Wael Farouq (Foto Meeting Rimini)

El peregrino penitente que contempla las estrellas

El Papa no hace diálogo ni diplomacia. «Llena el vacío con su presencia». Wael Farouq, a propósito del viaje a Iraq, cuenta cuando el Gran imán de Al-Azhar quiso rezar por Francisco…
Wael Farouq

La visita del Papa ha sido la primera ocasión en que todos los componentes de la sociedad iraquí se han unido. Chiítas, sunitas, kurdos, cristianos… Todos se han reunido en torno a la figura de Francisco. ¿Pero por qué ha querido visitar Iraq, Jordania, Palestina, Marruecos, Egipto, Emiratos Árabes? Es la misma pregunta que se hacen también los iraquíes. «¿Por qué viene, con la pandemia y los atentados terroristas? ¿Por qué justo aquí?». Un iraquí intenta darles una respuesta: «Porque el Papa es el profeta de los heridos. ¿Y quién más herido que los iraquíes, un pueblo olvidado y asediado durante años?».

En su carta antes del viaje, Francisco reiteró que iba a Iraq como «un peregrino penitente», a contemplar las mismas estrellas que Abrahán. Pero un peregrino no viaja llevando consigo esperanza y bendición a los demás, sino para pedirla. Tal vez entonces también haya querido visitar Iraq y el resto de países árabes para recordarnos que la Iglesia católica no es europea y que la fe cristiana no es occidental. Las raíces del cristianismo no cuelgan del cielo sino que están bien arraigadas en una tierra con una larga historia y un presente duro, lleno de dolor, sufrimiento y testimonio, que ha mantenido y sigue manteniendo viva esta fe desde hace dos mil años.

El encuentro entre el Papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar en febrero de 2019

La visita del Papa a Iraq ha sido una Pascua para los mártires cristianos iraquíes, la resurrección de su testimonio, arrancándola del olvido. Con su visita, ha escrito para ellos una historia nueva, ya no movida por el terror del asesino sino por la esperanza encarnado en el testimonio de las víctimas que, en tiempos de duda y nihilismo, decidieron dejarlo todo atrás en nombre de su fe, en nombre de lo que da significado a su vida y transforma su muerte en gloria.

El Papa no hace diplomacia o diálogo, sino algo mucho más sencillo y fundamental: llenar el vacío en el que pueden crecer el odio y los prejuicios. Ha llenado ese vacío en el espacio público y en los corazones de los demás, árabes y musulmanes. El suyo no es un diálogo abstracto, sino que lo lleva dentro de la vida cotidiana de la gente común. Y lo hace sencillamente con su presencia. Él no dialoga, está presente. Pone fin a un diálogo entre estereotipos, que es aún más peligroso que el conflicto entre estereotipos.

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Por tanto, no hay que sorprenderse si el Papa escribe en la encíclica Fratelli tutti que la escribió inspirándose en su encuentro con el Gran imán de Al-Azhar. Como tampoco hay que sorprenderse de que el Gran imán, un día, pidiera a un grupo de musulmanes reunidos en su despacho, entre los que estaba el que suscribe, que pararan un momento en silencio para rezar juntos por Francisco.

El Papa, con su presencia, ha transformado el diálogo, haciendo que pase de ser una ilusoria comunión en la fe a una comunión real en la vida.