La exposición sobre don Giussani en la cárcel de Opera (Milán)

Un “gracias” cantado entre barrotes

Un grupo de voluntarios llevan a la cárcel la exposición del centenario de don Giussani porque «es el origen de lo que hacemos». Y los presos cuentan cómo un sacerdote desconocido les está cambiando la vida
Giorgio Paolucci

«Gracias a la vida que me ha dado tanto». José, que está cumpliendo pena por un delito muy grave, canta apasionado estos versos de Violeta Parra tan famosos en todo el mundo. Estamos en un salón de una cárcel a las afueras de Milán, donde los voluntarios de la asociación Encuentro y Presencia han propuesto la exposición del centenario de don Giussani. Después de escuchar la canción, Alberto Savorana –“voluntario por el artículo 17”, como se dice en la jerga carcelaria– describe la emoción que le invade. «Uno que dice “gracias a la vida” en una situación tan indeseable como esta o está loco o es que tiene una razón muy sólida para hacerlo, tiene que haber encontrado algo que haya cambiado su existencia radicalmente. Don Giussani dio su vida para que los hombres pudieran encontrar esa razón, para mostrar que no hay ninguna situación en la que el hombre no pueda vivir».

Los voluntarios que llevan once años viniendo aquí todos los sábados decidieron traer la exposición con una intención muy precisa, como cuenta Guido Boldrin, responsable del grupo. «Queríamos que los presos conocieran cuál es el origen de lo que hacemos, quién nos ha educado en la gratuidad y nos ha enseñado que una persona nunca puede quedar reducida a su error, sino que como criatura que es siempre puede recuperar el destino bueno para el que todos estamos hechos».

Maria Luisa Manzi, educadora, hace las veces de anfitriona en nombre de la dirección de la cárcel. «El atractivo de la belleza es algo vivo en todos los hombres. Todos, sin excluir a nadie. Hay que reconocer su reflejo incluso en historias muy dolorosas. No es una experiencia mística, es algo que se puede tocar, es alguien a quien puedes estrecharle la mano. La vida de Giussani nos lo testimonia, llegando a generar personas y obras que han contribuido a cambiar la existencia de muchos, incluso en este lugar».

Guido Boldrin y Alberto Savorana

Al micrófono se suceden las intervenciones de los presos. Al escucharles, se entiende perfectamente –una vez más– que la dinámica del cristianismo hoy va unida, como en tiempos de Jesús, al encuentro con testigos. El primero en hablar es Manuel. «Yo he conocido a Giussani en los rostros de los voluntarios que vienen a verme todas las semanas. Siempre me he sentido acogido y nunca juzgado. Gracias a ellos, después de tantos años de errores ha cambiado mi actitud hacia los demás y he comprendido que todos necesitamos amar y ser amados tal como somos». Julio logró salir de un periodo de depresión por su amistad con Manuel. Gracias a él conoció a los “voluntarios de los sábados” y hasta ha participado (con permiso) en los Ejercicios espirituales de la Fraternidad, siguiéndolos online desde una parroquia de Milán. «Estaré eternamente agradecido a esta gente. Sin su amistad mi existencia habría sido devorada por la desesperación y habría cedido a la tentación de quitarme la vida».

Paolo conocía a Giussani «de oídas, pero todo cambió cuando conocí aquí a sus amigos. Me doy cuenta de que si somos lo que somos, es solo gracias a los encuentros que tenemos todos los días». Khalid se quedó cautivado por la palabra “deseo”, porque «une a los hombres de toda raza y religión, algo que he experimentado en mi propia carne con vosotros». Rafael se ha pasado la vida «imitando a hombres que hacían el mal y se convirtieron en mis maestros». Ahora habla del don que ha recibido «al conocer a gente como vosotros, que me ha mostrado lo interesante que es imitar a quien hace el bien». José se “encontró” durante mucho tiempo con Giussani todas las mañanas nada más abrir los ojos porque su compañero de celda colgaba en la pared el Cartel de Navidad y de Pascua que los voluntarios le regalaban cada año. Luego empezó a leer Huellas y conoció a «ese extraño cura» y los frutos que nacieron de su carisma, descubrió la pasión que comparte con él por Leopardi («mi poeta preferido»), leyó El sentido religioso y empezó a hablar de aquel hombre a otros presos. Por ejemplo a Manuel, que valora sus charlas semanales con los voluntarios como «una ayuda decisiva para volver a empezar personalmente después de una vida llena de errores y tantos años en un mundo tan complicado como la cárcel. A través de esos rostros Dios ha venido a buscarme y yo me he dejado encontrar».

