Holanda. Católica, es decir, para todos

En un país ultrasecularizado, donde la Iglesia solo es noticia por sus catedrales desiertas, una escuela elemental en Vught se convierte en un caso político. Laurens Peeters narra la aventura que empezó junto a otros padres que pusieron en juego su fe
Luca Fiore

Para poner en pie una escuela hoy en Holanda, hay que estar loco. Y tú podrías ser la persona adecuada». Esto se lo dijeron a Laurens Peeters en 2015, cuando pidió opinión sobre una idea que llevaba tiempo rondándole la cabeza. Cuatro años después, el centro de educación elemental Misha De Vries es una realidad reconocida por el Estado y, a partir de 2020, estará financiada con dinero público, como establece el sistema escolar holandés. El próximo año ya se trasladará a un edificio reformado y puesto a disposición por el ayuntamiento de Vught, localidad de 25.000 habitantes a 60 kilómetros de Utrecht.
Pero el Misha De Vries tiene algo que lo hace muy especial, y su nacimiento lo ha convertido en un caso político y mediático en esta pequeña localidad. No solo eso, en una región donde la iglesia solo es noticia por verse obligada a vender catedrales que se han quedado desiertas, la de Vught es la historia de una nueva modalidad de presencia de los cristianos en la ultrasecularizada sociedad de los Países Bajos.
«Después de unos años trabajando en Ámsterdam, volví a Bolduque, donde nací, y empecé a acompañar a un grupo de jóvenes en una parroquia», cuenta Peeters. Iban a misa y luego tomaban café con otros jóvenes de allí. «Era un momento alegre, expresión de la conciencia de que Cristo estaba presente entre nosotros, e hizo nacer el deseo de que esa plenitud pudiera llenar el resto de la semana». Laurens, entretanto, se casó con Gaudete y nacieron sus primeros hijos. «La llegada de los niños a la comunidad, los nuestros y los de los demás, generó una unidad aún mayor, pero llegados a un cierto punto se planteó el problema de a qué colegio llevarlos».

Gaudete es profesora y, conociendo los centros educativos de la ciudad, veía que ninguno correspondía a lo que ella deseaba para sus hijos: un grupo de profesores que trabajaran juntos para ofrecer una formación coherente. «Con el tiempo, la exigencia de que nuestra amistad tuviera que ver con la vida diaria hizo surgir la idea de una escuela que fuera nuestra».
Parecía utópico. Ya no existen escuelas católicas en el país que, de hecho, intenten ofrecer una educación católica. Para ser reconocidos y financiados como “católicos", bastaba con definirse como tal. Nada más. Así que empezaron a comentar la idea con sus amigos del movimiento repartidos por Europa. Fueron a conocer el colegio J.H.Newman de Madrid y la Fundación Sacro Cuore de Milán. En el Rhein-Meeting de Colonia, Ángel Mel, director del colegio Kolbe de Madrid, le dijo: «Laurens, si de verdad queréis hacer un colegio tienes que implicarte tú directamente. Sé tú el director, pero tienes que tener más empuje».
Cuando, en 2016, se crea la Fundación, junto a Laurens y Gaudete había en la mesa una comunidad de padres. «Nos dijimos que, al empezar esta aventura, queríamos verificar nuestra fe». Una aventura que suponía redactar el proyecto educativo, encontrar a los profesores adecuados, el dinero necesario para empezar. En octubre de 2017 empezó el primer curso escolar, con una decena de niños de diversas edades. No faltaron las dificultades, tampoco en la relación entre el grupo de padres amigos. Uno de los episodios más significativos fue el encuentro con Chahrazad, una madre de tradición musulmana, no creyente, que llegó a una entrevista planteando que su hija tenía una grave enfermedad en la piel y necesitaba atención y cuidados especiales. Acudió al Misha De Vries y le confesó a Laurens: «Me he dado cuenta de que aquí mi hija puede ser muy querida». El director intuyó que la presencia de esa niña, en una realidad tan pequeña como la suya, podía resultar desestabilizadora y algunos padres se negaban a acogerla. Pero él estaba seguro de que aquella frase tenía mucho que ver con la identidad de la escuela que él deseaba.

Laurens Peeters, rector de Misha Van de Vries Primary School

Para garantizar un futuro al centro, el Consejo de la Fundación debía pedir el reconocimiento estatal. El sistema holandés establece, además de las públicas, cuatro categorías de escuelas: católicas, protestantes, musulmanas y "neutras privadas", es decir, ni estatales ni confesionales. Llegó el reconocimiento de La Haya y por tanto el apoyo económico, en función de la realidad social del territorio. La de Brabante Septentrional es una región tradicionalmente católica y en la zona de Boldu- que ya había muchas escuelas nominalmente católicas. Así que el Misha De Vries se presentó como escuela "neutra", porque era la única manera de poder esperar recibir el reconocimiento. Sin embargo, en el estatuto se especifica: “con una identidad católica". Es un caso único en Holanda. Al principio, para Laurens y sus amigos era casi una estratagema. Luego, con el tiempo, se dieron cuenta de que era una manera de aclarar, incluso ante sí mismos, la verdadera naturaleza de la iniciativa.

Era marzo de 2018 cuando Laurens se presentó en la audiencia frente al Consejo municipal de Vught para obtener el reconocimiento. «Me preguntaron por qué, siendo católicos, no hacíamos una escuela católica. Expliqué que nuestro objetivo no era educar en el catolicismo, sino introducir a los niños en la realidad. Y que para tener una educación de alto nivel, teníamos que partir de una hipótesis que en nuestro caso era católica». El Consejo municipal rechazó por unanimidad el reconocimiento. «Acabamos en los periódicos. Nos acusaron de querer sortear el sistema, pero inesperadamente el administrador estatal nos dio la razón». El municipio se vio obligado a proporcionar el terreno y un edificio al Misha De Vries, por una inversión de alrededor del millón de euros. En diciembre, el Consejo municipal se reunió para decidir si recurría en contra de la decisión de La Haya. «Si lo hubieran hecho, habríamos perdido un año de financiación, es decir, habríamos cerrado», recuerda Peeters. «Decidí no intervenir. Fueron los padres, espontáneamente, los que fueron a reunirse con los políticos y, la noche de la decisión, se presentaron todos en el Consejo municipal. Los consejeros nunca habían visto una movilización similar. Hacía muchos años que una decisión suya no despertaba tanto interés». Había muchos padres, cada uno con sus razones. También estaba Chahrazad, la madre musulmana, que no quería perder la escuela de su hija.
«Para mí supuso un viaje desde una idea intelectual, la de la escuela "neutra" generada por una experiencia cristiana, al compromiso de que eso pudiera realizarse concretamente día a día», afirma Peeters. «Ahora tenemos el deber, visto que vamos a vivir gracias al dinero de los contribuyentes, de ser fieles a nuestra vocación. Este es el mayor desafío que tenemos: llegar a ser verdaderamente nosotros mismos para servir al bien común».