Caritativa cerca de la estación de Luxemburgo

«La pobreza que nos constituye»

Repartir comida entre drogodependientes, comprar alimentos para los necesitados… Los amigos de la comunidad de Luxemburgo se suman a la obra caritativa del padre Laurent. De Huellas de Enero
Paola Bergamini

Septiembre 2021. Al terminar de trabajar, Luciano, Andrea y Simone llaman a la puerta de la parroquia del barrio de Bonnevoie, en Luxemburgo. Quieren pedirle al párroco que les deje acompañarlo en el reparto de comida a toxicómanos que el sacerdote hace una noche a la semana en varios puntos de la ciudad. Llevan tiempo pensando en retomar la caritativa después de la pandemia. El padre Laurent les pregunta quiénes son, a qué se dedican y luego les dice sencillamente: «La razón por la que vamos a ver a esta gente no es para desempeñar un servicio social, buscar una solución a su drogodependencia, ni mucho menos para que se conviertan. Vamos a encontrarnos con Cristo que nos llama a través de estos hermanos desamparados». Andrea piensa inmediatamente en las palabras de Giussani: «Vamos a la caritativa para aprender a vivir como Cristo».
Es martes, día de reparto. Los tres amigos no se lo piensan ni un segundo, agarran la bolsa, meten dentro botellas de agua y comida, y salen con el sacerdote rumbo a Abrigado, un centro de ayuda a drogodependientes en las afueras de la ciudad. Mientras entrega una caja de galletas o un bocata, el padre Laurent se para a hablar con los hombres y mujeres que encuentra a su paso. «Pudimos ver en acto lo que nos había dicho. Una mirada y una apertura hacia su humanidad que transformaba sus rostros deshechos por la droga. Delante de él, sus ojos volvían a brillar. Parecían renacer», recuerda Luciano. «Lo que yo deseo para mí es esa misma mirada, ese mismo abrazo».

A ese primer núcleo se van sumando otros amigos que empiezan a ir también a otros lugares de la ciudad por los que pululan los toxicómanos. La realidad que se abre ante sus ojos es cada vez más dramática. No los salvan ni los convierten, pero siempre sucede algo que les sorprende.



Una noche, un hombre se acerca a Luciano. Se tambalea, farfulla alguna palabra, está bajo los efectos de las drogas. Pero esboza una sonrisa cuando ve que le ofrecen unos bollos. «Me recordaba cuando era niño», dice. Como casi no tiene dientes, esos bollos blanditos son ideales para él. Los voluntarios lo saben y por eso se los llevan. Abre uno de ellos y empieza a contar su historia. De origen canadiense, empezó a drogarse muy joven, pero ahora quiere dejarlo. Ha pedido entrar en una comunidad. «Pero tardan meses en responder. Quién sabe si entonces seguiré teniendo ganas». Es imposible encontrar respuesta. «¿Tienes familia?», le pregunta Luciano. «Sí, estoy casado». «¿Sigues viendo a tu mujer?». «No. Ella lo ha conseguido, lleva meses sin drogarse. ¿Sabes? La quiero mucho y me da miedo que, si me ve, vuelva a recaer». Nunca se habría imaginado una respuesta así. «Un hombre tan machacado me ha enseñado lo que significa sacrificarse por otro. En ese momento pensé: esta es la virginidad de la que habla Giussani».

A menudo, estos amigos tienen que enfrentarse con la basura nauseabunda que estos hombres y mujeres desesperados llevan consigo. A veces es tan fuerte que les cuesta acercarse. Tanto que se lo comentan al padre Laurent, que les dice: «No debe escandalizaros esa sensación de repulsión. Quizás una vez podéis aguantarlo, ¿pero la siguiente? ¿Y la siguiente? No es una cuestión de aguante. Lo único que podéis hacer es poner esa sensación de impotencia en manos de Otro y pedirle que transforme vuestra incapacidad, esa pobreza que nos constituye. Fijaos, esta posición humana marca la frontera con el voluntariado». De camino a casa, Luciano mira de un modo distinto la discusión que había tenido esa mañana con su mujer. Ya no le domina la rabia.

