Monseñor Paolo Martinelli (Foto Massimiliano Migliorato/Catholic Press Photo)

Cristianos en Yemen, una presencia tenaz

La guerra que no acaba, los destellos de paz y el diálogo con el mundo musulmán. Un año después de su nombramiento, hablamos con el vicario apostólico en Arabia meridional, monseñor Paolo Martinelli
Maria Acqua Simi

En Yemen se combate desde hace casi nueve años una guerra civil que se ha convertido en el escenario de una “lucha de poder” entre dos grandes potencias regionales, Irán y Arabia Saudí. Un sangriento conflicto que se ha cobrado la vida de miles de civiles y que ha devastado el país. Pero hace unas semanas, la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Riad y Teherán, un acuerdo para el intercambio de cientos de prisioneros y una tregua sustancial sobre el terreno han abierto un nuevo camino hacia la paz.
«No voy a entrar en análisis geopolíticos, pero sin duda los signos que vemos son esperanzadores». Son palabras de Paolo Martinelli, capuchino, cuando se cumple un año de su nombramiento como vicario apostólico para la región de Arabia meridional (Emiratos Árabes, Omán y Yemen). Una zona del mundo muy compleja, donde a pesar de que la mayoría de la población es de fe islámica, todavía hay una consistencia presencia cristiana, de alrededor de un millón de personas. «Mi esperanza es que el conflicto acabe pronto y que comience la reconstrucción. Hace mucha falta».

Destellos de paz en Yemen, ¿cómo viven esta novedad los cristianos de la región?
Hay que distinguir lo que sucede en Emiratos y Omán de lo que sucede en Yemen. Son realidades profundamente distintas. En los Emiratos Árabes Unidos (donde tiene su sede la vicaría actualmente, ndr) y en Omán la calidad de vida es muy buena, hay paz y prosperidad. En Yemen la situación es totalmente distinta porque, de hecho, la guerra aún no ha terminado formalmente. Claro que hay grandes esperanzas y todos esperamos que las cosas vayan mejor, aunque es difícil conseguir noticias creíbles.

¿Pero cuál es la situación real de los cristianos en Yemen?
No es posible decir cuántos son porque no hay registros. Pero, aunque pequeña, hay presencia cristiana. Y está arraigada. A pesar de los años de guerra, como nos testimonian las hermanas de la Madre Teresa, que siempre han estado al lado de la población. El hecho de estar allí es algo muy valioso. Dan verdaderamente la vida, la ofrecen completamente por esa gente. El Papa, hace justo una semana, en la catequesis sobre el celo apostólico, dedicó un espacio al martirio recordando a las cuatro monjas, misioneras de la caridad, que fueron asesinadas en Yemen en 2016 a manos de los extremistas. Las nombró a todas: sor Anselm, sor Judith, sor Margarita y sor Reginette. De su martirio ha brotado una presencia tenaz. Todavía hay ocho monjas en su orden. Y con ellas está un sacerdote italiano que se desplaza de una comunidad a otra para garantizar los sacramentos, y una presencia de fieles que permanecen. A causa del conflicto, muchos cristianos han tenido que salir de Yemen, sobre todo en las primeras fases de la guerra, cuando las bandas armadas se adueñaron de todo el país. Sin embargo, algunos quedan. Nuestra esperanza es que poco a poco todos pue dan volver.

Foto Ansa

¿Ha logrado visitar a esta gente?
Aunque es uno de mis mayores deseos, hasta ahora no he podido visitar la comunidad de Yemen. Pero estamos en contacto continuamente, hablamos mucho. De hecho, en una de nuestras últimas conversaciones, el sacerdote que está allí me confirmaba que las cosas están mejorando. Por ejemplo, hoy pueden desplazarse, aunque siempre deben ir juntos y en coche. Antes era muy peligroso. Las dos comunidades de las hermanitas de la Madre Teresa son además muy conocidas. El propio Gobierno quiso que estuvieran allí, reconociendo su utilidad y humanidad. Siguen siendo bienvenidas por su excepcional trabajo caritativo, sobre todo en dos casas de acogida para ancianos y personas con discapacidad. Su rutina consiste en servir a estas personas, igual que hace el sacerdote con ellas. Una vida entregada al servicio, al cuidado de los demás. Con o sin guerra.

