Don Pino Puglisi

La lección viva de Pino Puglisi

La educación de los jóvenes, su sonrisa y su confianza en Dios fueron sus armas contra la mafia. Un método que aún sigue creando escuela treinta años después de su asesinato
Francesca Balsamo

Corre el año 1993. A pocos meses de distancia y de diversas maneras, dos representantes de la Iglesia asestan un duro golpe a la mafia organizada: Juan Pablo II y Pino Puglisi.
El primero, con el “anatema” del 9 de mayo en el Valle de los Templos de Agrigento, arremete con vehemencia contra los mafiosos invitándolos a la conversión. El segundo, después de años de trabajo constante y paciente para sacar de la mafia a los jóvenes del barrio de Brancaccio, es asesinado el día de su 56° compleanno, el 15 de septiembre de 1993. Pero no morirá en vano.
Pino Puglisi luchó toda su vida contra la influencia mafiosa armado con su sonrisa, con el evangelio y con la esperanza del cambio del “yo”, hasta en los casos más corruptos. Era simplemente un párroco pero tenía un gran corazón y una amplia preparación cultural, encarnaba la alegría de ser cristianos iluminados por el evangelio y optó por el método de la ternura “para arrancar la mala hierba mafiosa” de los corazones más jóvenes, erosionando así uno de los pedestales sobre los que se apoyaba la mafia en los barrios de Palermo que menos sentían la cercanía de las instituciones. Ejercían una gran influencia entre los jóvenes, que veían en ellos un modelo a imitar.

Es increíble que un cura tan sencillo lograra hacer temblar a las poderosas bandas de la zona, que temían que este pequeño gran hombre, con la creación del “Centro Padre Nuestro” y con la palabra de Dios, pudiera fascinar así a los jóvenes y sacarles de su zona de influencia. Su miedo no era infundado. Puglisi dialoga con los chavales, los escucha, les lleva el evangelio, les acompaña como un padre a sus hijos. Y ellos le siguen porque se saben queridos por él. Misteriosamente, años después pasará lo mismo con sus verdugos. Aquel 15 de septiembre de 1993, al darse cuenta de que dos jóvenes desconocidos se le acercaban para dispararle, don Pino sacó fuerzas para sonreírles y perdonarles. Hoy esos asesinos se han convertido, son dos hombres arrepentidos que colaboran con la justicia.

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¿Cómo es posible? Nunca perdió la certeza de la cercanía del Señor y sobre ella apoyó todo lo que hacía. “Legalidad, iniciativa, creatividad” son sus tres palabras clave para educar a los jóvenes. El Centro Padre Nuestro fue una verdadera cuna de ideas donde cientos de niños y jóvenes oyeron hablar por primera vez de respetar las reglas y de los derechos fundamentales de la persona.
Allí Puglisi supo conjugar dos mundos, el religioso y el de la justicia terrena, demostrando que no solo pueden convivir sino que se complementan: la vida no puede basarse en el terror, el miedo, la ignorancia y la prevaricación, sino sobre la conciencia de ser don, como enseña el cristianismo. Por lo demás, toda la vida del sacerdote palermitano se basó en el don, y el mayor fue el de perdonar a sus asesinos y cambiar sus corazones. Es dificilísimo sacar a un chaval de un ambiente mafioso e infundirle valores totalmente opuestos a los que les transmiten en sus “familias”. Con su ejemplo, el beato Puglisi lo consiguió, dejando un sello imborrable en nuestra comunidad siciliana. Y fuera de ella.

Nuestra tierra ha forjado personalidades como la de Giovanni Falcone, Paolo Borsellino y otros muchos que se rebelaron contra el crimen organizado, convirtiéndose en modelos para el mundo entero. El “método Falcone”, por ejemplo, puso las bases de la Convención contra el crimen organizado transnacional de Naciones Unidas. Amo profundamente Sicilia, mi tierra, por la que siento tanto amor como amargura porque no cuida ni valora su belleza cultural, natural y artística como debiera. No podemos negar que la mano negra mafiosa tiene mucha responsabilidad en su destrucción en el pasado. Basta pensar en el llamado “saqueo de Palermo”, en los años 50 del año pasado, cuando el boom de la construcción, fuertemente apoyado por la mafia, dio un vuelco a la fisonomía arquitectónica de la ciudad, destruyendo muchas de las famosas villas de estilo Liberty que se habían construido en los dos últimos siglos. Pero donde la mafia ha destruido, ha habido alguien que ha reconstruido. El beato Puglisi cultivó el terreno de los más pequeños e indefensos educándolos en la belleza y en la fe, en oposición a la fuerza mafiosa de destrucción. Treinta años después de su lección, resulta más actual que nunca.