Monseñor Diarmuid Martin.

«Un carisma innovador y creativo»

La homilía del arzobispo emérito de Dublín, monseñor Diarmuid Martin, en la misa por el centenario del nacimiento de don Giussani. Iglesia del Sagrado Corazón, Donnybrook, 21 de febrero de 2022
Diarmuid Martin

Tras la extraordinaria experiencia de la visión de la Transfiguración de Jesús en la montaña, los tres apóstoles vuelven con Jesús a la dura realidad de la existencia cotidiana. ¿Y qué encuentran? Grupos de gente discutiendo. Los escribas discuten con la multitud y con los demás discípulos. También había sucedido algo que había causado malestar en otros discípulos. Les habían pedido que expulsaran al demonio de un niño, pero no lo lograban.

La aparición de Jesús cambia la escena. La gente se asombra y corre a saludarlo. El padre del niño le explica que su hijo está poseído y sufre muchísimo desde su infancia. En vano había esperado que los discípulos libraran al chaval del espíritu maligno.

La primera respuesta de Jesús sorprende. Habla de hombres de poca fe y también pregunta cuánto tiempo tendrá que seguir soportándolos. Inicialmente, se podría pensar que Jesús está hablando al padre del niño pero, como suele pasar, Jesús está provocando una reacción. Trata de que salga a la luz qué significa la fe y qué puede hacer. El padre del chico responde que tiene fe, pero su fe no es perfecta y se dirige a Jesús para pedirle ayuda con su incredulidad. Ese reconocimiento tan honesto es suficiente para Jesús. Una vez más, vemos que una declaración de fe humilde y honesta basta para que el poder de Jesús irrumpa en nuestra vida, y él expulsa al demonio definitivamente.

¿Cómo podemos atraer a la gente a la fe sin limitarnos a discutir con los que tengan una actitud hostil? Lo primero que hay que recordar es que debemos ser cautos al intentar medir la fe de los demás. La Iglesia puede ser severa y moralista, podemos clasificar con demasiada facilidad a la gente por categorías, pero esas categorías suelen ser creaciones nuestras. En la compleja cultura pluralista actual, algunos tienden a pretender aún respuestas blancas o negras. O entras en nuestras categorías de fe al 100% o no eres de los nuestros.



La comunidad de los creyentes debe tomar conciencia de que hay muchos que pueden parecer alejados de la fe pero en cambio aún conservan un cierto tipo de fe, o ciertos vestigios de ella. La tarea de la Iglesia no es la de condenar, sino la de ayudar a la gente a superar su falta de fe y dejar que la fuerza de Jesús actúe en sus vidas.

Esta noche recordamos a don Luigi Giussani en el aniversario de su muerte, en el año que se cumple el centenario de su nacimiento. Lo recordamos por su ministerio y por su carisma, que incidió de diversas maneras en la vida de cada uno de los que hoy estamos aquí.

¿Cómo podemos mantener vivo y desarrollar el carisma de don Giussani? El papa Francisco ha desafiado a los diversos movimientos apostólicos de la Iglesia para poner en cuestión el modo en que celebran el carisma de sus fundadores y movimientos. No se alimenta un carisma metiéndolo en el congelador. No preservamos la autenticidad de un carisma deshidratándolo como una sopa de sobre, como si añadiendo un poco de agua pudiéramos volver a recrearlo tal como era. La sopa de sobre nunca sabe igual que la original.

Entonces, ¿cómo puede garantizar el movimiento de CL la autenticidad del carisma de don Giussani? Hay dos características que me gustaría destacar. En primer lugar, don Giussani era creativo e innovador. Su carisma no era algo estático, que se pudiera conservar tal cual. Era creativo e innovador porque su objetivo era favorecer que la persona pudiera confrontarse con el significado de la fe y desarrollar una fe que no planteara preguntas abstractas; sino que pedía a cada uno que profundizara cada vez más en la comprensión de nuestra fe y del lugar que ocupa la fe en su vida. El concepto de educación de Giussani no consistía en fórmulas que aprender y repetir de memoria, sino en entrar en una relación cada vez más nueva y profunda con el Dios revelado en Jesucristo. Intentar congelar el carisma de Giussani significaría traicionar el propio carisma.

El segundo rasgo del carisma de don Giussani era su capacidad para desafiar a los jóvenes que viven en un ámbito pluralista para que comprendieran su fe y la pusieran en práctica, sin construir una especie de gueto de fieles cerrado, aislado, que les mantuviera a salvo de la realidad alrededor. La originalidad de su ministerio consistía en que no lo desarrollaba dentro de instituciones estrictamente católicas, sino con estudiantes que vivían los mismos desafíos del mundo, ese mundo de pluralismo religioso y tolerancia, pero también de indiferencia e incluso hostilidad a la fe. Aquellos a los que hablaba no eran necesariamente “afiliados” al 100%, sino que se dirigía sobre todo a los que, como el hombre del Evangelio que acabamos de leer, estaban en búsqueda, buscando alguien que les ayudara con su incredulidad.

Vivimos un momento importante en la vida de la fe de nuestro mundo, especialmente en el mundo occidental. El papa Francisco ha preparado un proceso sinodal para toda la Iglesia. A lo largo de los años, se han celebrado varios sínodos universales sobre diversos temas, y muchos de ellos tenían una fecha de caducidad que se alcanzaba al convocar el siguiente sínodo, de modo que la Iglesia pasaba a otro tema. Alguien podría pensar que pasará lo mismo con el camino sinodal de Francisco. Tal vez hay quien espera que dentro de dos años todo esto acabe y podamos pasar a otra cosa.

