Takashi Paolo Nagai

La “colina florida” de Takashi y Midori

París, Múnich, Oxford, Madrid, Viena, Tokio, Santiago de Chile... Se multiplican los encuentros y exposiciones. La historia de dos esposos japoneses llega a miles de personas. ¿Por qué? ¿Qué ven en ellos que nos interese tanto hoy?
Paola Marenco y Gabriele Di Comite*

Meeting de Rímini, 2019: 30.000 visitantes salen conmovidos de la exposición “Takashi Paolo Nagai, anuncio en Nagasaki” (¡y solo conmueve algo que toca de forma sorprendente nuestra vida!). Durante el desmontaje, se formó una fila de gente reunida por el boca a boca esperando poder visitarla aún. A los pocos meses llegó la pandemia y las peticiones para verla online, para aprender cómo recuperar la esperanza de quién pudo vivirla hasta en medio del desierto atómico. La misma pregunta que se sigue planteando años después con las guerras y las catástrofes, pero también en clase, en los hospitales, en las cárceles. Todo esto llevó en 2021 a tres comisarios de la exposición a recoger este grito e interpelar al arzobispo de Nagasaki para proponerle el proceso de canonización de este médico cristiano japonés que durante su vida afrontó la enfermedad, pero también la muerte de su amada esposa (durante el ataque atómico de Nagasaki), con una fe inquebrantable. Su inesperada respuesta entusiasta –«¡Por fin alguien me lo pide! ¡Pero también el de Midori, por favor!»– llevó al nacimiento del Comité de Amigos de Takashi y Midori Nagai (www.amicinagai.com) como sujeto canónico reconocido por la diócesis de Nagasaki.

Gabriele se marchó a trabajar a Tokio y se sumergió en la ardua tarea de traducir los libros de Takashi del japonés. La posibilidad de leer y presentar estos libros ha sido un regalo que nos ha cambiado la vida. Obispos que leen Lo que no muere nunca en dos noches y reconocen asombrados la frescura de los primeros cristianos, o un anciano párroco que decide transformar en Santuario de la Paz una iglesia situada en lo alto del Lago Mayor, y nos pide unos paneles sobre la historia de estos dos esposos cristianos japoneses para exponerlos de forma permanente. Paneles que se han convertido en una segunda exposición itinerante traducida en japonés, francés, alemán, español, inglés y portugués, que sigue viajando por París, Tokio, Siracusa, Canarias, Roma, Luxemburgo, Múnich, Viena, Oxford, Lugano, Barcelona, Madrid, Santiago de Chile y varias ciudades de Italia, Alemania y Reino Unido. Ya se han celebrado tres peregrinaciones al Paso de la Virgen y al Nyokodo, y se han traducido los libros del italiano al español, francés, inglés y portugués.

Centros culturales, comunidades, pero también personas de otros movimientos o grupos que se ponen en contacto con nosotros. Ha habido más de 120 encuentros y nuestras exposiciones se han montado y preparado 40 veces en varios continentes. ¿Con qué finalidad? Hay quien nos busca para presentar a estos esposos a cientos de parejas que acompaña en el camino de su vida y su vocación, hay quien busca motivación para sus compañeros sanitarios, otros hacen proyectos escolares en institutos o incluso con estudiantes de medicina. A todos les mueve el deseo de descubrir qué camino humano permite llegar a tener, incluso en las circunstancias más atroces, una postura de corazón tan envidiable. Hemos tenido un retorno increíble y conmovedor. Son continuos los mensajes de personas que nos dicen que sus vidas han quedado profundamente marcadas por el encuentro con estos dos grandes compañeros de camino, y que desean tenerlos como amigos en la aventura de la vida.

En muchos lugares nos han contado que preparar y presentar juntos la exposición ha llevado a muchos a implicarse con entusiasmo, en un momento histórico marcado por el individualismo y el escepticismo, que se aleja fácilmente de una pasión por lo humano. Organizadores y guías miran con asombro el nacimiento de una amistad que crece entre ellos. Se hacen amigos ayudándose a ir hasta el fondo del significado de la vida, como cuenta una persona desde Múnich: «Estando allí juntos, el tiempo estaba lleno de algo más grande». La exposición se muestra como un instrumento privilegiado para dar a conocer la fe cristiana a los que no creen, pues se desvela como el cumplimiento de la razón para responder a la misma inquietud que, igual que habitaba en el fondo del corazón del Takashi materialista, permanece intacta en el hombre posmoderno de hoy.

