El cardenal Giuseppe Betori

«Nos recordó que Dios no cambia de método»

La homilía del cardenal Giuseppe Betori, arzobispo de Florencia, en la misa del centenario del nacimiento de don Giussani. Basílica de la Santissima Annunziata, 11 de febrero de 2022
Giuseppe Betori

El relato de las bodas de Caná que acabamos de escuchar halla su clave de lectura en la nota final del evangelista: «Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él» (Jn 2,11). Esta atención tan especial que Jesús dedica a un aspecto tan ordinario en la vida –que falte el vino en una fiesta– debe enmarcarse, según el evangelista, en un horizonte donde lo ordinario se muestra justamente por la posibilidad de la manifestación de la gloria del Señor Jesús. El horizonte limitado del vivir, el error de cálculo humano y con ello la imposibilidad para hacer que hasta la cosa más banal salga perfecta, son ocasión para que Jesús revele quién es. El milagro de Caná no se puede reducir por tanto a que el agua se transforme en vino. La excepcionalidad del signo, tan sobreabundante en cantidad y calidad, no se resuelve en el resultado positivo de un banquete sino en el “florecimiento” de la fe de los discípulos. Este signo, con el que comienza el ministerio de Jesús en el cuarto evangelio, nos dice que se abre al hombre una posibilidad totalmente inédita: reconocer entre las vicisitudes ordinarias de este mundo la gloria de Dios en Jesucristo, y por tanto creer en él. Solamente un Dios dispuesto a sumergirse en el límite concreto de la finitud humana, un Dios que se hace finito, abre de par en par al hombre la posibilidad de seguir su aspiración infinita. La apertura de este tiempo nuevo, que es la época mesiánica, es la verdadera fiesta nupcial de la historia, donde divinidad y humanidad se manifiestan unidas inseparablemente en presencia de Cristo. Toda la ley mosaica encuentra así su fórmula sintética en la invitación que María dirige a los siervos: «Haced lo que él os diga» (Gv 2,5).

Surge así la pregunta: ¿cómo es posible creer esto hoy, cómo podemos escuchar la voz de Jesús y hacer lo que nos diga? La respuesta a esta pregunta nos permite reconocer que la acción de gracias que celebramos aquí, en la memoria del aniversario de la muerte de don Giussani y del reconocimiento de la Fraternidad de Comunión y Liberación, no puede ser para nosotros un acto formal, sino la expresión real de nuestra gratitud a Dios por el carisma donado a don Giussani. En efecto, cuántas veces don Giussani y después Carrón han recordado que el Misterio de Dios “no cambia de método” para salir al encuentro del hombre. Hoy igual que hace dos mil años. Escuchemos las palabras de Giussani: «La fe en Cristo, tal como aparece en el origen del hecho cristiano, consiste en reconocer una Presencia como excepcional, quedar impactados por ella y, consecuentemente, adherirse a lo que ella dice de sí misma. Se trata de un hecho: un hecho que hizo posible que en el mundo surgiera el cristianismo. […] Adherirse con su libertad significa, para el hombre, secundar con sencillez aquello que su razón percibe como algo excepcional, con una certeza inmediata, como sucede con la evidencia indiscutible e indestructible de ciertos factores y momentos de la realidad tal como entran en el horizonte de nuestra persona» (L. Giussani, Dar la vida por la obra de otro, Madrid 2021, 88-89).

La excepcionalidad de la presencia de Cristo que se manifiesta en Caná de Galilea es lo que encuentra acogida en el corazón de los primeros que empezaron a seguirle. Así comprendemos una vez más la verdad de lo que repite el papa Francisco, que «el cristianismo no se comunica por proselitismo sino por un atractivo» (Homilía en Santa Marta, 3 de mayo de 2018), retomando una expresión de Benedicto XVI en la homilía del 13 de mayo de 2007 en el Santuario de Aparecida, en la inauguración de la V Conferencia general del Episcopado de América Latina y Caribe. Con este método “atractivo” –desarmado– se propone Cristo ante el corazón humano, para que el hombre lo reconozca como totalmente adecuado a sus exigencias y necesidades reales. Lo hemos escuchado en el libro de Isaías, en la primera lectura. «Se manifestará a sus siervos la mano del Señor» (Is 66,14), el misterio de Dios se deja reconocer por nosotros mediante esa continuidad de testigos que forma el santo pueblo fiel de Dios, la Iglesia.

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Los evangelios nos dicen que muchas veces los discípulos tendrán que renovar ese reconocimiento. Nosotros también. La fe no es una conquista personal, una verdad abstracta que comprendemos de una vez por todas, sino que revive cada vez que reconocemos al Señor entre nosotros, actuando y presente como en Caná de Galilea. Empezando por la vida del propio Giussani, del que celebramos su centenario, durante estos años no han faltado en vuestra historia, también aquí en Florencia, estas presencias “excepcionales”, reconocibles, que os han puesto literalmente en movimiento, suscitando el deseo de poder vivir las cosas ordinarias de la vida, y también sus dramas, de un modo totalmente extraordinario, nuevo. El vino de Caná es el signo de esa auténtica novedad, la única capaz de cambiar nuestra vida y por tanto la historia. La presencia excepcional y atractiva de Cristo que se propone a nuestra necesidad, al reconocimiento por parte de nuestra humanidad. Como intuía don Giussani de manera profética, «en una sociedad como esta no se puede crear algo nuevo si no es con la vida. No hay estructura ni organización o iniciativas que valgan. Solo una vida distinta y nueva puede revolucionar estructuras, iniciativas, rela¬ciones, todo en definitiva» (L. Giussani, Movimento, “regola” di libertà, a cargo de O. Grassi, CL Litterae Communionis, n. 11, noviembre 1978, p. 44).

Queridos hermanos y hermanas, confiándonos a vosotros y vuestra historia al cuidado solícito de la Virgen de Lourdes, lo que deseo y propongo a cada uno de vosotros es que podáis dejaros poner en movimiento continuamente por el deseo de participar cada vez más de esta vida nueva que es Cristo. Para los que, como vosotros, habéis tenido la gracia de conocer personas “aferradas por Cristo”, las palabras de Isaías ya no suenan como una profecía remota sobre el futuro, sino que describen la certeza con la que poder adentrarse en el compromiso y la fatiga de cada jornada, verdaderamente «al verlo se alegrará vuestro corazón» (Is 66,14).