Comunidad ortodoxa rumana durante una celebración en Milán (FotoBudac Studio)

Ecumenismo popular

La presencia de fieles ortodoxos es cada vez más significativa en Italia. Hablamos con Roberto Pagani, responsable del Servicio de ecumenismo y diálogo interreligioso de la Iglesia ambrosiana
Luca Fiore

Había una vez “una cuidadora ucraniana”. Es el tópico con el que solía identificarse, no siempre con buena intención, a las mujeres del este de Europa que atienden a tantos ancianos de nuestras familias. Casi siempre madres que dejan su país de origen para enviar dinero a la familia que dejan allí. Probablemente la presencia de estas mujeres y la trama de relaciones y amistades que surgen de ahí es lo que permitió que muchos refugiados tuvieran algún lugar donde ir huyendo de la guerra en Ucrania.
Casi nunca se tiene en cuenta que los ucranianos –tanto los que llevan años aquí como los que acaban de llegar– suelen ser cristianos ortodoxos. Es un fenómeno nuevo que llama la atención en nuestros países, sobre todo en Italia. Pero las cifras son impresionantes, y tras ellas hay personas, cada una con su historia. Bien lo sabe Roberto Pagani, diácono permanente que desde 2013 es responsable del Servicio de ecumenismo y diálogo interreligioso en la diócesis de Milán. Fue nombrado por el cardenal Angelo Scola debido a su antigua pertenencia a Rusia Cristiana. Hablamos con él de esta “invasión ortodoxa”, que a los ojos de los expertos en ecumenismo parece una auténtica revolución. No en vano la Iglesia ambrosiana la considera una gran ocasión para crecer en nuestra conciencia eclesial, hasta el punto de dedicar a esta cuestión el Sínodo diocesano de 2018, titulado “Iglesia de las gentes”.

¿Qué fenómeno supone la presencia de fieles ortodoxos en la diócesis de Milán?
Esta ciudad es un observatorio particular porque el porcentaje de extranjeros, el 15%, es de los más altos del país. Como siempre ha pasado, vienen a Milán buscando trabajo. Esto también afecta desde el punto de vista de la presencia cristiana. No es casual que ya en 1998 el cardenal Carlo Maria Martini creara el Consejo de las Iglesias cristianas de Milán, que hoy reúne a 19 realidades, entre protestantes, ortodoxos y de rito antiguo oriental. Antes predominaba la presencia protestante y hoy, la ortodoxa.

¿De qué iglesias estamos hablando?
Están la anglicana, la cristiana protestante (luterana y reformada), la evangélica baptista, evangélica metodista, evangélica valdense y el Ejército de Salvación. Entre los ortodoxos están los de Constantinopla, los de Moscú, rumanos, siervos, búlgaros y georgianos. Entre los ritos orientales antiguos, tenemos los coptos egipcios, cortos etíopes, coptos eritreos y la iglesia armenia.

Decía que los más numerosos son los ortodoxos.
En nuestra diócesis están presentes 56 comunidades, comparables a las parroquias. Los más numerosos son los coptos, que tienen 17, luego los rumanos y los rusos, con 14 cada uno. Para hacernos una idea de la relevancia de este fenómeno, hay que tener en cuenta que una cuarta parte de las diócesis italianas tienen menos de 56 parroquias. La presencia ortodoxa en la diócesis de Milán equivale a una diócesis católica de tamaño medio.

¿Son realidades vivas?
Hay un dato impresionante. Se bautizan más niños rumanos en Italia que en toda Rumanía. Proporcionalmente, en la diócesis de Milán, hace veinte años, había 25.000 bautismos al año. Hoy son 15.000 y los rumanos en toda Italia celebran 13.000. Dentro de unos años, los cristianos rumanos bautizados en nuestro país cada año serán más que los cristianos bautizados ambrosianos.

¿Qué supone este crecimiento?
Hoy la mitad de las parroquias ortodoxas son acogidas en iglesias que pone a disposición el arzobispo de Milán. Pero las peticiones van en aumento, tanto que hay varios casos en que los fieles católicos y ortodoxos utilizan el mismo edificio por horas. También hay niños ortodoxos que siguen, como ortodoxos, nuestras catequesis. Hay colegios donde padres católicos, coptos, rusos y ucranianos se han juntado por necesidades educativas.