Cuando estudiaba Literatura clásica en la Universidad Católica de Milán, durante dos años Alessandro asistió a los cursos de Introducción a la Teología que impartía don Giussani. «Me impresionaba su capacidad para ponerse en juego con nosotros, escuchando nuestras preguntas y objeciones, señalando siempre la razonabilidad de la fe. Reencontrarme aquí con sus “secuaces” –y hacerme amigo de muchos de ellos– me ha hecho recordar lo que él decía del “encuentro” como forma fundamental de conocer el cristianismo».

Leyendo la biografía de Giussani en la cárcel, Luca ha conocido a un hombre que «escuchaba a todos y aprendía de todos». Savorana parte justo de ahí, de esa capacidad de Giussani para encontrarse con la persona y descubrir en todos el mismo deseo de felicidad y cumplimiento que ardía en su corazón, valorando cada brizna de humanidad. Cuenta cómo aquel joven seminarista de Desio que alimentaba grandes deseos pero no sabía cómo satisfacerlos llega a un “bello día” en el que, escuchando a un profesor que leía el evangelio de Juan, percibe que Dios se había apiadado de los hombres que no encontraban el camino para cumplir sus aspiraciones hasta el punto de hacerse un hombre de carne y hueso para acompañar «la marcha de sus pies cansados», como recita la canción de Violeta Parra.

Esa historia que comenzó hace dos mil años ha llegado hasta nosotros gracias a una cadena de rostros y de encuentros, como esos que tienen lugar todos los sábados en esta prisión. Cita palabras muy comprometidas pronunciadas por Giussani a finales de los años 50 pero que parecen escritas para los presentes. «La persona va más allá de todo lo que siente, de todo lo que hace, de su misma fisonomía. La persona va totalmente más allá de lo que vemos en ella. Por eso yo puedo incluso –y debo– amar también al que me mata, porque su valor personal está más allá de su maldad».

Antonio Boi, comandante de la policía penitenciaria, conoce bien las historias de dolor que pueblan estas celdas y reconoce «lo valioso que es el trabajo de estos voluntarios que comparten con los presos el legado vivo de un hombre como Giussani y su pasión al proponer razones capaces de sostener la vida. Toparse con alguien que vive de esta certeza puede convertirse en la ocasión de iniciar caminos que llevan a un renacimiento imprevisible». Un renacimiento que pone en marcha a la persona y abre su corazón de par en par. Durante estos años muchos presos se han sumado a la jornada nacional de recogida de alimentos, algunos han organizado una colecta extraordinaria de comida para ayudar a los refugiados ucranianos, otros han propuesto un recital benéfico de canciones y poesías para ayudar a una asociación que trabaja con niños enfermos de leucemia.

Para el capellán, Francesco Palumbo, «poner lo humano en el centro, antes que el delito cometido o el historial carcelario, considerar a la persona en su esencia, más allá de tópicos o prejuicios, es decisivo para mejorar la calidad de las relaciones y ayudar a que la vida vuelva a florecer, y vosotros sois testigos de esto. Pero lo humano necesita Algo que lo nutra, como decía Giussani. Me llama mucho la atención el hecho de que antes de ir a hablar con los presos, los voluntarios van a misa, para encontrarse con Quien realmente puede hacerles felices, a unos y a otros».

Enrica Spreafico lleva 31 años visitando la cárcel y conoció a Giussani cuando era una jovencita que estudiaba en el instituto. «Iba a clase con Angelo Scola». Hoy reconoce en los voluntarios «la misma pasión por testimoniar a Cristo como sentido de la existencia y como posibilidad de vivir plenamente su humanidad en cualquier circunstancia. De este modo, aun dentro de una prisión, los presos pueden encontrarse con alguien que les acompañe en un camino que les hace recuperar su dignidad». «Eso es lo que aprendemos en la caritativa: el valor infinito de la persona», dice Fabio Romano, presidente de Encuentro y Presencia. «Por eso cuando volvemos a casa nos sentimos llenos de agradecimiento y nosotros también podemos decir –como José y como Violeta Parra– “gracias a la vida”».