Por mi parte, preferiría mirar la iniciativa del papa Francisco de otra manera. Para mí, esta llamada del Santo Padre, a largo plazo, será tan importante como el Concilio Vaticano II. Recuerdo cuando se convocó el Concilio y cada obispo fue llamado a presentar sugerencias sobre los temas que proponer en el orden del día. Muchos pensaban que el Concilio simplemente modificaría o resolvería ciertas cuestiones. Recuerdo haber revisado los primeros comentarios de los obispos irlandeses antes del Concilio. No eran especialmente estimulantes. Mi predecesor en Dublín esperaba que por fin se aclarara un artículo del Código de Derecho Canónico sobre las relaciones entre los obispos y los superiores religiosos, a poder ser con un posicionamiento por parte de los obispos. El entonces nuncio habló de la necesidad de simplificar las reglas para ponerse la mitra en las ceremonias litúrgicas, especialmente en los ambientes más caldeados. No percibieron el verdadero alcance del Concilio.

Es interesante señalar que el papa Juan XXIII tampoco estaba seguro, y en la inauguración del Concilio dijo que tal vez habría que convocar una segunda sesión. Sin embargo, el pontífice tenía una perspectiva muy clara. El discurso de apertura del Concilio comenzó con las palabras Gaudet Mater Ecclesia –la Madre Iglesia se alegra– y el papa Juan XXIII se manifestó claramente en contra de los profetas de calamidades que solo ven problemas. Si no celebramos el proceso sinodal como ocasión de expresar la alegría que supone ser la Iglesia de Jesucristo, no llegaremos a comprender la visión del Papa.

Francisco no ha convocado el sínodo sobre sinodalidad, sino con el lema “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. La sinodalidad es un proceso eclesial. La sinodalidad no consiste en reuniones. No se trata de técnicas de gestión. No se trata solo de caminar juntos vagamente, sino de renovar la misión de la Iglesia. El papa Juan XXIII introdujo una renovación en la Iglesia mediante una concepción renovada de la relación entre el sucesor de Pedro y el papel complementario del colegio episcopal. Para nosotros, es difícil imaginar que cuando los Papas anteriores avanzaron la idea de convocar un concilio ecuménico, los teólogos les respondieran diciendo que, tras la definición de la infalibilidad papal formulada en el Concilio Vaticano I, los concilios ecuménicos ya no eran necesarios.

El Vaticano II no modificó la definición de la infalibilidad del Papa pero recuperó la riqueza de la colegialidad de todas las iglesias que sirven juntas bajo el Papa. El camino sinodal no alterará la autoridad del episcopado ni del sacerdocio ministerial, como parece que algunos temen, sino que recuperará la riqueza de la comunión de todos los bautizados como una fuente realmente explosiva de la renovación de la misión de la Iglesia en el mundo actual.

Aquí también podemos volver al carisma de don Giussani. Muchas de las discusiones sobre la promoción de la sinodalidad corren el riesgo de quedar reducidas a mera información, una especie de evangelización mediante cuestionarios. No estoy diciendo que no sea importante promover una cultura de la escucha dentro de la Iglesia. Lo que necesitamos es una “escucha de la fe” que permita escuchar más claramente al Espíritu. La pregunta que hacía don Giussani no solo se refería a una escucha, sino a una escucha interior. Era una participación en la búsqueda del sentido de la fe completa, desde el corazón humano. Se trataba de buscar una Iglesia y una fe alejadas de la idea de tener en la mano respuestas y formulaciones precocinadas. No era una pregunta que llevara a guetos, ni a una sensación de seguridad autorreferencial o de superioridad sobre cualquier otro grupo, sino a una liberación por parte del Espíritu que lleva a la superación de uno mismo.

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Un camino sinodal que se centre principalmente en la preocupación y el análisis de la situación actual podría acabar igual de lejos de lo verdaderamente necesario que ciertas reacciones iniciales al Concilio convocado por el papa Juan XXIII. La misión que busca el papa Francisco en un proceso sinodal nunca se realizará si quedamos atrapados en una cultura individualista y en nuestras preocupaciones locales. Exige participación, pero una participación que sea fruto de una comunión.

Los Hechos de los Apóstoles nos recuerdan el sentido extraordinario de la participación que caracterizaba a la primera comunidad cristiana. Nos muestran también la capacidad de la Iglesia primitiva para afrontar con coraje los desafíos que tenía que afrontar, expandiéndose en situaciones culturales muy diferentes.

El modelo de la Iglesia primitiva puede ofrecernos una manera de comprender la sinodalidad como una dimensión siempre presente en el ser de la Iglesia. Es el modelo de una comunión excepcional, que nace del hecho de que los creyentes se reunían para aprender de la Palabra de Dios y participaban en la comunión de la fracción del pan.

Los desafíos del mundo contemporáneo son como la curación del Evangelio de hoy. Solo se resolverán con la oración, no en el sentido de fórmulas que se repiten, sino como la capacidad de abrir humildemente nuestros corazones para permitirnos escuchar lo que el Espíritu está diciendo y permitiéndole cambiarnos. Sin esto, nuestros esfuerzos serán inútiles, como los de los discípulos del Evangelio de hoy, que no lograban liberar a este niño de un espíritu impuro.

Con su estilo de vida personal, humilde y creativo, atento a cualquier persona y constante en la oración, don Giussani permitió que su carisma creciera y floreciera dentro de la Iglesia con el paso de los años. A nosotros se nos pide permitir que ese carisma vuelva a florecer de maneras nuevas en los años venideros, para abrirnos a experimentar el asombro de un encuentro con Jesús. Se lo debemos a don Giussani.