, que la vida vale porque hay un tú que les ama, les estima, es decir, reconoce el valor infinito de lo que son. La mayor parte de nuestras dificultades en la vida real nacen de esta incertidumbre: no nos sentimos queridos gratuitamente, por el valor infinito que tiene nuestra vida, porque hay alguien que nos quiere ahora y porque el significado de nuestra vida es vivir, es decir, corresponder a ese amor. Creo que esto es lo más bonito que nos podemos contar, porque nos ayuda a hacer memoria de algo que Giussani nos enseñó: el protagonista de la historia no es un gran hombre ni una gran mujer, sino el mendigo, aquel que pide ser querido, reconocido y acompañado».

Enseguida Vitalba tomó la palabra: «Para mí nunca ha sido tan urgente como ahora tener una relación personal con Cristo. La falta de mi marido; tres hijos, una adolescente; una carga de trabajo que se triplica, una serie de desgracias que se ciñen sobre mi familia, me hacen reconocer continuamente Su presencia y pedirla como hija preferida. ¿Pero cómo puedo decir que Cristo es todo en todos y sobre todo cómo se lo digo a mis tres hijos?Cuando lo pienso, enseguida me acuerdo de lo que me dijo mi marido poco antes de irse al Paraíso. Yo le pedía que no se fuera, que no me dejara sola, y él me respondió: “Me fío de ti, ¡y tú no estás sola!”. Ese fue el momento de la “entrega”, la suya y la mía. “Tú no estás sola”, ¿qué significa? Al principio me preocupaban mis hijos, ¿qué voy a darles si ya no tengo nada? Ese instante en que, por gracia, “entregué” a Pepe, “entregué” también mis presunciones como madre. No tengo sensación de pérdida, mi vida ha sido relanzada. Verdaderamente he podido y puedo experimentar el ciento por uno. Cuando miro a nuestros hijos, no veo a tres huérfanos, veo a tres jóvenes que siguen disfrutando de la paternidad de Pepe, mi marido, que ahora pasa por rostros muy concretos».

«Yo perdí a mi padre cuando tenía seis años», contestó Prosperi, «y mi hermano tenía dos años menos que yo. Así que comprendo lo que dices, lo comprenso pensando sobre todo en mi madre porque tuvo que criar a dos niños sola. Aunque puedo decir que he visto todas las cosas que describes de tus hijos, el dolor, la fatiga, la nostalgia, la sensación de abandono, nunca he sentido la vida como algo negativo por un solo motivo: que para mi madre no era así, es decir, para mi madre la vida, la realidad era positiva, porque Dios está presente en su vida. Luego conocí a don Giussani y en él descubrí a un padre no biológico pero que realizó toda la trayectoria que en cierto modo yo ya había vivido. Y ahora estoy aquí».

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Todos pudimos hacer memoria y dar testimonio de nuestro ser hijos amados. No es fácil describir la belleza y la densidad de esos días y sería imposible contar todas las intervenciones, pero no creo que pueda haber una manera más verdadera de recordar y mostrar a don Giussani, que como dijo el entonces cardenal Ratzinger en su funeral, «no buscaba para sí la vida, sino que dio su vida; precisamente de este modo encontró la vida, no solo para sí, sino también para muchos otros» de modo que «se convirtió realmente en padre de muchos y, guiando a las personas no hacia sí, sino hacia Cristo, se ganó los corazones, ayudó a mejorar el mundo, a abrir las puertas del mundo para el cielo».