El cardenal Manuel José Macario do Nascimento Clemente

«Propuso lo esencial del cristianismo, a Cristo»

En la antigua Santa María de Belén, el 22 de febrero de 2022, el patriarca de Lisboa, el cardenal Manuel Clemente, celebró la misa de aniversario de don Giussani
Manuel José Macario do Nascimento Clemente

Me uno con gusto y convicción al recuerdo de monseñor Luigi Giussani, en el decimoséptimo aniversario de su muerte y cuadragésimo aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación.
La celebración de la fiesta de la Cátedra de San Pedro, es decir, del papel central que el apóstol y sus sucesores desempeñaron al servicio de la unidad eclesial –«presidida por la caridad», como decía san Ignacio refiriéndose a la Iglesia de Roma desde principios del siglo II– refuerza aún más el recuerdo que tenemos.

En efecto, en todo el recorrido que llevó hasta el reconocimiento del carisma y la obra de Giussani destaca su vínculo constante con los pontífices que se sucedieron, con especial referencia a san Pablo VI y san Juan Pablo II. También mantuvo un estrecho vínculo, próximo a la identificación, con el cardenal Ratzinger, futuro Benedicto XVI, sin olvidar al cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires y actual papa Francisco, que no dejó de compartir públicamente su deuda con la lectura de sus libros.

El diálogo que acabamos de escuchar en el Evangelio nos ilustra de manera especialmente clara el hecho cristiano, por qué resulta esencial y decisivo. Jesús pregunta a sus discípulos quién dicen los hombres que es. Las respuestas se suceden identificándolo con figuras bíblicas antiguos o recientes, que vuelven a salir a la luz. Jesús insiste en la pregunta, planteándosela directamente. Entonces Simón Pedro declara: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». A lo que Jesús responde: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás! Porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia...».

La fe de Pedro, luz divina que le llevó a confesar a Jesús como Mesías (Cristo) e Hijo del Dios vivo, es la roca firme sobre la que se funda la Iglesia y resistirá todos los males que vengan. Así quedará atado o desatado en la tierra lo que se ate o desate en el cielo. Parémonos un momento en lo que le pasó a Pedro, que nos pasa sin duda a nosotros, iluminados por la misma fe. Pedro se encontró ante la humanidad concreta de Jesús, que le llamó a orillas del lago y que tanto correspondía a la espera mesiánica de aquel pueblo en aquel tiempo. Precisamente por eso percibió algo mucho más grande, es decir, la divinidad misma de aquel que le llamaba: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».

Es algo sorprendente. Lo que sucede con Pedro continúa con nosotros, si lo miramos con realismo cristiano. En la infancia, o más tarde, nos hablaron de Jesús, de lo que hacía y decía en los primeros tiempos de su misión con la gente a la que encontraba. Poco a poco, o más rápidamente, la pregunta sobre su persona fue creciendo en nosotros, nos imanta dos milenios después en definitiva. La vida misma, allí donde reside nuestro deseo más profundo, ha empezado a referirse a Él, que nos conquista porque nos convence. Lo sentimos como una presencia ahora y no como un mero recuerdo de lo que había entonces. Todo eso lo confirmamos con la misma convicción de la comunidad creyente, una comunidad que nace de esta fe común, que solo Dios concede. Así llegaremos también a entendernos a nosotros mismos, lo que cada uno debe ser y hacer, partiendo siempre de Él.

El comienzo de la vida sacerdotal de Giussani coincidió con un profundo e importante cambio social en la práctica religiosa. La posguerra transformó muchas maneras de vivir y convivir, sobre todo en las grandes zonas urbanas e industriales. Los pueblos se desplazaban no solo buscando trabajo, sino que también cambiaban de referentes y de mentalidad, debilitando los vínculos tradicionales de la transmisión de la fe y la práctica religiosa.

Dedicándose con entusiasmo a la formación de los jóvenes, Giussani se encontró ante una barrera de conceptos negativos y prejuicios respecto de la fe católica, que ahora se han agravado, derivados de contiendas pendientes entre razón y religión, libertad y moralidad, laicidad y confesionalismo, entre un más acá compacto y un más allá evanescente.

