Un momento de la excursión por las colinas de Ardenas

Bélgica. Un corazón lleno tampoco basta

Las vacaciones de la comunidad de CL, el encuentro con Dominique y el pequeño Víctor. El testimonio de Laurens y Gaudete. Un entusiasmo contagioso que impide quedarse igual que antes

Nuestra comunidad organiza las vacaciones el fin de semana de Pentecostés. Desde que vivo en Bélgica –hace diez años– siempre he participado, pero nunca me habían provocado como esta vez. Todo empezó cuando, en la Escuela de comunidad de mayo, respondiendo a una pregunta sobre la precariedad de las relaciones, Carrón dijo: «Si en las relaciones verdaderas que tenemos no reconocemos a Aquel que nos sale al encuentro a través de ellas, cuando por cualquier razón uno u otro ya no responde como debería o como querríamos, decae también la certeza sobre Cristo». Inmediatamente percibí esta respuesta como una gran provocación por el modo en que yo estaba mirando y viviendo la compañía del movimiento. Entonces empecé a esperar el comienzo de las vacaciones con el deseo de poder verificar cómo la presencia de Cristo se puede experimentar en los rostros de esta compañía.
Las vacaciones empezaron con la cena del viernes. La fórmula era la autogestión, es decir, cada uno daba su disponibilidad para cubrir los turnos de cocina, preparar las mesas y lavar los platos. Después de una jornada de trabajo y dos horas de coche para llegar, mi primera tentación era dejar que los demás cubrieran todos los turnos para poder vivir las vacaciones en un relax total.

Decidí sentarme a la mesa con Caterina, a la que hacía tiempo que no veía. Con ella, aparte de su familia, había personas a las que no conocía. Me enteré de que no eran del movimiento. Caterina las había invitado después de conocerlas en la parroquia, donde una vez al mes participamos con el coro. Dominique viene del Congo. Está graduada en Filosofía y está en trámites para conseguir la habilitación que le permita dar clase de religión. Le acompañaba su sobrina Eduardine, que vive con ella y estudia en la universidad. También estaban sus hijos: Víctor, de cinco años, y Daniel, de dos. Víctor tiene una discapacidad que le impide hablar y caminar. A los dos años sufrió una infección cerebral que le dejó en coma doce días. De pronto me quedé cautivado por la sonrisa de ese niño. Mientras jugaba con su hermano y se relacionaba con los que estaban en la mesa, parecía el niño más feliz del mundo. Su madre nos contó que los tres años siguientes al accidente ella ha sido testigo de una sucesión de pequeños milagros que no han hecho más que incrementar cada vez más su fe en Cristo. Era como estar viendo al ciego de nacimiento. Para dar razón de su fe no hacía más que contar sencillamente lo que le había pasado. Por la noche, pensando en esta historia, tardé en conseguir dormirme.
Al día siguiente nos esperaba una excursión por las colinas de Ardenas. Víctor solo podía ir en carrito y yo me ofrecí a ayudar. Quería participar de la alegría que se ve en los ojos de su madre mientras le cuida.

Al volver de la excursión, estaba muerto de cansancio. Apenas me dio tiempo para darme una ducha y bajar al salón para el testimonio de Laurens y Gaudete. Habían venido desde Holanda con sus hijos para pasar el fin de semana con nosotros. Mauro, el responsable de la comunidad en Bélgica, les pidió que nos contaran la experiencia que están viviendo con la escuela que fundaron hace un par de años, de la que habla el documento de CL de las pasadas elecciones europeas. Laurens empezó dándonos las gracias: «Si no fuera por los italianos que con tanto sacrificio habéis dejado vuestro país para venir a vivir a Bélgica, yo hoy no estaría aquí contando lo que nos está pasando». Mientras dice esto señala a Françoise, una de las primeras que conoció el movimiento en Bélgica, y a Mauro, que lleva veinte años aquí. Por primera vez me doy cuenta de qué quiere decir que el Misterio para por «una historia particular». Pero lo que más me sorprende es ver cómo para Laurens esas palabras adquieren un significado aún más profundo. Para él, ese juicio no queda relegado al pasado sino que de sus palabras brota la evidencia de que ese grupo de personas que le está escuchando no es más que la continuación de aquella historia particular que él conoció hace diez años.
Gaudete contó cómo nació la escuela, sencillamente del deseo de ofrecer a sus cinco hijos una educación diferente a la que se estaba proponiendo en Holanda. Todo lo que ha nacido de aquel deseo –decía– solo ha sido un don gratuito. Les preguntamos cómo duermen por las noches, pues nos contaron que todavía tienen que encontrar dinero para pagar los sueldos y el alquiler para el próximo curso. Serenamente nos respondieron que eso no está en sus manos, si el Señor quiere continuar esta obra Suya, a ellos les tocará seguir la forma y el modo con que Él quiera sostenerla.

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Al acabar el testimonio me metí en la cocina para echar una mano con la cena. No era capaz de quedarme mano sobre mano después de ver la alegría con que Laurens y Gaudete se abandonaban al designio de Otro. Yo también quería experimentar esa misma certeza, y para mí en ese momento pasaba por ponerme al servicio de la compañía que se me daba. Después de cenar me quedé recogiendo y fregando. Al acabar la noche me iba a la cama agotado, pero feliz.

Los días siguientes fueron un sucederse continuo de hechos y encuentros que no dejaban de descolocarme. Llegué al último día de las vacaciones con el corazón lleno de gratitud por todo lo que había victo suceder delante de mis ojos. Antes de irnos, teníamos la asamblea final y Mauro, citando el texto de los Ejercicios espirituales de la Fraternidad, nos recordó que «lo que caracteriza a la experiencia es entender una cosa, descubrir su sentido. La experiencia implica, por tanto, la inteligencia del sentido de las cosas».
No basta tener el corazón lleno. Si al día siguiente no quiero perderlo todo, necesito entender Quién lo estaba llenando en ese momento.
Luciano, Bruselas