Julián Carrón saluda al arzobispo Mario Delpini al terminar la misa (Foto Pino Franchino)

Don Giussani. Las palabras de Julián Carrón y de Mario Delpini

La homilía del arzobispo ambrosiano en la misa celebrada en el Duomo de Milán con motivo de los 16 años de la muerte de don Giussani, y el saludo del presidente de la Fraternidad de CL

1. No una posesión, sino una promesa.
Al que se detiene, Dios le dice: ¡ve! Al que se agarra a lo que posee para superar sus miedos e incertidumbres, Dios le dice: ¡fíate! Al que se refugia en su recinto buscando seguridad y volviéndose inaccesible, Dios le dice: ¡sal!
Hay de hecho un cansancio, una resistencia, incluso un miedo, una oscura angustia al asomarse hacia el futuro, surge la tentación de encontrar alivio asentándose en el presente.
En vez del tiempo, el espacio; en vez del camino que recorrer, la tierra que poseer; en vez de ponerse en camino, creer haber llegado; en vez de la meta, nos atrae el aparcamiento; en vez de la pregunta que inquieta, el lugar común, la banalidad que alimenta la presunción de estar en lo correcto solo porque se repite lo que dicen todos. Hasta en las relaciones personales, el instinto de posesión engaña a la libertad del amor. La persona, en vez de una libertad que custodiar, se convierte en objeto de deseo. Los afectos, en vez de remitir al don, se convierte en la excitación del placer. Los otros, en vez de hermanos y hermanas a los que servir con asombro y gratitud, son tratados como recursos de los que valerse con obtusa mezquinad y con opaca indiferencia.



2. Te instruiré en el camino de la sabiduría.
La palabra de la sabiduría, mediante testigos sabios y fiables, sigue siendo invitación, reclamo, amonestación, propuesta: Te instruiré en el camino de la sabiduría (…) La senda del justo es aurora luminosa, crece su luz hasta hacerse mediodía (Prov 4,11.18).
La sabiduría es por tanto un camino, más que una doctrina, es una aurora que permite ver el paso siguiente. La sabiduría revela que somos personas libres que no pueden sustraerse de la responsabilidad de elegir su futuro, de habitar en el tiempo no como un presente inamovible, sino como la condición para responder al Señor que llama.
«El tiempo es superior al espacio», según el magisterio del papa Francisco (EG 222- 225). La palabra dirigida a Abrahán ofrece ciertas ideas para una “espiritualidad del peregrino”.
El peregrino es un viandante. No cree tener una morada permanente en algún lugar de la tierra. No ocupa un espacio, está en camino. Se sabe huésped y peregrino, más que dueño y señor. Considera toda la tierra como un lugar donde poder quedarse y al mismo tiempo se sabe extranjero en toda la tierra. Vive por tanto con libertad. Como Abrahán, lleva consigo todos los bienes que había adquirido en Jarán y todas las personas que allí se le habían sumado, pero sabe que su vida no depende de sus bienes.
El peregrino es un viandante, pero no un vagabundo, no camina sin meta. Obedece a una palabra que le guía sin ofrecerle garantías, pidiéndole solo su confianza. El peregrino no camina sin criterio. Distingue la senda de los impíos de la de los justos.
El peregrino habita en el tiempo, no en el espacio. Sabe por qué ha partido, sabe en qué promesa ha creído, pero sabe que el camino dará una forma imprevisible a su libertad, a sus afectos, a su cultura. Sabe que el tiempo no solo escribirá arrugas en su piel, sino un nombre nuevo con el que será llamado el último día.
El peregrino camina con muchos, pertenece a un pueblo, a una caravana, pero sabe que nadie puede sustituirle a la hora de responder a la voz que le llama. Su pertenencia a la caravana no es un disfraz para camuflarse, sino la responsabilidad de hacerse cargo de todos y no permitir que nadie quede atrás.
El peregrino continúa su viaje hasta la meta. Toda su andadura no tendría sentido si se detuviera antes de llegar allí donde el Señor le espera. Por eso, para él lo que encuentra a lo largo de su camino nunca es una razón suficiente para pararse, sino que siempre es la gracia de reconocer un signo, una invitación para ir más allá, una palabra que abre horizontes.

3. La herencia de don Giussani.
El recuerdo de don Giussani también es la ocasión de escuchar con él la palabra que el Señor nos dirige hoy. Su carisma dio inicio a un movimiento; su personalidad, sus textos son un don para toda la Iglesia. Se han convertido en una huella que seguir: nos pone en movimiento según la espiritualidad del peregrino. Leer sus textos para encontrar una luz para el camino donde resuena el eco de la palabra de Dios diciendo: ¡adelante! ¡Más allá! Hacia la tierra que yo te indicaré.



Saludo final de don Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación, al arzobispo Mario Delpini al término de la celebración

Excelencia Reverendísima, deseo expresarle nuestra más viva gratitud, en mi nombre, en el de los presentes y en el de todos los amigos conectados a esta celebración en el Duomo con motivo del decimosexto aniversario de la subida al Cielo de don Giussani y trigésimo noveno del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación.

En la complicada situación que todos vivimos, su disponibilidad y sus palabras son para nosotros signo de esa paternidad segura y cordial en la que resuena el eco de la mirada con que Dios misericordioso acompaña nuestro camino.

El tiempo que pasa desde la muerte de don Giussani nos hace cada vez más agradecidos y conscientes del don recibido al conocerle y al poder participar del carisma que le fue donado por el Espíritu.

En la vida cotidiana, personal y social, tantas veces marcada por duras pruebas, dificultades e incertidumbres, participando en la vida de la Iglesia, se hace cada vez más evidente que el carisma recibido no es solo un beneficio nuestro, como una suerte de privilegio, sino que está totalmente al servicio y para el beneficio del pueblo cristiano guiado por sus pastores, al lado y bajo la guía del papa Francisco al que seguimos con devoción filial.

Siendo bien conscientes de nuestros límites y de nuestra pobreza, ponemos en sus manos, queridísima Excelencia, nuestra determinación de servir a la misión de esta Iglesia ambrosiana, en cuyo seno brotó de la persona de un sacerdote suyo, don Giussani, una “historia particular” que hoy se extiende por todo el mundo. No pedimos otra cosa que poder ofrecer nuestra existencia al Señor, fieles a nuestros pastores y a ese acento del Espíritu de Cristo que nos ha fascinado y nos sigue fascinando, abriéndonos continuamente a la totalidad de la vida de la Iglesia en la historia del mundo, en la solicitud de nuestro testimonio y caridad al servicio de nuestros hermanos los hombres.

¡Gracias de corazón, Excelencia!