Monseñor Pierbattista Pizzaballa

«Su intuición: devolver a Cristo al centro de la experiencia humana»

El Patriarca latino de Jerusalén, monseñor Pierbattista Pizzaballa, celebró el 11 de marzo en Belén, en la iglesia de Santa Catalina, la misa por el centenario de don Giussani
Pierbattista Pizzaballa

Queridos hermanos y hermanas, ¡que el Señor os conceda la paz! Esta celebración se enmarca entre las misas celebradas por todo el mundo con motivo del 40 aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación, pero también es una ocasión para dar gracias y al mismo tiempo reflexionar sobre la presencia de vuestro movimiento en el seno de nuestra Iglesia de Jerusalén.

Febrero es el mes en que don Giussani subió al cielo y este es el año del centenario de su nacimiento. Como veis, se une toda una serie de acontecimientos que nos obligan con alegría a dar gracias a Dios. Él suscitó a don Giussani en su Iglesia y le dio esa experiencia viva y original de la fe, un método para vivirla, una caridad ilimitada y una esperanza que sabía atravesar las vicisitudes más complicadas para hallar la luz de Cristo que puede conducir a los hombres hacia el futuro.

Es especialmente significativo recordar a don Giussani aquí, en Belén. Si preguntara a los miembros del movimiento, sobre todo a los que vivieron al lado de don Giussani, durante mucho o poco tiempo, “¿cuál es el corazón de vuestro carisma?”, responderían, al menos en gran parte: “la Encarnación”. Parecería algo banal porque la Encarnación también es el corazón de la fe cristiana y por tanto es común a todos. Pero don Gius, como os gusta llamarlo, ya había entendido que la sociedad estaba sufriendo grandes cambios nunca vistos, con revoluciones sociales y económicas de gran alcance, y donde parecía que la salvación del mundo, según el pensamiento dominante, dependía exclusivamente de la mano del hombre y no de teorías religiosas que ellos decían que iban separadas de la vida real. Era necesario encontrar nuevas formas de comunicar la fe en esa sociedad tan distinta y en ciertos aspectos también adversa. Lo que era el núcleo de nuestra fe, la Encarnación, corría el riesgo de quedarse en una mera definición, un dogma de fe sin una vida vivida, una experiencia, un encuentro. Ya se estaba abriendo una fractura cada vez más evidente entre fe y vida, iglesia y mundo. Sin embargo, creer en la Encarnación significa ver la realidad, el mundo real, con los ojos de alguien que ha sido salvado. Significa creer y hacer experiencia de que este mundo real, tal como es, ha sido alcanzado por Cristo, única y auténtica salvación, y que precisamente en este mundo, aquí y ahora, puedo volver a encontrar la salvación y ver a Cristo. Por lo que he podido conocer, esta fue la intuición providencial que tuvo don Gius, devolver a Cristo al centro de la experiencia humana, encarnarlo en la vida real, llegar a ver Su rostro en este mundo nuestro.

Nazaret y Belén están por tanto en el centro de la experiencia de Giussani. Aquella chica de Nazaret y aquel niño nacido en Belén nos hablan de un Dios que se hace hombre, que viene a morar en medio de nosotros, que asume nuestra naturaleza, nuestro rostro, nuestras mismas costumbres, que vive también nuestras fragilidades. Él no quiere esconderse, se introduce en cada pliegue de la historia de la humanidad para que en cualquier lugar y situación lo podamos encontrar, reconocer y amar.



No en vano don Giussani habló de su peregrinación a Tierra Santa como un hecho fundamental en su vida. Al mismo tiempo, estaba convencido de que cada día vivía siguiendo los pasos de Cristo, escuchando su voz y deseando su rostro. Podemos decir sin duda que cada lugar era para él Tierra Santa. Esta es una enseñanza también para nosotros, que podemos acostumbrarnos a vivir esta familiaridad con Cristo o ignorarla, o incluso descuidarla.

Desde cierto punto de vista, Tierra Santa, Jerusalén, Nazaret y Belén son el corazón del movimiento. Aquí nació todo, aquí todo puede renacer cada día. La pequeña comunidad de CL en Tierra Santa tiene pues una responsabilidad con todo el movimiento. La Iglesia de Jerusalén tiene la misión de hacer memoria cada día de la Encarnación del Santo y recordar a la Iglesia universal que ese Hecho, la Encarnación, va ligado necesariamente a esta tierra. Hic Verbum Caro factum est. El movimiento de CL en Tierra Santa tiene la misma función, la de ser ese vínculo único y especial entre el movimiento en el mundo y la Tierra del Santo. En cierto modo sois custodios del carisma de CL en el mundo.

Aun así, también aquí, en Tierra Santa, necesitamos hacer visible la intuición de don Gius, que hizo una síntesis admirable entre vida y fe, y al mismo tiempo supo transmitirla a miles de personas en el mundo, durante varias generaciones. Aquí también necesitamos, incluso nosotros, custodios de la Encarnación, experimentar que la fe es vida, que Cristo es realmente la respuesta a lo que verdaderamente esperamos, y que solo a través de Él podemos tener una mirada realmente liberadora hacia nuestra sociedad. También nosotros, golpeados por años de conflicto, con desigualdades sociales enormes, corremos el riesgo de buscar respuestas fáciles e inmediatas, que también suelen ser siempre engañosas, de corto alcance. Nosotros también necesitamos a alguien que nos devuelva una mirada verdadera que nos sacie en nuestra vida diaria. Y no serán las catequesis, las reuniones parroquiales ni los planes pastorales lo que nos abra los ojos. Solo encontrarnos con alguien redimido puede permitirnos experimentar la redención. Solo alguien salvado puede testimoniar la salvación. Que seáis para nuestra Iglesia esas personas que nos ayudan a hacer esta costosa pero maravillosa síntesis entre la fe recibida y la fe vivida.

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Una última consideración. Parte de vuestro carisma también ha consistido en devolver vuestra experiencia al mundo de la cultura, llevar el pensamiento cristiano al contexto del mundo universitario y cultural, donde ya está demasiado ausente. También en esta Tierra Santa, donde el islam y el judaísmo son mayoritarios culturalmente, vivaces pero también curiosos y abiertos, resulta cada vez más necesaria una presencia cristiana que sepa decir a ese mundo cultural, de las formas propias de nuestro contexto social, una palabra bella y significativa, propositiva y serena, crítica y amistosa. La esperan, la buscan y la desean. Sería una manera muy significativa de contribuir con vuestro carisma a la vida de nuestra pequeña Iglesia de Tierra Santa, que no puede renunciar a hablar de Jesús a todas las realidades sociales y culturales de Tierra Santa de manera comprensible, aquí y ahora.

Antes de terminar, no podemos dejar de recordar todo lo que está pasando en Europa y dirigir allí nuestra oración. En estos días tan tremendos, rezamos por nuestra amada Ucrania, suplicando a María, Madre de Dios y Madre del pueblo ruso y ucraniano, para que suceda el milagro de la paz. Es una tragedia que toca de cerca a los miles de rusos y ucranianos que viven aquí, entre nosotros, y que nos acercan las profundas heridas de ese conflicto incomprensible.

Por último, no nos olvidemos de seguir rezando siempre por nuestra Tierra Santa, sobre todo por la comunidad cristiana, y por la paz entre los pueblos.
Pidamos a Dios por intercesión de don Giussani, Siervo de Dios, que vuelva a llenar nuestros días de alegría, serenidad y paz de corazón.
Amén