Monseñor Christophe Pierre en el New York Encounter 2020 (Foto de Mary Sarah Ivers)

Pierre: «Don Giussani y el don de una fe viva»

El Nuncio Apostólico de Estados Unidos, monseñor Christophe Pierre, el 22 de febrero en Bethseda, Maryland, celebró la misa de aniversario de la muerte del fundador de CL. Así fue su homilía
Christophe Pierre

Queridos amigos en Cristo, como nuncio apostólico, me alegro de estar con vosotros y poder expresar mi cercanía espiritual y el cordial saludo de Su Santidad el Papa Francisco al reunirnos en esta misa de conmemoración del decimosexto aniversario de la muerte de monseñor Luigi Giussani. Luigi Giussani murió el día de la fiesta de la Cátedra de san Pedro, y desde su origen Comunión y Liberación siempre ha compartido un fuerte vínculo con el sucesor de Pedro.

Este año, en esta celebración festiva, escuchamos el relato de san Mateo de la profesión de fe de Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Esta noche podemos reflexionar sobre cómo contribuye Luigi Giussani a nuestra comprensión de la fe y cómo puede ofrecer su contribución a la Iglesia de Estados Unidos.

La Cuaresma es un tiempo dedicado a la conversión, ¿pero qué significa conversión? Dice don Giussani: «Convertirse es recuperar continuamente la fe, y la fe es reconocer un hecho, el hecho que ha sucedido, el gran acontecimiento que permanece entre nosotros» (L. Giussani, Jornada de apertura de curso de CL, 14 de septiembre de 1975, citado en Un brillo en los ojos). Conversión continua significa recuperar continuamente la fe como inteligencia y obediencia.

Recuperar la fe como inteligencia significa estar decididos a reconocer el hecho de que Él está en medio de nosotros, no solo en la Eucaristía, sino allí donde dos o tres ser reúnen en su nombre, en nuestra fraternidad común como miembros del Cuerpo de Cristo que se sostienen mutuamente. Debemos reconocer la realidad divina en medio de nosotros, desarrollando una autoconciencia de nuestra responsabilidad con nuestros hermanos y hermanas, llevando así el peso los unos de los otros. Este reconocimiento consiste en reconocer la novedad que Cristo porta, dentro y entre nosotros.

Al mismo tiempo, recuperar la fe requiere también obediencia, no una obediencia servil, sino una obediencia que hunde sus raíces en el amor a Cristo que hemos encontrado y que ha cambiado radicalmente nuestra vida, abriéndonos nuevos horizontes. Cristo da a Pedro las llaves del reino, la autoridad de atar y desatar, de enseñar y perdonar en Su nombre. La obediencia debe entenderse en el contexto de la autoridad, más que del poder. Sin autoridad, no habría compañía entre nosotros, ninguna fuera que valga sostendrá esa “novedad” que Cristo nos ha llamado a vivir.

Quiero citar aquí ampliamente lo que dice don Giussani: «La relación con una presencia que tiene autoridad moral o con la autoridad es decisiva pedagógicamente hablando: si olvidamos este factor nos convertimos en polvo que el más leve viento levanta y dispersa por toda la faz de la tierra, nos volvemos como niños llevados a la deriva, como dice san Pablo en el segundo capítulo de la Carta a los Colosenses: “…llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error”» (L. Giussani, Jornada de apertura de curso de CL, Milán, 14 de septiembre de 1975, citada en Un brillo en los ojos).

Para Giussani la autoridad, y por ello la obediencia a esta autoridad es crítica, es una propuesta donde se pone en juego la unidad de la experiencia humana y cristiana, porque es un signo del misterio del designio del Padre, que permanece entre nosotros en la historia y que debe utilizarse de manera constructiva, para el crecimiento del yo. Si queremos utilizar la autoridad de manera constructiva, es decir, para construir algo, entonces debemos construir sobre el terreno sólido y firme de Cristo que hemos encontrado. Debemos someterlo todo a Él y a nuestra experiencia de Él en la Iglesia, en nuestra compañía.

