Santa Maria Mãe da Igreja

Portugal. En el corazón del mundo

Inaugurado en Palaçoulo el nuevo monasterio de monjas trapenses. El testimonio de sor Giusy Maffini: «Una comunidad de piedras vivas, memoria de la paternidad de Dios»
Maria Acqua Simi

Era octubre de 2020 cuando una decena de monjas salió de Vitorchiano con rumbo a Portugal para abrir un nuevo monasterio en Palaçoulo. La fundación cisterciense, dedicada a Santa Maria Mãe da Igreja, se inauguró por fin el pasado 23 de octubre, con una ceremonia sencilla y solemne en presencia de las autoridades locales, numerosos sacerdotes y un gran número de fieles. Celebró la misa monseñor José Cordeiro, arzobispo de Braga, que fue quien solicitó la presencia de las benedictinas y buscó el terreno. Para la ocasión, también viajó desde Italia la madre Rosaria Spreafico, abadesa de Vitorchiano, que recordó a los asistentes que «vivir aquí en presencia de Dios y en la comunión entre nosotros, aunque aparentemente nos separe del mundo que nos rodea, en realidad nos mete dentro de su corazón, como un signo». Y añadió que «al llegar al monasterio por la carretera que llega hasta aquí, da la impresión de estar ante una fortaleza construida sobre un punto elevado de la colina. Sí, el monasterio es una casa para mantener y sellar el pacto de fidelidad que la comunidad fundadora quiere establecer con un lugar, con una historia y con la Iglesia». Al final, dijo que «estamos aquí para quedarnos, queremos ser un lugar de vida y de memoria viva, un signo de la fidelidad de Dios a los hombres, de la alianza de paz que ofrece a los que se acercan a él, pero todo eso sería nada, o pura utopía, si nuestra voluntad de bien no descubriera su corazón latiendo en aquel que lo es todo en todas las cosas».

La madre Giusy Maffini es la responsable de esta nueva comunidad trapense portuguesa y nos ha contado lo que ha sucedido estos años, con momentos duros. «Desde que salimos de Vitorchiano hasta hoy en Palaçoulo ha habido dos obras: la construcción física del monasterio y la de la comunidad, hecha de piedras vivas, que somos nosotras. Cada una de nosotras existe con un rostro propio que marca el rostro de la comunidad y que renueva la tradición recibida. A veces nos acordamos de “cómo se hacía algo en Vitorchiano”, no por repetir al pie de la letra las mismas cosas y los mismos gestos, sino para ir hasta el corazón de su significado y encarnarlo en esta experiencia».

La vida –dice– te sorprende muchas veces y te plantea situaciones paradójicas. «Aterrizamos en Portugal en pleno Covid, con varias hermanas contagiadas, lo que nos obligó a una dura cuarentena. Creíamos que sería llegar y ponernos a trabajar, pero el primer gesto misionero que se nos pidió fue ofrecer nuestra impotencia y pedir ayuda». A la cuarentena siguió el desafío del frío. «El de 2020-2021 fue el invierno más gélido desde que estamos aquí. No se oía ni el canto de un pájaro. El recinto en torno al monasterio era un bloque de hielo. Era imposible que viniera alguien a vernos. Pero en ese aislamiento, con el silencio que lo acompañaba, creció la certeza de estar en el lugar que el Señor había elegido para nosotras y pudimos experimentar la alegría de cantar cada día laudes al Señor. Después de los primeros meses, la gente empezó a venir y las habitaciones que habíamos dejado disponibles para la acogida empezaron a resultar insuficientes. Eran muchos los que querían conocernos y mostrarnos su alegría por tenernos aquí».

Uno de los encuentros más significativos y conmovedores, sigue contando la madre Giusy, fue con el padre João Seabra, uno de los rostros históricos de Comunión y Liberación en Portugal. «Estaba ya muy enfermo, iba en silla de ruedas y le costaba respirar por un párkinson avanzado, pero a las cuatro de la mañana se presentó en la oración para rezar con nosotras. Entonces uno hace memoria de la paternidad de Dios, de la fuerza que habita en la debilidad… ¡y da gracias!». El crecimiento de esta obra en el corazón de Europa también ha coincidido con el compromiso y la amistad de muchos que se han puesto a su disposición con profesionalidad y dedicación.

«Pienso en los arquitectos, que con gran profesionalidad han proyectado el monasterio con nosotras, signo de una fe compartida y operativa. Pienso en la bondad de la gente del lugar, acostumbrada a soportar las durezas de la vida, a menudo en soledad, pero que ante las necesidades se han mostrado muy cercanos». Se hizo evidente con el incendio del pasado mes de enero que hizo arder el tejado de la hospedería. «Muchos se presentaron aquí para ayudarnos a limpiar, nos traían comida porque no podíamos preparar nada caliente, nos expresaron de muchas maneras su afecto».

Así, la pequeña comunidad fue creciendo. Hoy cuenta con 13 monjas, de las que tres son portuguesas. «Una de ellas, Ana Cecilia, ya es novicia desde hace un año, las otras dos se acercan a su toma de hábito. Es conmovedor ser testigos de su camino. Igual que ver a grupos de familias y jóvenes que se acercan al monasterio y quieren ayudarnos. Nos demuestran que sigue habiendo jóvenes que conservan su deseo de responder al Señor, de conocerlo, que perciben el valor y la belleza de una vida vivida como respuesta a su llamada».

Una presencia discreta, la de estas monjas, pero que no deja de atraer la atención de hombres y mujeres cargados de preguntas sobre el sentido de la vida y su relación con el misterio. Un hecho curioso, si se piensa en la vida de clausura. Sus jornadas están marcadas por la celebración de la liturgia y la eucaristía, y por el trabajo manual con el que se mantiene la comunidad.

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«Ante todo, vivimos nuestra misión con la oración y el voto de conversión de nuestras costumbres, es decir, estando abiertas y disponibles para dejarnos tocar por una palabra de verdad, para cambiar nuestra mentalidad poniéndonos al servicio de Otro, y por tanto de todos. La inauguración del monasterio nos volvió a mostrar el bien, la amistad y la estima que nos rodean. Para nosotras, ser misioneras es ante todo mostrar una Presencia, mostrar a Jesús, su pasión por el hombre de hoy y de siempre, su misericordia por nosotras y por el mundo. Mostrar que una vida en comunión con él transfigura la realidad y le da una belleza verdadera».