¿Qué tipo de desafío plantea?
Desde el punto de vista de mi tarea, a veces me siento como un agente inmobiliario buscando lugares de culto, otras veces como un mediador en disputas vecinales que tiene que poner paz entre “mujeres pías” católicas y ortodoxas, pero más allá de los problemas prácticos, son ocasiones de encuentro con otros, que son diferentes, donde el cansancio del camino común puede transformar esas diferencias en enriquecimiento mutuo. Cada uno mantiene su propia identidad pero el resultado de estas relaciones es una identidad enriquecida. Se trata sobre todo de un desafío educativo porque los que llegan aquí desean transmitir su fe a sus hijos, pero ya no goza del contexto favorable que tenía en su país.

¿A qué se refiere cuando habla de enriquecimiento mutuo?
Sobre todo para coptos y rumanos, es importante ver la experiencia de nuestros oratorios, o al menos lo que queda de ellos. Una de las cosas que más nos piden es no solo tener una iglesia donde celebrar la misa, sino también espacios para la pastoral. Y lo estamos haciendo. Es una forma inesperada en la que estamos viendo revivir los oratorios ambrosianos. Esto es importante porque son muy conscientes de que al contrario no pasaría igual. Saben que en sus países los católicos no encontraríamos las puertas abiertas, lo que está haciendo madurar una mayor apertura de los ortodoxos con nosotros. El cardenal Scola lo llama “ecumenismo de pueblo”. En este momento la contribución de los movimientos está siendo importante.

¿En qué sentido?
Hay varios movimientos, como Comunión y Liberación, en cuyas comunidades conviven católicos y ortodoxos. La forma del “movimiento” se convierte en la forma de superar las barreras jurídicas. Es un aspecto verdaderamente profético, un camino elegido por el Espíritu Santo que nadie habría podido prever.

¿Qué consecuencias está teniendo la invasión rusa de Ucrania a nivel eclesial?
Lo primero que me gustaría decir es que esta guerra no es la única cuyas consecuencias hemos sufrido. El año pasado vino un grupo de fieles de la Iglesia etíope pidiendo otra iglesia. Eran todos del Tigray, la región que está luchando contra el Gobierno etíope. Sus mujeres eran amenazadas con un cuchillo en el cuello, no hubo forma de parar el conflicto y tuvimos que buscar una iglesia nueva para ellos.

¿Y los ucranianos?
Los sacerdotes que guían las 14 parroquias del Patriarcado de Moscú son siete ucranianos, cinco moldavos, un ruso y un italiano. Antes de febrero de 2022 teníamos rusos, bielorrusos, ucranianos y moldavos que rezaban juntos. Sin embargo, desde 2014, Rusia por un lado y Estados Unidos por otro han presionado a los ortodoxos ucranianos para que se pusieran a favor o en contra del Patriarcado de Moscú. Son injerencias comunes en la tradición ortodoxa, pero que llevaron a un cisma muy grave en la comunión ortodoxa cuando el Patriarca ecuménico de Constantinopla reconoció la independencia de la Iglesia ortodoxa ucraniana, provocando la ruptura de la comunión de Moscú con Constantinopla. En vísperas de la guerra teníamos por tanto una Iglesia nacional, no reconocida por las demás iglesias ortodoxas, y una iglesia ucraniana fiel aún a Moscú (la Metropolita de Kiev guiada por el metropolita Onufry). Con la invasión, los ucranianos fieles a Moscú también dejaron de rezar, durante la liturgia, por el Patriarca Kiril de Moscú. Esto nos ha traído dos consecuencias. Por un lado, muchos ucranianos ya no querían rezar con los rusos; por otro, los sacerdotes ucranianos de Kiev, que vinieron con los refugiados, no tenían iglesias donde celebrar la liturgia. Después de meses de incertidumbre, recibimos la indicación de Roma de acoger a estas comunidades ucranianas poniendo a su disposición «lugares adecuados de culto».

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No es agradable ver que los ucranianos no quieren rezar con los rusos.
Así es. Jesús nos invita a amar a los enemigos y a rezar por quien nos persigue, pero sería hipócrita por nuestra parte pretender de los cristianos ucranianos tal radicalidad evangélica, cuando nosotros somos mucho más indulgentes con otros preceptos que nos comprometen menos. La Iglesia no está hecha de gente perfecta, sino de pecadores que se están convirtiendo.