Además del reparto de comida, una vez a la semana la parroquia distribuye también productos alimenticios entre personas necesitadas. Los sábados Francesco se encarga de comprar los alimentos que van a donar. Mientras recorre los pasillos del supermercado, recuerda a una madre ucraniana con su pequeño, a un marroquí sin techo que conoció la semana anterior… Rostros e historias concretas que lleva impresas en el corazón. Un día, un hombre le cuenta que duerme en el aeropuerto hasta que cierran, luego deambula unas horas por las calles de la ciudad y regresa cuando vuelven a abrir la terminal. «No está tan mal, consigo mantener el calor», dice. Para Francesco está siendo un tiempo de cambios en la empresa. «Solo podía pensar en eso, me daba miedo que supusiera un freno en mi carrera. Las palabras de este hombre me despertaron y me hicieron preguntarme: ¿pero en qué se apoya mi vida? ¿Mi mundo solo está en función de mis problemas laborales? La caritativa me pide estar vivo. Cuando me he despertado esta mañana y he visto que estábamos bajo cero, lo primero que he hecho ha sido pensar en ellos».

Stefano llegó hace seis meses a Luxemburgo por trabajo. Antes de irse, sus padres le aconsejaron que buscara amigos de la comunidad. «Es lo primero que hice y Luciano me invitó a la caritativa». Un martes empezó espontáneamente a hacer de “portero”, es decir, a colocar a la gente en la fila para recibir alimentos, adelantando a las familias con niños o poniéndolos a cubierto cuando llueve. Pero a veces se bloquea la entrada porque se para a charlar con ellos. A Andrea le parece una pérdida de tiempo, pero ve que el rostro de esas personas se ilumina cuando hay alguien que les dedica tiempo y hasta recuerda sus nombres de una semana a otra. Hasta que llega Francesco y les pide que vuelva a circular la fila. «Estos amigos son un punto de referencia dentro de la soledad en la que vivo porque estoy lejos de mi familia, de mi novia, de los afectos de mi vida. Nos cuidamos mutuamente. Luego está el supereficiente, el que se pierde, el silencioso, el que no deja de hablar… He aprendido a valorar la sensibilidad de cada uno. La caritativa es ese puerto seguro en el que siempre puedes volver a empezar», explica Stefano.

Durante una pausa en una reunión de trabajo, un colaborador paró un momento a Luciano: «Perdona, ¿tú eres el que va a llevar comida a los drogadictos?». Al ver su cara, añade: «No, perdona, es que se lo he oído contar entusiasmada a una compañera. Estaba tan contenta que quería preguntarte si puedo ir». ¿Su compañera feliz? A Luciano le parece imposible. El martes por la noche, cuando llegaron a Abrigado, un hombre se le acercó gritando con una barra de hierro. Fue un momento de pánico. Los demás se pusieron inmediatamente en medio formando una barrera para protegerlos. El hombre se marchó maldiciendo y empezaron con el reparto. Ella se agachó para hablar con una chica y el miedo se esfumó, ni siquiera hablaron de ello. Una semana después, este colaborador le comenta a Luciano: «Ayer estuve en Abrigado. Cuánto te lo agradezco, esta mañana me siento más auténtico».

Cristina también probó. Una noche se arriesgó a acompañar a los voluntarios, pero tenía tanto miedo que al final no fue. A ella y otros amigos que por diversas razones no pueden realizar ese gesto de caritativa, el padre Laurent les propuso la adoración eucarística: rezar por los amigos que salen a repartir y por las personas que esperan comida en la fila, para hacer memoria de que solo Cristo responde.

Una noche se encontraron al padre Laurent y le dieron las gracias por el trabajo que hacen juntos y por la ayuda que supone verlo en acción. Entonces el sacerdote les respondió: «Soy yo quien os da las gracias. Me impresiona cómo estáis, cómo les acogéis, porque me ayudáis a estar delante de esta humanidad desamparada. Traedme ese libro que siempre leéis al final (El sentido de la caritativa, ndr), me interesa». Al día siguiente le envían la traducción francesa de ese libro escrito en Milán en los años 60 pero que sigue siendo tan actual. La organización no siempre es perfecta, a veces no hay suficiente comida, y la sensación de impotencia es muy fuerte. «Pero lo que me impresiona es cómo se abre la humanidad. Estamos en un camino donde no hay que censurar nada», dice Luciano. «Por eso vuelvo cada martes».