La imagen de Charles de Foucauld en su beatificación en 2005 (Foto Alessia Giuliani/CPP/CIRIC)

Charles de Foucauld. El «hermano universal»

Se anuncia la fecha de canonización de siete nuevos santos, entre ellos el religioso francés que ponía como ejemplo el Papa en su última encíclica. Así lo describen quienes siguen su carisma
Cristina Zaros*

Dentro de poco, la Iglesia universal podrá contar con otros siete nuevos santos**. Un don por el que dar gracias. Estos hermanos y hermanas «nos alientan a no detenernos en el camino, nos estimulan a seguir caminando hacia la meta» (Gaudete et Exsultate, 3). Cada uno de ellos vivió su propio camino de vida cristiana, tan único como la existencia de cada uno, pero todos hicieron de su vida un don por amor a Dios y a sus hermanos, y nos muestran un camino concreto, real, para que podamos imitarlos.

Entre ellos está Charles de Foucauld (Estrasburgo 1858 - Tamanrasset 1916), el apóstol del desierto, beatificado en 2005, al que el Papa recuerda al término de su encíclica Fratelli tutti como «“el hermano universal”, que identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos» (cfr. 286-287).

¿Quién es Charles de Foucauld? Un hombre en búsqueda, con un camino de fe no lineal, atravesado por momentos de oscuridad y lejanía. Llegó a encontrar a Dios después de un periodo inquieto en el que perdió la fe de su infancia. A los seis años se quedó huérfano y fue acogido, con su hermana menor Marie, por su abuelo.

De Foucauld en el desierto argelino (Foto Collection Dupondt/akg-images/Mondadori Portfolio)

Adolescente, orientado hacia la carrera militar, se alejó de la fe buscando satisfacciones inmediatas y efímeras, sin llegar a saciar la profunda sed de sentido que llevaba dentro. Una luz volvió a encenderse en él cuando, al dejar el ejército, emprendió un viaje de exploración en Marruecos. En esta experiencia quedó profundamente impactado por la hospitalidad y sentido de Dios del pueblo musulmán, aquello le fascinó.

A su regreso, no hallaba la paz. Le martilleaban las preguntas sobre Dios. Y Él salió a su encuentro mediante el testimonio de fe de su familia y del abbé Huvelin, párroco de la iglesia de san Agustín, hombre de fe y sabia guía espiritual, que le propuso poner toda su vida en manos de Dios mediante la confesión. Desde entonces todo adquirió otro sentido. Escribe él mismo: «Tan pronto como creí que existía Dios, me di cuenta de que no podía hacer otra cosa que vivir para Él» (Carta a Henry de Castries, 14 de agosto de 1901).

Durante una peregrinación a Tierra Santa, intuye que su vocación es vivir imitando a Jesús, su vida oculta en Nazaret. Comienza un camino de búsqueda de la voluntad de Dios que le lleva a vivir primero en la Trapa durante siete años, luego en Nazaret, al servicio del monasterio de las clarisas durante otros tres. Aquí trabaja humildemente y lleva una vida escondida, de soledad y oración. Pasa largas horas ante la Eucaristía, escuchando el Evangelio. Siendo sacerdote, se siente llamado a vivir entre los pobres del Sáhara argelino, los más abandonados, porque aún no conocen a Jesús. Desea ser para ellos un hermano, el hermano universal.

Pasó los últimos quince años de su vida en el desierto, primero en Beni-Abbès y luego en Tamanrasset, entre los tuareg. Reza, trabaja, acoge a cualquiera que llame a su puerta: militares, esclavos, pobres, extranjeros. Cultiva relaciones con muchísima gente mediante una intensa correspondencia, se dedica a estudiar a fondo la lengua tuareg, intentando ofrecer herramientas adecuadas a los futuros misioneros. Cree en la gracia evangelizadora de la Eucaristía, presencia discreta de Jesús que actúa en silencio, en medio de los que no le conocen. Desea que quien lo conozca pueda reconocer en él la bondad de Jesús, que trata de imitar. Muere el primero de diciembre de 1916, asesinado por una banda de saqueadores.

Charles siempre deseó tener compañeros, pero murió solo, como una semilla que cae dispersa en medio del desierto… Pero, después de su muerte, miles de personas, creyentes y no creyentes, se han visto atraídas por su testimonio y se ha convertido en referencia para sus vidas. Varias familias religiosas y grupos eclesiales repartidos por todo el mundo siguen su camino y constituyen la gran familia espiritual de Charles de Foucauld.

También nosotras, hermanas del Discípulo del Evangelio, lo hemos “conocido”. Durante nuestro camino personal y comunitario de búsqueda de Dios y de una fraternidad evangélica, hemos visto en su persona ciertas intuiciones que son importantes para nosotras. Especialmente, el encuentro vivo con Jesús en la oración, en la escucha del Evangelio y en la contemplación de la historia; la apertura al otro mediante la acogida y compartiendo la propia vida, la vida diaria como lugar donde vivir el anuncio evangélico, la fidelidad a las pequeñas cosas, la búsqueda del bien. Su espiritualidad es un don para nosotras y experimentamos su fecundidad y capacidad de decir algo a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

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Proclamándolo santo, la Iglesia nos invita a mirarle. Su amor a Dios le llevó a valorar todas las relaciones como lugar de encuentro fraterno y ocasión de testimonio evangélico. Partiendo de este amor concreto, él nos muestra el camino para construir una auténtica fraternidad universal.


*Hermanas del Discípulo del Evangelio

**Aparte de Charles de Foucauld, estos son los beatos que serán canonizados: Lázaro, llamado Devasahayam; César de Bus; Luigi Maria Palazzolo; Giustino Maria Russolillo; Maria Francesca di Gesù (Anna Maria Rubatto); Maria Domenica Mantovani