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Profes y alumnos. Un solo camino

Es posible apostarlo todo por el corazón de cada uno, como decían en el encuentro del 30 de enero. ¿Qué sucede cuando a un alumno que le cuesta conectarse le hacen la gran pregunta sobre el sentido de la vida?

El encuentro del 30 de enero sobre educación me sorprendió por la audacia y confianza con que Carrón mira el corazón de cada uno de nosotros. Me hizo pensar en lo que me ha pasado con un alumno.
A principios de curso conocí a este chaval, especialmente desganado, que no daba ninguna señal de respuesta a los estímulos que intentaba lanzarles durante las clases. Un día tuve que gritarle duramente por la enésima vez que le pillaba sin haber hecho nada. Después de aquello me buscó para decirme que no sabía cómo estudiar. Tuvimos una conversación que fue mucho más allá de la Revolución Francesa y santo Tomás. En esa charla le pregunté si su corazón se hacía alguna pregunta y, de manera tajante y clara, su respuesta fue: no. Durante estos meses he intentado mirar con él lo que hay y ha empezado a estudiar con sus compañeros, hasta aguanta sentado durante toda la hora de clase, pero sigue siendo él. Las clases online implican una lucha particular –para él y para otros– por salir de la cama y muchas veces se levantan demasiado tarde para seguir el horario establecido.

Hace unas semanas empecé a explicar a Spinoza, concretamente la introducción a su Tratado de la reforma del entendimiento: «Después de que la experiencia me enseñó que todo lo que ocurre en la vida común es vano y fútil, y viendo que todas las cosas por las que y a las que temía no tienen nada ni de bueno ni de malo en sí, sino en la medida en que el ánimo es afectado por ellas, decidí, finalmente, investigar si existía algo que fuera un bien verdadero y comunicable de suyo, y que tan solo por él fuera afectado el ánimo, rechazando todo lo restante; más aún, si existía algo con lo que, descubierto y adquirido, disfrutara de la más alta y continua felicidad».
Me detuve especialmente en estas líneas para que los chavales pudieran ver claramente que un hombre así puede ser un compañero de camino, con el que tal vez no comparta sus teorías y soluciones, pero del que sin duda puedo decir que comparto la pregunta que le mueve.

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Unos días más tarde, estábamos dando clase online y vi que este chico no estaba. Cuando quedaban apenas unos minutos para acabar, se conectó. Le hice saber todo mi malestar por su retraso, hasta que decidió encender el micrófono para decirme: «Profe, sé que es tarde y lo siento, pero no podía quedarme sin saber la respuesta al sumo bien».
Me quedé asombrada, conmovida y agradecida por su presencia, porque con sus modales, ciertamente mejorables, él está en camino, o mejor dicho, estamos en camino, juntos para descubrir cuál es ese sumo bien.
Annamaria, Siena