El cardenal Giuseppe Betori (foto: Leonardo Pasquinelli)

Betori: «En Giussani está la certeza de que todo es positivo»

«Esta certeza, apoyada por entero en la experiencia, la reconozco como valiosa contribución a nuestra diócesis». La homilía del arzobispo de Florencia en el aniversario del fundador de CL (11 de febrero)

Ha pasado casi un año desde que la pandemia empezó a cambiar nuestros ritmos de vida y nuestras costumbres, un año complicado y dramático, hasta el punto de que algunos lo han definido como «el peor año de la historia» o «un año que borrar» (Time). Sin embargo, el mero hecho de juntarnos para celebrar la rendición de gracias eucarística con motivo de los aniversarios de la muerte de don Giussani y del reconocimiento de la Fraternidad de CL, sugiere una comprensión diferente del tiempo y de la historia. Cuántas veces don Giussani y tras él Carrón os han señalado el valor decisivo de lo que sucede. «Las circunstancias por las que Dios nos hace pasar constituyen un factor esencial de nuestra vocación, de la misión a la que Él nos llama; no son un factor secundario» (L. Giussani, El hombre y su destino. En camino, Encuentro, Madrid 2003, p. 61). Es lo que habéis experimentado estos meses con tantas novedades en las formas y modalidades de encontraros y de vivir para seguiros viendo, aunque fuera de manera virtual, descubriendo que no hay circunstancia, ni siquiera la pandemia, que os pueda impedir vivir la vida como un camino.

Una vez más habéis descubierto que es posible no renegar de nada en la realidad. El cristiano no “borra” nada, pues la historia se le desvela como el lugar del siempre nuevo y posible encuentro con el Señor presente. En el Evangelio, que hoy nos habla del comienzo del ministerio público de Jesús en Caná de Galilea, el hecho de que falte el vino para la fiesta –un error evidente de cálculo destinado a hacer naufragar la fiesta con un mortificante embarazo– es para María la ocasión de dirigirse a su Hijo, poner bajo la mirada del Hijo ese pedazo de realidad en aquel momento tan deficitario. La grandeza de la Virgen consiste precisamente en este reconducir toda la realidad a la relación con Cristo. De este modo, lo que solo parecería límite y escasez, la ausencia de vino y el error de cálculo, está llamado a mostrarse como el lugar donde Dios mismo actúa. Mediante las tareas que los sirvientes del banquete realizan «haciendo» lo que Jesús les dice, se lleva a cabo el milagro con extrema discreción, hasta el punto de que el mayordomo no comprende de dónde viene ese vino tan excelente.

Ante la falta de vino y el error de cálculo, la presencia de Jesús no solo responde superando toda medida, con una cantidad y una calidad del vino que podríamos casi definir como “exageradas”. Esta sobreabundancia de gracia –en cantidad y en calidad– nos lleva hoy a desear agradecer juntos. El último logro de la historia no va ligado a nuestras capacidades de cálculo sino a esa sobreabundancia con la que Dios supera todas nuestras medidas. El episodio de Caná nos ayuda así a reconocer cómo en grandes momentos de la historia, discretamente, se esboza una historia particular con hombres y mujeres que, como María, están dispuestos a reconducir bajo la mirada de Cristo toda la realidad, para que siempre sea Él quien indique lo que es necesario, haciéndose siervos suyos, para que a través de nuestras vidas el “vino nuevo” de su presencia pueda siempre transformar de nuevo la historia, salvándola de un naufragio inevitable.

Esta es la experiencia que Isaías prometió a su pueblo, una compañía experimentable de Dios en el camino de la vida, en las vicisitudes de la historia. «Como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados. Al verlo, se alegrará vuestro corazón, y vuestros huesos florecerán como un prado, se manifestará a sus siervos la mano del Señor» (Is 66,13-14). Un consuelo, el que describe el profeta, que no se reduce a las múltiples fórmulas optimistas que hemos oído resonar estos meses –no–; es un consuelo, nos dice Isaías, que «se ve», concreto, identificable, que para nosotros tiene la fisonomía estable del pueblo de Dios que es la Iglesia, «el santo pueblo fiel de Dios», como nos enseña el papa Francisco.

Las apariciones de Nuestra Señora de Lourdes, cuya memoria celebramos hoy y a cuya protección don Giussani siempre ha confiado la Fraternidad de Comunión y Liberación, nos recuerdan cómo el Señor renueva siempre su iniciativa de gracia en la historia a partir de los “pequeños”, como santa Bernadette, como algunos de vosotros a los que, al llamarlos el Señor consigo, ha dado un signo para toda nuestra diócesis –recuerdo a don Paolo, Caterina y Niccolò–, como la propia María, la primera. La historia cambia por el “sí” de los pequeños.

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Esta sencillez y disponibilidad de corazón para acoger la iniciativa de Dios, don Giussani os enseñó a pedirla en las pequeñas y grandes vicisitudes de cada jornada con esa fórmula tan querida para vosotros: «Veni Sancte Spiritus, Veni per Mariam». En esta rápida oración, explica don Giussani «[decís] “ven” a la fuerza con la que el Señor vence, pues la fuerza del Señor es la fuerza victoriosa de Cristo. Cristo vence a través de las circunstancias concretas de la vida que, como en el seno de la Virgen, generan nuestra capacidad de relación con Cristo y dan cabida a la presencia misma del Señor. El mundo se convierte así en el seno del Ser y todas las circunstancias son sus entrañas, están destinadas a dar a luz a la vida, no a hacerla morir» (L. Giussani, Afecto y morada, Encuentro, 2004, p. 137). La certeza de esta positividad última de la realidad con sus circunstancias, que el carisma os invita continuamente a redescubrir en vuestras vidas, es lo que permite no sucumbir a las dificultades de la historia ni a los límites personales de cada uno. Esta certeza, apoyada por entero en la experiencia, la reconozco como pastor vuestro, como una valiosa contribución a nuestra iglesia en Florencia. Por eso, para terminar, hago mía la invitación de Isaías, ya no en virtud de una promesa sino porque tenéis la gracia de vivir así vuestro camino personal de fe: «alegraos, festejad, gozad».

Alegraos porque, en un mundo donde todo parece naufragar, vosotros experimentáis una gratitud que con el tiempo madura y crece, y por la que estamos hoy aquí.

Festejad porque descubrís que no hay circunstancia que pueda impedir a Cristo alcanzaros, reconocerlo y seguirle.

Gozad para que lo que ya arde en vosotros como una chispa, que parece nada, pueda prender en la vida de aquellos con los que os encontréis en clase, en la universidad, en la familia o en el trabajo.