¿Por qué pasa todo esto? Porque Takashi y Midori son testigos innegables. Los hombres no necesitan explicaciones sino testigos, ver que una vida llena de gusto y completa es posible. Esto nos devuelve ese “atrevimiento ingenuo” que nos empuja a actuar como protagonistas de la historia. Lo que comunicamos a quien nos busca –como dice el subtítulo de su autobiografía– es el arduo y fascinante camino de un hombre, de cualquier hombre que se deje desafiar por la realidad porque cree que la vida sirve para buscar el sentido hasta encontrarlo. Sintéticamente, podríamos definir a Takashi como un auténtico realista. Siempre parte de la realidad, de lo que sucede, no ignora las preguntas que ardiente y recurrentemente la precariedad de la vida y las circunstancias le plantean siempre, y que son fundamentales para que la vida siga siendo humana, mientras que hoy, con todos nuestros quehaceres, tendemos a eliminar las preguntas. Además, él tiene la honestidad científica de verificar las respuestas, vengan de donde vengan.

Otra de sus características es la de ser profundamente leal consigo mismo, cosa rara; por eso tiene la fascinación de un hombre unido, tanto que en los dos paneles de la exposición dedicados a la medicina hemos visto que, cambiando su concepción del ser humano, cambia su manera de trabajar. Todo esto quedaría incompleto en él sin esa nube de testigos que le mostró la vida cotidiana de manera excepcional en el barrio de los cristianos de Nagasaki. Sobre todo, habría sido imposible sin Midori. Ella es una mujer increíble que le acompañó “gratuitamente” en su conversión y que luego fue su esposa, que supo amarlo traduciendo en la ternura de los gestos cotidianos el amor y la compañía a su Destino, que es el amor más grande, adentrándole en esa Amistad inagotable de Cristo, que vence la soledad para siempre. Ella vivía cada instante delante de una Presencia, diciendo sí a su vocación. Midori, que marcaba el camino de su marido incluso cuando ya no estaba, lo guio hacia esa pobreza de espíritu que ella vivía en primera persona y que le llevó a ser un hombre completo, a vislumbrar bajo la coraza de la apariencia la poesía de cada cosa, reconocida como don de un Dios que nos ama.

Por el camino nos hemos dado cuenta de que podemos comprender su historia a fondo gracias al carisma que nos ha cautivado, por ese compromiso de la razón con la realidad hasta el umbral de la fe. Cada vez los descubrimos más como ejemplos vivos del camino que don Giussani nos invita a hacer a partir de El sentido religioso.

¿Por qué estos japoneses dan un vuelco a nuestra vida, a pesar de tantas diferencias de cultura, historia y tradición? Porque tocan esas cuerdas del corazón que son iguales en cualquier latitud y cultura: las cuerdas de la Belleza, de la Verdad, el toque de ese infinito para el que estamos hechos. Esas mismas cuerdas que llevaron a todo un pueblo a no huir del desierto atómico, sino a reconstruir ese páramo en una colina florida, y hoy nos mueven a nosotros, una vez liberados de la soledad, para volver a darnos cuenta de la grandeza de nuestro yo y a recuperar el gusto de un compromiso común. También podemos decir que el Takashi “racionalista” (lo somos todos en parte) nos arrastra a ensanchar el método científico, haciéndonos descubrir que trascendencia y concreción no se excluyen mutuamente, sino que la presencia de lo trascendente es empíricamente demostrable, pues nos tiende la mano y nos ayuda a ampliar nuestra razón reducida.

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Al final eso es lo que convence. Ese rostro luminoso de Takashi en circunstancias tan terribles, que es innegable (como lo son los rostros de sus amigos mientras sacan la campana entre las ruinas durante la vigilia de la desoladora Navidad de 1945) y permite vislumbrar algo mucho más placentero que la comodidad y la instintividad, ese Amor verdadero que ama el destino del otro, en sus pequeños y ocultos gestos cotidianos así como en las circunstancias dramáticas de la vida. Se abre así un camino de esperanza, de verdadera paz y libertad, aunque sin duda arduo, como cualquier trabajo sobre uno mismo. La libertad del hombre se juega siempre en el instante presente, por eso Takashi y Midori nos desafían hoy.

Podríamos resumir el desafío en una pregunta: ¿qué quiero hacer en el tiempo que me queda, es decir, en este instante? Ellos nos muestran la libertad de quien, volviendo a ser hijo y experimentando una Amistad inagotable, no necesitaba para vivir que las circunstancias fueran distintas de lo que eran. ¿Acaso no es eso la salvación? Podemos decir que la tarea inesperada que nos encontramos entre manos es la experiencia continua de una vocación dentro de nuestra vocación, lo que acrecienta nuestra gratitud y nos hace decir con Takashi: «Lo que a los ojos del mundo solo parece una desgracia, para los santos es una gracia: el lugar del camino hacia la perfección», es decir, hacia el cumplimiento, hacia la felicidad.

* Junta directiva del Comité de Amigos de Takashi y Midori Nagai