El cardenal Gualtiero Bassetti en la misa por don Giussani

Bassetti. «Don Giussani y la “historia de amor” del cristianismo»

La homilía del cardenal arzobispo de Perugia en la misa con motivo del aniversario de la muerte del fundador de CL (22 de febrero de 2021)
Gualtiero Bassetti

Queridos hermanos y hermanas, siempre es hermoso celebrar la fiesta de la Cátedra de Pedro –que coincide con el decimosexto aniversario del nacimiento al cielo del siervo de Dios don Luigi Giussani– junto a un pueblo que camina, como el de Comunión y Liberación. A pesar de la difusión del virus, pidamos al Señor, como proponéis en vuestra intención, «una conciencia vigilante y agradecida por el don recibido en el encuentro con el carisma de don Giussani, para servir cada vez mejor a la Iglesia, reconociendo que cada instante que pasa está habitado por Cristo presente, y por tanto nada es inútil, todo es signo de una positividad indestructible».

Estas palabras suponen un rayo de esperanza en los tiempos que estamos viviendo. La pandemia ha revolucionado nuestras vidas, complicando las relaciones humanas y generando mucho sufrimiento. Muchos amigos, familiares y conocidos nos han dejado debido a esta enfermedad. Sin duda estamos atravesando una gran prueba. Una prueba que debemos afrontar con caridad y responsabilidad, y sobre todo con discernimiento cristiano. No podemos dejarnos aplastar por el miedo y, al mismo tiempo, tampoco debemos afrontar esta prueba con una superficialidad ingenua. Ha llegado el momento de testimoniar nuestra fe, reconocer en el otro a Cristo y testimoniar al mundo que Dios es un Padre que hace del amor la clave de todo.

Don Giussani lo comprendió perfectamente. Aún permanecen grabadas en mi memoria las palabras con que el cardenal Ratzinger, el día de sus exequias, habló de don Giussani. Él comprendió, como afirmó el futuro pontífice, que el cristianismo «no es un sistema intelectual, un conjunto de dogmas» o «un moralismo» sino más bien «un encuentro, una historia de amor, un acontecimiento». El cristianismo por tanto es una “historia de amor” y sobre todo un “hecho presente”. Es decir, un acontecimiento que se repite incesantemente en la historia de la humanidad, y no solo como un hecho del pasado. El anuncio de Cristo es hoy, en todo momento histórico y en toda latitud. Quién sabe cuántas veces habréis oído estas palabras…

San Pedro, no en vano, en la primera lectura de la liturgia actual, exhorta a los ancianos a pastorear su rebaño “no a la fuerza, sino de buena gana”, “no como déspotas” sino como “modelos”. No hay por tanto un interés personal que perseguir sino “entrega generosa”. En estas palabras es fácil reconocer el paradigma del buen pastor, aquel que guía a su rebaño «por el honor de su nombre» (Sal 22). El pastor se hace padre, amando profundamente a su rebaño y poniéndolo todo a su servicio. Esta es la lógica que debe animar a todos aquellos que, en nombre de Cristo, ocupan un cargo, un papel o una tarea. Somos llamados para amar y servir, y no para mandar o disponer de la voluntad de otros.

En este cambio de significado –amor en lugar de poder, servicio en lugar de mando– reside el significado profundo de la misión que Jesús encomendó a Pedro. Pero, bien pensado, ese es también el sentido de la misión terrenal de cada uno de nosotros. Todo hombre y mujer que se encuentra realmente con Cristo en su vida siente dentro esta fortísima llamada al amor: el amor es la auténtica vocación del cristiano. Como consecuencia, amar en plenitud conlleva también la alegría.

Y entonces, si la alegría es el regalo que el cristianismo hace a la humanidad, la caridad es el medio de vida de una fe sin hipocresía. Ser cristianos sin alegría es imposible. Pero vivir como cristianos sin caridad es una catástrofe. Para nosotros mismos y para todos los que nos rodean. La misión que Jesús encomendó a Pedro se puede condensar en estas dos palabras: caridad y alegría. Dos palabras que se reflejan también en la sucesión apostólica. De hecho, la Iglesia de Roma no es el centro de un poder mundano y monolítico, sino al contrario, “preside en la caridad a todas las iglesias”.

Hacer de la caridad y la alegría las dos brújulas de la fe significa, sin duda, vivir una vida a contracorriente. «En un mundo donde todo, todo, decía y dice lo contrario», afirmaba don Giussani, es fundamental «mostrar la pertinencia de la fe a las exigencias de la vida» para poder testimoniar que la «fe corresponde a las exigencias fundamentales y originales del corazón de todos los hombres». Hablar al corazón de los hombres: solo los grandes profetas llegan a tocar las cuerdas del alma humana. En mi opinión, eso fue don Giussani: un profeta en los tiempos modernos que se hizo educador y que realizó un gesto de amor a lo humano porque, como él mismo escribe, educar no solo significa transmitir un patrimonio de saber y cultura, sino que sobre todo significa «hacer que emerja la humanidad que nace en otro ser».

Hoy vivimos tiempos difíciles. Pero me gustaría haceros una exhortación: ¡no desperdiciemos este tiempo! Este es el tiempo que se nos ha dado para vivir. Por ello es un tiempo precioso. Las tribulaciones, el sufrimiento, las humillaciones que la pandemia ha provocado no pueden apagar nuestro horizonte. Nuestra meta es el cielo y esta prueba que estamos atravesando tal vez sea necesaria para probar nuestra fe y para mostrarnos quiénes somos.

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Cuando estuve en la UCI, sentía que mis fuerzas me estaban abandonando y pensé en todo el bien que habría podido hacer y no había hecho. Pensaba en mi vida, en las personas que he conocido, en los lugares donde he vivido. Y le decía al Señor: soy tuyo.

Queridos hermanos y hermanas, pidamos a Jesús, con corazón puro, que nos ayude a ser dóciles ante el Padre y, rebosantes de alegría, volvamos a poner toda nuestra confianza en su amor.