En este contexto propuso lo esencial del cristianismo, es decir a Cristo, como respuesta que no engaña a la humanidad con la que convive, como Verbo encarnado de Dios, sino respondiendo de sobra a todo lo que deseamos más viva y profundamente. Como dijo entonces, Cristo «llega justamente aquí, a mi condición de hombre, de alguien, por tanto, que espera algo porque siente que le falta todo; se ha puesto a mi lado, se ha presentado como respuesta a mi necesidad original. […] Considerar significa tomar en serio lo que sentimos, todo, descubrir todos sus aspectos, buscar todo su significado» (cit. en Alberto Savorana, Luisi Giussani. Su vida, Encuentro, Madrid 2015, p. 273). Justo ahí residirá la contribución más original y significativa de Luigi Giussani. No elude ninguna pregunta ni censura ningún problema, sino que recoge lo que subyace a ellos, como deseo de un más y mejor, para corresponder a la persona de Cristo y a lo que nos ofrece, algo tan divinamente humano y tan humanamente divino.

El mundo moderno es más complejo que en épocas anteriores, presentándonos toda una cascada de posibilidades y promesas, prácticas y mentales. Atraídos o distraídos por tantas posibilidades reales o aparentes, corremos el riesgo de quedarnos dentro de una realidad opaca, suspendidos entre una necesidad inmediata y una seducción ilusoria.
Hace dos mil años tampoco faltaban necesidades ni seducciones, en una mezcla de motivos religiosos y políticos, como en el caso del mesianismo antirromano que conmovió entonces al mismo Pedro. Jesús no elude ninguna pregunta que le plantean pero siempre nos conduce a lo que importa, es decir, al sentido último de lo que se hace o no, convirtiendo deseos y comportamientos.

De este modo, desvela el sentido verdaderamente religioso de la vida, que significa nuestra relación con Dios, en último término suficiente para todo corazón humano. En una humanidad a la que Jesús devuelve toda su grandeza, granítica desde el sacrificio pascual y sostenida comunitariamente.
Lo decía Giussani en el inolvidable encuentro de san Juan Pablo II con los movimientos eclesiales el 30 de mayo de 1998, explicando la única razón de una alegría plena y razonable para la humanidad en todo momento. «Porque aquel hombre, Jesús de Nazaret, es la realidad de la que depende todo lo positivo que hay en la existencia de cada uno de los hombres. Toda experiencia terrena que se viva en el Espíritu de Jesús florecerá en la eternidad. Pero este florecer no se producirá solamente al final de los tiempos; ya comenzó en el amanecer de la Pascua [...] experimentable para el hombre de todos los tiempos en el cambio radical que se produce en quienes se encuentran con Él y, como Juan y Andrés [los primeros a los que llamó, en el Evangelio de san Juan], le siguen. También es mí la gracia de Jesús se ha convertido en una experiencia de fe que se ha desvelado en la Santa Iglesia, esto es, dentro del pueblo cristiano, como una llamada y una voluntad de alimentar a un nuevo Israel de Dios» (cit. in Savorana, op. cit., p. 1070). A partir de esta convicción, nace todo lo que Giussani ha ofrecido a la Iglesia, con la conciencia renovada de que el encuentro con Cristo corresponde con el anhelo más profundo del corazón humano. Nada se elude, todo se aclara, frente a la sorprendente verdad que las cosas adquieren en Él y con Él, Verbo de Dios encarnado.

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Para terminar, elijo unas palabras del actual papa Francisco, cuando era arzobispo de Buenos Aires, el 27 de abril de 2001, en la presentación de otro libro de Giussani. Hablando de las razones de su gratitud hacia el autor, decía: «La primera, la más personal, es el bien que este hombre me hizo a mí en la última década, a mi vida como sacerdote, a través de la lectura de sus libros y de sus artículos. La segunda razón es que estoy convencido de que su pensamiento es profundamente humano y llega hasta lo más íntimo del anhelo del hombre. Me atrevería a decir que se trata de la fenomenología más honda y, a la vez, más comprensible de la nostalgia como hecho trascendental, [...] el nostos algos, el sentirse llamados a casa, la experiencia de sentirnos atraídos hacia aquello que nos es más propio, nos es más consonante con nuestro ser. En el marco de las reflexiones de don Giussani encontramos estas pinceladas de una real fenomenología de la nostalgia» (cit. in Savorana, op. cit., p. 1125). Entendemos “nostalgia” como nostalgia de la casa donde siempre nos espera el Padre de cada hijo pródigo.

Doy gracias a Dios por darnos a Luigi Giussani, en el tiempo que se nos ha dado y que sigue siendo nuestro. Con lo que escribió y realizó, nos hizo revivir lo que Pedro y los demás vivieron aquel día en Cesarea de Filipo, tan lejos y tan cerca de donde estamos ahora. Confesar a Cristo como respuesta total al deseo más profundo e ineludible de todo corazón humano, plenamente humano. Hasta el punto de que todo lo que deseamos de verdad es la nostalgia de algo que solo culmina en Dios.