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Inundaciones. «No por generosidad, sino por gratitud»

Se han movilizado desde el primer momento para prestar auxilio. Ahora hay que atender a los que lo han perdido todo. ¿Pero qué es lo que les mueve?
Davide Santandrea

Ángeles del barro o “burdél de paciùg”, como los llaman aquí. A pocos días del desastre en Emilia-Romagna ha vuelto a asomar una cierta retórica típica en estas situaciones. «Los ángeles no existen, existe un pueblo, herido pero intrépido, que quiere vivir en su tierra», responde un amigo. Tiene razón porque ciertas expresiones, en el fondo, no son más que etiquetas descriptivas en medio de la gran movilización masiva con gente de todas las edades, colores políticos o credos religiosos que se ha puesto en marcha siguiendo esa exigencia inextirpable en todo corazón humano e tender una mano al hermano que sufre. No es cuestión de ser de aquí, ni de ser generosos. Es cuestión de ser humano.

Una provocación que, en estos días de intenso trabajo en el fango, ha surgido en muchas conversaciones con amigos del movimiento que, como yo, viven en las zonas afectadas o en los alrededores. Desde el primer momento. Nada más estallar la emergencia, por ejemplo, cuando la gran maquinaria de la solidaridad aún no había arrancado, apareció este mensaje en un grupo de Facebook: «Hoy mi mujer y yo hemos ayudado a la madre de una amiga nuestra a salvar lo poco que se podía salvar. De pronto aparecieron cuatro chavales ofreciendo ayuda. Tenían poco más de veinte años y venían de Ímola. No les podemos estar más agradecidos. De vez en cuando salía de casa y veía a grupos de jóvenes, hombres y mujeres paseando entre las casas devastadas y ofreciendo ayuda a todos. Qué puedo decir, a mis 50 años ver a los jóvenes poniéndose a disposición de unos desconocidos me hace pensar que todavía queda algo bueno entre nosotros». Trabajar –en un despacho, en un colegio o en una empresa– no era fácil esos días. Muchos han pedido permiso para calzarse las botas y salir al barro a ayudar a amigos o familiares.

Luego pasa que al día siguiente ya se te olvida y se va la euforia de la ayuda inicial, pero un chat de WhatsApp puede ser la ocasión de recuperar el punto. «Hoy estoy más abatido. Ayer me sentía útil y activo, pero hoy todo va más despacio… Los propietarios no ayudan, si no se desatascan las alcantarillas y sigue lloviendo, la batalla será dura de librar». Enseguida hubo respuesta: «¡Tu primera utilidad es haber dicho sí! Porque el resto no está en nuestras manos, es obra de Otro. No hay que escandalizarse porque los propietarios no colaboren. Ellos también son seres humanos. Pero gracias por compartir tu fatiga». La fatiga de uno se convierte en fatiga de todos. Qué hermoso es irse a la cama destruido pero con un juicio claro y compartido.

Otro amigo, después de tres días de trabajo «sin sacar nada que valga», afirmaba que «la consecuencia del trabajo de estos días es redescubrir mi corazón vivo. Lo que necesito emerge estos días de forma más potente y verdadera. La realidad es positiva, aunque contradictoria y terrible. De hecho, el corazón humano no pierde la esperanza en medio de la prueba, al contrario, desea más ardientemente que la promesa que alberga dentro halle respuesta».

También hay quien no ha podido “desconectar”, a pesar de vivir en zonas alejadas de las inundaciones. Por ejemplo, un profesor contaba que, explicando en clase el poema La notte bella de Ungaretti no pudo evitar pensar en lo que sus amigos estaban sufriendo. «Cómo no comparar el verso que dice “he sido estanque de tinieblas” con toda la belleza que estaba aconteciendo: personas llenas, llenas de gratitud y de amor, trabajando en el barro. Un infinito que atrae los corazones. La misma palabra sublime significa etimológicamente “bajo el barro”». ¿Resultado? Al día siguiente dos alumnos aceptaron su invitación y se fueron como voluntarios a ayudar.

El Banco de Alimentos de Emilia-Romagna, que tiene justo en Ímola su almacén principal, contactó con la administración local para organizar una recogida de víveres y repartirlo entre los puestos de emergencia. Además, varias empresas y donantes privados han colaborado con comida, dinero, mano de obra y demás. «En medio de un dolor inmenso por toda esta situación surge, con dificultades pero de manera real, un océano de bien y un corazón que van más allá del drama para afirmar una positividad última que ningún aluvión puede borrar o anegar», comenta Stefano Dalmonte, presidente del Banco.

Así podríamos continuar, un ejemplo tras otro, con un pueblo entero achicando agua, mostrando la generosidad propia del ser humano, ¿y eso sería todo? Mis amigos y yo vemos que la generosidad por sí sola no basta para explicar lo que hemos visto. Hay unas palabras del mensaje de Davide Prosperi que me han acompañado mucho estos días: «La manera en que están afrontando juntos esta situación es un signo claro de que la educación que hemos recibido sabe generar una amistad conmovedora y sin reservas». Ese es el motivo por el que el sábado por la noche, cincuenta jóvenes trabajadores, sucios y agotados, se juntaron para hacer una barbacoa y cantar juntos en una de las pocas casas respetadas por el agua. Unos pusieron la carne, otros el vino… La cena se pagó así, pero aun así al terminar quisieron hacer una colecta para colaborar en la recogida de fondos propuesta por el movimiento.

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Al terminar el primer fin de semana de trabajo, resonaban con fuerza unas palabras de Enzo Piccinini: «Es la gratitud lo que caracteriza mi vida, por eso no tengo miedo a darla». Por gratitud, uno puede entregarse sin reservas. Por esa gratitud, ante quien dice: «pobrecillos, lo han perdido todo», uno puede responder: «Habrán perdido muebles, coches, sótanos enteros… pero el “Todo en la vida” no lo han perdido. Al contrario, vuelve a ponerse de manifiesto».