Una clase en el colegio "Frassati" de Seveso (Monza Brianza).

Educación. «El bien también se transmite por contagio»

De mirar una experiencia vivida en el colegio durante la pandemia al encuentro con el arzobispo de Milán con los colegios concertados de la zona. Para ver cómo «el Señor escribe las líneas de nuestra vida»

A lo largo de este año, nuestro colegio ha sido testigo de muchos testimonios de una relación viva entre profesores y familias. Por eso, sentí la necesidad de que lo que ha pasado no se pierda, no se quede en un bonito episodio sino que pueda dejar una huella. Así que escribí a nuestro arzobispo Mario Delpini para contarle todo y, conmovido tras la lectura del libro de Julián Carrón Educación. Comunicación de uno mismo, se me ocurrió invitarle a una presentación del libro y un diálogo con las familias de nuestros alumnos. Quería comunicar la experiencia vivida y profundizar en lo que el texto de Carrón me provoca y describe, pero el Señor hizo más que eso.

Para empezar cambió el deseo, evolucionó… Sentía en el corazón la urgencia de compartir con los demás profesores que lo que había vivido. Por eso empezamos a leer juntos el libro a la hora de comer. Luego pensé en los demás colegios de la zona, preguntándome si ellos también podrían estar interesados en profundizar en la experiencia que habíamos vivido y en dialogar con otros para crecer en la conciencia de este camino. Entonces llegó la respuesta del arzobispo, dando su disponibilidad para acompañarnos. Ya no podía quedarme parado, así que creamos una mesa de zona con otros directores y coordinadores de otros centros para organizar el trabajo.

Fue una auténtica sorpresa. Ni siquiera sabía que hubiera tantos colegios en la zona del valle del Seveso y por primera vez nos veíamos las caras, reconociéndonos con un deseo común: poner ante nuestro obispo la vida y las preguntas que durante el último año afloran en nuestro corazón.

Historias y carismas distintos, con la alegría de juntarnos, como en el relato de Manzoni, para escuchar «qué irá a decirnos». Cayeron las barreras de las “torres” y, mientras trabajábamos, nos decíamos: «Ojalá no sea esta la única vez que nos juntamos». Así surgió también la idea de trabajar sobre lo que nos dijera el arzobispo, como un diálogo fecundo para la vida en nuestros colegios y familias.

El Señor reescribe nuestras líneas, las cambia y agranda nuestro deseo. No habría una presentación del libro como habíamos pensado al principio, sino un diálogo entre los colegios concertados católicos y nuestro obispo sobre la educación de los hijos.

El encuentro supuso un gran momento de paternidad, que nos reanimó nuestra tarea como padres y educadores. Respondiendo a algunas madres, Delpini señaló que la experiencia de la fe, vivida dentro de la pertenencia a la comunidad cristiana, permite vivir con una esperanza fundada cualquier situación de la vida, de alegría o dificultad, y testimoniar esa esperanza a hijos y alumnos. Esta experiencia también nos permite no quedarnos bloqueados por nuestra incapacidad estructural ante todos los desafíos que tenemos que afrontar, sobre todo en el ámbito educativo: es un sostén para lanzar a los chicos a la perspectiva de una vocación que no defrauda, donde la alegría y la dificultad constituyen a partes iguales una vida entregada y cumplida. «El secreto de educar», nos dijo varias veces, «está en una promesa adecuada para la vida». La tarea de las comunidades educadoras cristianas, por tanto, consiste en ser hombres y mujeres marcados por la fe en su vida cotidiana, hasta el punto de “atraer” a aquellos con los que se encuentra. En un momento en que la palabra “contagio” es para nosotros sinónimo de algo malo, el arzobispo nos recordó que el bien también se transmite por contagio, que es el único camino para que nosotros, los adultos, recuperando el gusto de educar –es decir, de vivir–, desarrollemos nuestra tarea educativa.

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¿Qué me llevo a casa de esta experiencia? Que a partir de una historia particular empieza todo y no debo tener miedo a tomar en serio lo que mueve mi corazón porque, si lo pongo en manos de Dios, sin duda nacerá algo grande. Por último, me he visto invitado a tomar conciencia de la responsabilidad personal que tengo ante el acontecimiento que me ha salido al encuentro y el don que puede suponer para la Iglesia, no solo la local, sino para el mundo entero.
Alfredo, Seveso