Monseñor Vincenzo Bertolone. «Chavales, ¿qué os he hecho?»

Hablamos con monseñor Vincenzo Bertolone, arzobispo de Catanzaro-Squillace y postulador de la causa de beatificación

di Paola Bergamini


Pino Puglisi y Rosario Livatino. Ambos sicilianos, ambos elevados a los altares como mártires in odium fidei. ¿Por qué se habla de martirio en el caso del magistrado?
Tanto en el caso de don Pino como en el de Livatino, se trata de martirio porque implica un acto violento que causa la muerte. Con Livatino, sus perseguidores, las Stidde de Palma di Montechiaro y de Canicattì, con el nulla osta de la Cosa Nostra, urden una emboscada mortal porque el juez “con cara de niño Jesús” les resultaba incómodo y alimentaban un odio consciente por la fe que vivía en su ejercicio incorruptible como magistrado justo que actúa bajo la protección de Dios, con el Evangelio a un lado y al otro los códigos. Luego el martirio exige la disponibilidad, por parte de la víctima, para entregar hasta su sangre defendiendo la fe. Livatino se había preparado para esa eventualidad sin buscarla, evitando casarse para no dejar viuda ni huérfanos, resistiendo amenazas y presiones, y acercándose al sacramento de la Confesión pocos días antes de su muerte.

¿Puede considerarse la suya como una santidad de lo ordinario? En el sentido de que su ser cristiano se transparentaba desempeñando su labor como magistrado, aplicando la ley.
Livatino, por su formación humana, jurídica y cristiana, y por su integridad, es un ejemplo. Discretísimo, nunca concedió entrevistas. Le parecía incompatible su compromiso de magistrado con el compromiso político. No temía pararse a rezar en un depósito ante el cuerpo de un mafioso, ni acercarse un domingo a entregar un procedimiento de excarcelación para un preso que tuviera derecho a ello. Quien ordenó el crimen sabía muy bien que era un hombre recto, justo y de profunda fe. No solo querían matarlo por su actuación en un Estado laico, sino por su mera existencia como juez creyente. Por eso es un ejemplo para magistrados, abogados, fiscales y fuerzas al servicio de la ley.

Para los sicilianos y para la Iglesia de Sicilia, ¿quién es el juez Livatino?
El testimonio de Livatino es una página evangélica preciosa que se ofrece a la Iglesia siciliana y a los sicilianos, pero no solo a ellos. Constante en sus firmes principios cristianos y en el ejercicio de la justicia, trabajando con seriedad y discreción, se situaba en las antípodas de las lógicas de actuación criminal, de las presiones, del prestigio a toda costa, de la ley del silencio. En definitiva, era un hombre que sin duda marcaba la diferencia cristiana y por eso es muy actual, algo muy relevante para la Iglesia y la sociedad de hoy, donde persiste la cizaña de una praxis corrupta en las organizaciones que se conciben sin Dios.

¿Tiene algún recuerdo personal del magistrado?
Lo conocí en el momento de la designación como postulador de la investigación super martyrio. Me gusta recordar lo que descubrí releyendo los testimonios canónicos y los relatos de sus colaboradores judiciales en los últimos momentos de su vida. Estando ya en el suelo, les dijo: «Chavales, ¿qué os he hecho?». ¿Por qué esas palabras? Rebuscando en la liturgia de las horas de esa época, que probablemente el fiel cristiano Livatino celebraba, me encontré con que la lectura de Miqueas, a la que remiten esas palabras, era la que se proponía el 10 de agosto de 1990. Identificándose con ese lamento profético, el 21 de septiembre Livatino entregó su espíritu.

¿Qué ha supuesto para usted ser el postulador de esta causa de beatificación?
La postulación de Livatino, después de las del padre Francesco Spoto y Pino Puglisi, me ha convencido definitivamente de la relevancia que tienen los nuevos mártires. La Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires. Al término del segundo milenio, la Iglesia volvió a convertirse en Iglesia de mártires. Acercándose a estos tres mártires a los que he podido seguir, podemos volver a descubrir que el testimonio es la vocación por excelencia de cualquier cristiano. En este sentido, cualquier territorio al que se nos envíe se convierte en tierra de misión, de martirio, a veces de sangre, pero casi siempre de martirio “en seco”.