Hablaba de la huida de los cristianos al comienzo de la guerra y de la posibilidad de que vuelvan, ¿puede ser?
Es pronto para decirlo. La situación sigue siendo muy delicada. Algunas iglesias de Yemen han sido destruidas o dañadas y hay que reconstruirlas. Pienso en la de Aden, que antes era la sede de la vicaría, con una tradición muy antigua. Pasa lo mismo con las personas. Habrá que reconstruirlo todo. Como decíamos, también hay cristianos yemenitas que han vivido siempre allí, nativos, y que se han quedado, dando un gran testimonio de fe.

¿Cuál es la situación en Emiratos y Omán?
En Emiratos, los cristianos están allí sobre todo por trabajo. Por eso digo siempre que la nuestra es una auténtica “Iglesia de migrantes”. Son migrantes y fieles. También es migrante el obispo, igual que los sacerdotes y religiosos. No existe otro lugar en el mundo donde la Iglesia sea tan variada y al mismo tiempo que dialogue tanto con el mundo musulmán en el que vive.

A propósito de esto, hace un año que es vicario del país donde el papa Francisco y el gran imán de Al-Azhar, Ahamad al-Tayyib, firmaron en 2019 el importante “Documento sobre la Fraternidad humana”. En ese texto se insiste mucho en la “cultura del diálogo”. ¿Pero qué significa concretamente?
Aquí en Emiratos el diálogo es una realidad consolidada. El Gobierno se ha esforzado mucho en ello, existe incluso un Ministerio dedicado a la hospitalidad (“tolerancia”) y a la coexistencia. Ese documento marcó sin duda un punto clave, gracias a él en estos años ha habido encuentros, relaciones, amistades… Cada año se recuerda ese evento con una gran celebración común y hasta se ha instaurado un premio. Pero si queremos entrar en lo concreto, hay una realidad preciosa que es la Abrahamic Family House…

¿Qué es?
Es un lugar donde se han construido una mezquita, una iglesia católica y una sinagoga, donde viven un imán, un sacerdote y un rabino. En cierto modo, tienen una forma de vida compartida y este centro demuestra que el diálogo puede llevar verdaderamente a un camino común. Es verdad que se trata de una experiencia que nació hace poco, el pasado 16 de febrero, pero es muy viva y está abierta a todos. Allí celebramos la misa todos los días y tenemos momentos de convivencia con las demás religiones. Durante el Ramadán, cuando los musulmanes rompían el ayuno por la noche, que en árabe se llama iftar, nos invitaban a todos a pasar juntos la noche, comiendo y charlando de todo. Igual que el rabino, el imán y el sacerdote, toda nuestra vida aquí tiende al conocimiento mutuo con el otro.

Un año después de su nombramiento, ¿qué ha aprendido estando allí?
Estar aquí está siendo una gran aventura para mí. Estoy visitando todas las parroquias, veo realidades que me sorprenden continuamente porque son muy distintas de lo que he visto antes. Aquí las iglesias siempre están llenas para la misa, muchas veces ni siquiera pueden entrar todos, hay un gran deseo de pertenecer a la historia cristiana. Debemos aprender de su entusiasmo. Es cierto que no faltan las tensiones porque no siempre es fácil armonizar las diversas comunidades, que tienen ritos y lenguajes diferentes, pero en el fondo son problemas que nacen del apego a la vida de la Iglesia, del amor a Jesucristo. Los meses que llevo al lado de esta gente me ayudan a estar delante del misterio de Dios, del rostro de Cristo.

LEE TAMBIÉN – El Papa en Hungría: «Es esencial volver a encontrar el alma europea»

¿Qué es lo que más le fascina? ¿No se siente solo en su misión?
¡Vaya dos preguntas! Me fascina la capacidad intercultural de la fe cristiana, -es un aspecto de la fe en Dios que es misterioso y por ello pido cada día al Señor entender más. Cuando celebro la misa, veo ante mí a filipinos, indios, libaneses que viven juntos la aventura de la fe y se me llena el corazón de gratitud. ¿Cómo es posible todo esto? El Espíritu Santo está realizando aquí algo realmente excepcional. Por ello, y paso a la segunda pregunta, no me siento solo. Hay muchos sacerdotes, religiosos y religiosas, familias, estudiantes… la amistad con el obispo emérito Paul Hinder, mi predecesor, que me ayuda mucho. Piense en esas monjas que están en Yemen, en ese sacerdote: ellos no se sienten solos, viven una profunda comunión. Y si es posible para ellos…