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«Mamá, yo soy feliz»

El esfuerzo y sufrimiento de una madre ante la discapacidad de su hijo, hasta que se da cuenta de que él «vive cada jornada respondiendo a un amor»

Tenemos tres hijos maravillosos. El mayor, de once años, es un niño “especial”, como se suele llamar amablemente, aunque en el fondo es verdad, a los niños con alguna discapacidad. A pesar de que hace cosas que ningún médico podía imaginar, tiene muchas limitaciones y dificultades, sobre todo desde el punto de vista cognitivo: no lee, escribe su nombre a duras penas y no consigue aprenderse ningún número más allá del uno y el dos.

Hace unas semanas le estaba acompañando para acostarse y al ver a su hermano leyendo en la cama me preguntó: «Mamá, ¿por qué yo no sé leer?». Confieso que se me rompió el corazón, y no solo porque no tenía una respuesta para él, sino sobre todo porque inicialmente su inconsciencia respecto a sus límites me aliviaba, pero en aquella pregunta residía todo su deseo de poder ser como los demás, como sus hermanos. Intenté decirle algo como pude y luego me acosté a su lado. En un momento dado me dijo: «Mamá, de todas formas yo soy feliz».

Me quedé sin palabras y en los días siguientes empecé a observarlo mejor para comprender cómo podía decir algo así, teniendo en cuenta el esfuerzo que hace todos los días en el colegio, sus limitaciones en todo lo que intentamos que haga, y me di cuenta de que él vive cada instante respondiendo a un amor que recibe. Se levanta por la mañana porque le llamamos, se esfuerza en clase porque su maestra le anima, hace los deberes porque yo estoy a su lado, aprende con gran esfuerzo a montar en bici porque su padre no se separa de él ni un instante. Desde hace algunos domingos, es monaguillo en la parroquia. Durante la misa nos mira todo el rato y sus hermanos no lo pierden de vista. Todas las noches me dice: «Mamá, quiero que estés conmigo siempre».

Últimamente me siento invadida por la incertidumbre y el miedo, tengo delante a un niño que no sabe valerse por sí mismo pero vive cada jornada sabiendo que es amado y él sencillamente responde a ese amor.

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Cuántas veces he vivido como algo injusto que nos haya tocado esta dificultad, cuántas veces he envidiado a mis mejores amigos y a sus hijos sanos (sin duda, no me enorgullezco de pensar estas cosas) pero es precisamente a través de la contradicción de la enfermedad de mi niño y de sus límites, a través de la mirada libre y afectuosa de sus hermanos, por donde pasa la vocación de mi vida, de mi matrimonio, de la relación con mis mejores amigos.
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