Pero esto significa tener realmente un auténtico encuentro con Él. Decía el papa Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». (Benedicto XVI, Carta encíclica Deus Caritas Est, 25 de diciembre de 2005, I).

Jesús es ese acontecimiento, esa persona, ¿pero hemos tenido un encuentro así con Él? Creo que muchos no han tenido un encuentro así, porque aún no son conscientes de su propia humanidad. La fe actualmente se reduce mucho. A veces se reduce al sentido religioso, es decir, se vive como una hipótesis posible para afrontar situaciones y problemas cotidianos, como si no estuviéramos del todo seguros de la irrupción de Cristo en la historia. El “encuentro” con Cristo no cambia realmente la vida, no se vive como algo “real”. El punto de partida en la búsqueda de soluciones es algo desconocido, en vez de partir de la Presencia de algo real.

Esto genera una dificultad porque el acontecimiento pervive como una premisa para realizar un proyecto nuestro en lugar de Su proyecto. Nuestros actos no parten del acontecimiento cristiano, no hallamos lo que corresponde realmente a los deseos de nuestro corazón; buscamos más bien el cumplimiento en nuestros logros y en nuestra autoafirmación, expresión de uno mismo más que conversión de sí.

La concepción de la fe de don Giussani nos recuerda que la conversión coincide con la conciencia de que nuestra vida depende de Otro y existe en función de ese Otro. Pertenecemos a Dios en virtud de nuestro bautismo, pero también nos pertenecemos los unos a los otros porque hemos sido bautizados en el cuerpo de Cristo. Juntos, tenemos a Dios como Padre, y la fe en Jesús exige intentar ver la realidad mediante nuestra relación con el Padre y vivir, como hizo Jesús, obedeciendo la voluntad del Padre. Una vez más, comprendemos que la fe implica tanto un reconocimiento como una obediencia.

Hoy la fe se reduce muchas veces a ética, moral o cultura, a la defensa de ciertos valores de una cultura que antaño era cristiana, sin referencias a Cristo, a su presencia o a su profundo amor. Sin duda, en Estados Unidos la polarización política y las guerras culturales son una buena muestra.

Además, en este contexto cultural, la fe se reduce a sentimiento, no es un reconocimiento. En vez de reconocer la Presencia que hemos encontrado, la fe se concibe como un sentimiento, un acto casi irracional de la voluntad. No es algo que se pueda verificar. Los jóvenes caen en la trampa de pensar que la razón no se implica en el camino de la fe. De nuevo aquí la concepción de la fe de don Giussani puede ser un correctivo para nuestros jóvenes y para el relativismo moral.

Por último, reconocemos el declive de la fe, especialmente en el aumento de aquellos que declaran no seguir religión alguna. Aunque muchos han crecido dentro de una tradición, algunos ya no creen o creen sin creer de verdad, es decir, practican de manera puramente formalista o ritualista, o de manera excesivamente moralista. La fe se presenta de tal modo que ya no atrae.

LEE TAMBIÉN – Don Giussani. Las palabras de Julián Carrón y de Mario Delpini

La fe parece más muerta que viva porque muchos jóvenes no viven su propia humanidad, o no están lo suficientemente comprometidos con ella, o ni siquiera son lo bastante conscientes de ella. Esta es justamente la condición para estar dispuestos cuando Cristo se nos presenta a través de un Encuentro. La profesión de fe de Simón Pedro fue: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». La suya no era una fe muerta, sino viva.

Don Giussani nos ha dejado una herencia de fe, y ahora es el momento de seguir dando a conocer su carisma en la vida de toda la Iglesia y de este país. Como herederos de don Giussani, aceptamos nuestra responsabilidad por el carisma y por el don de la fe que hemos recibido.