El patriarca Kiril y el papa Francisco en Cuba el 12 de febrero de 2016

Ecumenismo. Una fraternidad ya presente

Se cumplen cinco años del encuentro histórico en Cuba entre el papa Francisco y el patriarca ortodoxo Kiril. Un hecho histórico al que la Biblioteca del Espíritu de Moscú ha dedicado una mesa redonda
Giovanna Parravicini

Cinco años después del histórico encuentro en el aeropuerto de La Habana entre el papa Francisco y el patriarca ortodoxo ruso Kiril el 12 de febrero de 2016, ¿podemos hablar de frutos generados por aquel gesto y de la “Declaración conjunta” que ambos firmaron, y sobre todo de su actualidad ante los dramáticos desafíos que hoy interpelan no solo a los creyentes sino a toda la civilización?

A estas preguntas respondieron el pasado viernes 19 de febrero varias personalidades de primer nivel en el ámbito católico y ortodoxo ruso durante una mesa redonda organizada por el Centro cultural “Biblioteca del Espíritu” de Moscú.

En su saludo inicial, el nuncio apostólico Giovanni D’Aniello destacó dos aspectos del encuentro en Cuba a los que luego se refirieron también los demás participantes. «El primero se refiere al encuentro en sí. No se puede conocer sin encontrarse. El encuentro permite un conocimiento que, si hay buena voluntad y buenos propósitos, como en La Habana, luego dará lugar a estima, confianza y colaboración». El segundo aspecto va ligado a dos expresiones utilizadas por el patriarca y el pontífice en su breve alocución después de firmar la Declaración. «El patriarca Kiril utilizó la expresión “trabajar juntos”», recordó monseñor D’Aniello. «Mientras que el papa Francisco dijo que “la unidad se hace caminando”. Trabajar y caminar juntos para poder dar esperanza a un mundo que hoy, debido también a la pandemia de Covid, se siente desorientado, asustado; trabajar y caminar juntos para poder, con alegría, reencontrarse como hermanos en la fe cristiana y, como dice la Declaración Conjunta, “hablar de viva voz, de corazón a corazón, y discutir acerca de las relaciones mutuas entre las Iglesias, de los problemas esenciales de nuestros fieles y de las perspectivas de desarrollo de la civilización humana”».

La catedral ortodoxa de San Basilio en Moscú (foto Unsplash/Michael Parulava)

Siendo el primero en tomar la palabra, monseñor Paolo Pezzi, arzobispo de la Madre de Dios en Moscú y presidente de la Conferencia episcopal católica rusa, puso en el centro de su discurso la palabra “asombro”. «Un asombro que después del encuentro me acompañó durante semanas, debido sobre todo a que vi a dos personas que se miraban mutuamente. Entonces es otra cosa, cuando se intercambian palabras amables, cuando se miran a la cara, cuando hablan así, de “corazón a corazón”. Es algo que suscita asombro porque en cierto modo remite a una presencia inesperada, divina».

Los interlocutores ortodoxos pusieron el acento sobre todo en la urgencia que planteaba el encuentro, por otro lado largamente esperado y varias veces pospuesto, de cara a la persecución de los cristianos, que hasta ese momento no «se habían tomado en consideración a nivel internacional como un problema global», como señaló Vladimir Legojda, presidente del Departamento sinodal de relaciones de la Iglesia con la sociedad y los medios. «No fue un encuentro centrado en las relaciones entre la Iglesia ortodoxa y la católica, sino en la compleja situación de los cristianos en el mundo y, en particular, de los que sufren por su pertenencia a la fe cristiana». Ante un mundo que parecía haber llegado al borde de la catástrofe, añadió Legojda refiriéndose a palabras pronunciadas hace tiempo por el patriarca Kiril en un círculo estrecho, había que presentar un gesto nuevo, decidido, que obligara en cierto modo a la opinión pública a pararse y escuchar. El peso histórico del encuentro en Cuba está saliendo a la luz gradualmente indicándonos un método, concluyó, el de superar las diferencias que percibimos entre nosotros para hablar de lo esencial, para hacer juntos un llamamiento al mundo que lo sacuda, proponiendo un testimonio de unidad y solidaridad.

