La misa por don Giussani en Túnez

Antoniazzi: «Ese amor “unido” de don Giussani»

«No debemos ser espectadores del mundo sino testigos y protagonistas». La homilía del arzobispo de Túnez en la misa de aniversario del fundador de CL
Ilario Maria Antoniazzi

Queridos amigos, hemos escuchado el Evangelio y la pregunta que el doctor de la ley plantea a Jesús: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». Lo que podríamos traducir: «¿Qué debemos hacer en la vida para ser buenos cristianos? ¿Qué debemos hacer para que nuestra vida tenga un sentido?». Sobre todo hoy, que todo es relativo, no hay nada seguro. Hoy dudamos de todo, nos preguntamos dónde están los límites del bien y dónde empieza el mal… ¡Dudamos de todo! Algunos hasta piensan que ya no existe el pecado en el mundo. Es lo que llevó al papa san Pablo VI a decir que el mayor logro del diablo es haber convencido al hombre de que ya no existe el pecado.

Jesús responde con su claridad divina: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente».

En el Antiguo Testamento hay 613 mandamientos, 613... Esto explica la pregunta del doctor de la ley: ¿cuál es el mandamiento más importante? ¡De 613! Jesús los resume en dos mandamientos que unifica en una palabra: Amor.

El primer deber del cristiano es amar a Dios. No basta con creer en Dios, hay que tener una amistad con Dios, un diálogo cotidiano lleno de calor y de amor. Es impresionante la palabra “todo”: «Con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente». Dios quiere ser el “todo” de nuestra vida.

Debemos hacernos esta pregunta: ¿Dios es todo en nuestra vida? ¿Verdaderamente tengo una relación de amor con Cristo, con Dios? A esta pregunta solo Dios puede responder, solo Él. Pero hay una prueba visible e infalible para darnos una respuesta: nuestro amor al prójimo. Resulta difícil analizar nuestro amor a Dios, es mucho más sencillo descifrar nuestro amor a los hermanos, que se basa en algo más concreto. Amo a mi prójimo si, ante las dificultades de la vida, no me vuelvo hacia otro lado, no hago como si no lo viera, no me quedo indiferente. Amor al prójimo si atravieso mi antipatía porque no soporto su carácter, su rostro, no soporto su manera de pensar, de hablar. Amo a mi prójimo si soy capaz de perdonar sus ofensas. Está claro, es sensible. Si no vivo todo esto, no amo a Dios aunque cumpla con mis devociones.

Hoy es la fiesta de san Pedro. En el Evangelio, la única pregunta que Cristo hace a Pedro es: «¿me amas?». Una cuestión de amor: «¿me amas?». Pedro responde: «Tú conoces todo», Cristo le había dicho: «Cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos». No existe un amor etéreo, existe un amor práctico a Dios y a nuestros hermanos. «Confirma a tus hermanos».

El apóstol san Juan lo dice claramente: «Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4,20).

Lo más hermoso de la vida de don Giussani es que supo unificar en su vida este amor. Para él no era algo surrealista ni abstracto, sino que formaba parte de su fe cotidiana. Era un amor que le orientaba hacia Dios y hacia su prójimo para hacerle entender que Dios le ama, que Dios quiere salvarle a pesar de las dificultades, a pesar de sus pecados. «Dios te ama». Pero usaba esta expresión, «Dios te ama», porque partía de la base: «Dios, yo te amo», antes de todo lo demás.

Este amor, decía don Giussani, es lo que hay que anunciar a todos, este evangelio, esta nueva nueva: «Dios nos ama». Esta buena nueva, «Dios nos ama», este amor, esta alegría, es lo que el mundo necesita ahora más que nunca. A causa de las dificultades, a causa del Covid, a causa de la falta de trabajo, nos enfrentamos a un mundo que ha perdido su esperanza. «Había un celo misionero en él –decían en un testimonio–, un celo misionero que no era otra cosa que un fuego de amor que ardía para que Cristo fuera encontrado, conocido y amado». Su fe cristiana era capaz de responder a las cuestiones esenciales de la vida de cualquier persona, no tenía miedo de luchar con todas sus fuerzas para mostrar lo bello que era seguir a Cristo incluso en una sociedad que tenía muy poco de religioso. Con el imán de su amor a Cristo atrajo a multitudes de jóvenes hacia Cristo.

Don Giussani nos pide que no seamos espectadores del mundo, sino testigos y protagonistas capaces de dialogar con el mundo, de ir a decir a todos que Dios nos ama, pero capaces también de escuchar y responder de manera concreta, con nuestra vida, de tal modo que cualquiera pueda comprender y gustar, a través de nuestra propia vida, la dulzura que otorga la fe en Cristo. Podemos resumir toda su enseñanza con las palabras del cardenal Ruini: «El objetivo de nuestra evangelización no es persuadir a alguien con la excelencia de nuestra doctrina, sino haciendo encontrar a Cristo vivo, presente, en medio de su Iglesia, a través de nosotros. Nos gusta mostrar así los aspectos de la buena nueva que Cristo ha venido a revelar porque creemos que verdaderamente es nuestro Salvador y nuestro Señor».

En estas palabras podemos resumir el mensaje que don Giussani entrega al mundo actual, a los cristianos de hoy. Los cristianos, decía, deben estar convencidos de que solo Dios convierte el corazón de los hombres y que su vida no debe ser contraria al evangelio que proclaman. Es fácil proclamar el Evangelio, más difícil es vivirlo. Sobre todo aquí, en Túnez, donde nuestra “predicación” no consiste en hablar, sino en mostrar, en ser.

LEE TAMBIÉN – Zuppi: «La pasión por lo humano en don Giussani»

Como todos los profetas modernos, don Giussani indicó un camino, nos enseñó a caminar hacia Dios sin presunción, con mucha humildad. No temamos seguir sus huellas (de los profetas modernos) a causa de nuestros defectos y debilidades. Me gusta mucho la expresión de Charles de Foucauld que decía: «El hombre solo puede comprender cuando es consciente de su pequeñez». Es la lógica del Evangelio de Cristo, que construyó su Iglesia sobre una derrota, la derrota de la Cruz, que construyó su Iglesia sobre nuestra debilidad.

Un solo mandamiento: el amor. Es fácil decirlo, más difícil es vivirlo en cada paso de nuestra vida. Demos nuestros pasos sobre los pasos de los que nos han precedido, como don Giussani, un profeta de nuestro tiempo, y estaremos seguros de caminar sobre el sendero justo, por el camino que lleva a Cristo.