También contribuyó al diálogo el padre Hyacinthe Destivelle, del Pontificio Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos, poniendo de relieve cómo el encuentro de La Habana, ejemplo real de «diálogo en la caridad», destinado a «instaurar relaciones fraternas entre nuestras iglesias», fue también en realidad una experiencia de «diálogo en la verdad», orientado a afirmar la unidad en la fe. «El Papa y el Patriarca realizaron gestos significativos desde el punto de vista teológico y espiritual», afirmó el padre Destivelle, que estaba en el séquito de Francisco en Cuba en febrero de 2016. «Bajo la cruz se reconocieron hermanos en la fe, obispos, es decir, sucesores de los apóstoles. Se intercambiaron preciosos dones. El papa Francisco le regaló unas reliquias de san Cirilo como signo de la comunión de los santos y un cáliz, signo de su esperanza de recuperar la comunión eucarística. El patriarca Kiril le regaló un icono de la Madre de Dios de Kazán como signo de la común veneración a la Virgen». Gestos todos pertinentes para el diálogo en la caridad, añadió Destivelle, que tenían también un importante valor teológico. «El diálogo en la caridad no es una simple preparación para el diálogo en la verdad, es una expresión teológica en sí mismo, una “teología en acto”, capaz de abrir nuevas perspectivas eclesiológicas». Como decía el metropolita Meliton, un gran constructor de la unidad en el siglo XX, «amándonos mutuamente y dialogando en la caridad, hacemos teología, o mejor dicho construimos teológicamente». Como afirma san Juan Pablo II, «el reconocimiento de la fraternidad no es un mero acto de cortesía ecuménica, constituye una afirmación eclesiológica importante» (Ut unum sint, 42).

Este diálogo sobre lo sucedido hace cinco años en Cuba prosiguió con el padre Stefan Igumnov, del Departamento sinodal de relaciones externas del Patriarcado de Moscú, que señaló que el encuentro en Cuba «se ha mostrado como el gesto más natural, más orgánico posible entre dos líderes cristianos, y en primer lugar entre dos cristianos. De hecho, ¿cómo resolver los problemas de otro modo, sin encontrarnos, sin dialogar?». La cuestión no es cerrar los ojos ante las divisiones, fingir que no existen, sino «ponerse juntos en camino hacia la unidad, la verdad, intentando superar los obstáculos que se interponen y a partir de ahí, sin esperar que ese camino llegue a término, volver a proponer juntos, a todos los hombres, el Evangelio, el amor de Cristo». Esta, que es la tarea de siempre, se hace aún más urgente ante las dificultades de la situación actual, ante la pandemia», concluyó el padre Stefan. En sus palabras resonaba especialmente la preocupación por tantos cristianos que sufren, el deseo de llevar un auxilio común a los países golpeados por la guerra y la persecución, como Siria, donde católicos y ortodoxos rusos trabajan activamente en proyectos comunes de carácter educativo y sanitario.

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Para terminar, el moderador Jean-Francois Thiry invitó a monseñor Pezzi a hacer una conclusión resumiendo el fruto y la tarea que propone aquel encuentro de Cuba en relación a la palabra “fraternidad”. «Ese evento fue profético. De hecho, en el mundo cristiano todo acontecimiento tiene un valor no solo momentáneo sino que remite a un significado futuro. El Papa y el Patriarca se llamaron hermanos, y no fue simplemente por un gesto cordial o de extrañeza, sino por el reconocimiento de un hecho. La fraternidad lleva dentro el deseo de hacer algo juntos para testimoniar el Evangelio. Sin duda, sufrimos por no tener aún una comunión plena, por no poder comunicarnos en la misma mesa eucarística, pero en el camino ya vemos que algo sucede porque en la profecía ya está presente el cumplimiento. Tal vez no veamos el cumplimiento total de esa unidad con nuestros propios ojos, pero eso no es lo importante. Lo importante es que estamos aquí, en Rusia, para testimoniar nuestra pertenencia común a Cristo, para testimoniar el Evangelio».