José María del Corral (a la izquierda) con el papa Francisco

Educación. Con ese “pacto” en el ADN

El 15 de octubre se celebrará el encuentro convocado por el papa Francisco para “Reconstruir el pacto educativo global”. José María del Corral, fundador de Scholas Occurrentes, cuenta su historia, que nació de un encuentro con el cardenal Bergoglio...
Paolo Perego

Iba a ser en mayo, pero por el Covid se pospuso al 15 de octubre, de una manera más virtual, como nos tiene acostumbrados la pandemia en estos meses. Pero no ha cambiado el principal contenido de una jornada convocada por el Papa para “Reconstruir el pacto educativo global”. Una iniciativa, un deseo de Francisco, preparada durante mucho tiempo en varias etapas. Una de las últimas fue en febrero de 2019, en el encuentro con el gran imán de Al Azhar, Ahmad Al-Tayyeb, con la firma del “Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común”, y unos meses después, en septiembre, con el lanzamiento del evento propiamente dicho, dirigido a todas «las personalidades públicas que a nivel mundial ocupan cargos de responsabilidad y se preocupan por el futuro de las nuevas generaciones». Durante la emisión del 15 de octubre, que dará comienzo con el videomensaje del Papa, se darán los primeros pasos de un trabajo para construir una alianza global entre diferentes culturas y religiones, un “viaje de la educación”. «Educar mediante un encuentro siempre ha sido una gran preocupación de Francisco», señala José María del Corral, fundador –con Enrique Palmeyro– y presidente de “Scholas Occurrentes”, organización de derecho pontificio desde 2015, nacida en Buenos Aires en 2001 por voluntad del entonces cardenal Bergoglio y que hoy implica a 450.000 entidades educativas de 190 países, con el objetivo de promover «una educación en la apertura a los demás, a la escucha para poder unir las piezas de un mundo fragmentado y cada vez más carente de “sentido”, para empezar a crear una nueva cultura del encuentro», explica Del Corral.

Este “pacto educativo” forma parte de vuestra historia, de vuestro patrimonio genético, ¿no es así?
Todo empezó en 2001. Argentina atravesaba una gran crisis política, económica y social. Bergoglio convocó a cientos de jóvenes y educadores de diversos credos y culturas en la Plaza de Mayo de Buenos Aires, donde plantó un “olivo de la paz”, indicando un punto de esperanza y de vida. Yo dirigía un centro formativo y me dedicaba a chavales que vivían en los barrios más pobres de la ciudad, las villas. Ante la crisis de los meses siguientes, con miles de jóvenes en la calle manifestándose en contra de “todo y de todos”, con violencia y enfrentamientos, fui a ver a Francisco y él me devolvió mi pregunta: «¿tú qué puedes hacer?». Así nació la primera propuesta de un encuentro con alumnos de enseñanzas medias: sesenta en total, de varias religiones, de escuelas públicas y privadas, y de distintas clases sociales. Durante seis meses trabajando juntos, haciendo investigaciones y estudiando la situación. Musulmanes, judíos, evangélicos, católicos y no creyentes. El entusiasmo creció de semana en semana hasta el punto de llegar a presentar un proyecto de ley para dar espacio a la educación en el encuentro y en el diálogo. En medio del caos y de la lucha social, el Congreso, por primera vez en su historia, votó esa ley, la 2169, por unanimidad. El contenido no era otro que el pacto educativo del que estamos hablando.

José María del Corral

Ahí comenzó la aventura, con las escuelas de vecinos, de barrios, las primeras que nacieron de esa experiencia, y luego se fue ampliando.
Por todo el país, y luego fuera de él, con un reconocimiento cada vez mayor de lo que hacíamos, que con el tiempo se convirtió en Scholas Occurrentes. Pero sobre todo, al paso de la preocupación de Bergoglio, que con el tiempo se convirtió en Papa, buscando una manera de reconstruir ese pacto educativo que se había “roto” en los ámbitos escolares y formativos, así como en la sociedad, con fenómenos como la pobreza, el racismo, la falta de perspectivas de futuro y de sentido de la vida…

¿De qué manera?
Él mismo lo decía siempre, mediante tres lenguajes: «La lengua de la mente, el del corazón y el de las manos, con armonía entre ellos. En otras palabras, que nuestros alumnos sientan lo que piensan, y hagan lo que piensan y sienten. Creo que, si no educamos de esta manera, saldremos perdiendo». Nuestra propuesta, a partir de aquí, se declina en un trabajo que parte del deporte, la tecnología y el arte.

¿Y desde el punto de vista del método?
En primer lugar, estos años hemos visto que una educación donde el educador habla y los chicos escuchan y ya está, no es educación. El pasado 5 de junio, durante un encuentro con decenas de jóvenes de Scholas conectados desde todo el mundo, el propio Francisco lo recordaba: «La educación crea cultura, o no educa. Una educación que no escucha no educa. La educación nos enseña a celebrar o no educa. Alguien puede decirme: “¿Cómo? ¿Educar no es conocer las cosas?”. Eso es saber, pero educar es escuchar, crear cultura, celebrar».

¿Entonces? ¿Qué quiere decir?
Dentro de estas palabras se esconde también un segundo aspecto del método: la educación no puede ser solo enciclopédica, no puede consistir solo en comunicar y aprender conceptos. El tercer aspecto del pacto educativo de Francisco es que celebra el encuentro, como el que describe entre jóvenes palestinos e israelíes, frente al individualismo: «En esta nueva crisis que la humanidad está afrontando ahora, donde la cultura ha demostrado haber perdido su vitalidad, quiero celebrar una comunidad que educa, que abre las puertas de la Universidad del Sentido, porque educar es buscar el sentido de las cosas».

Si no educamos de verdad, perdemos la batalla de nuestro tiempo, dice el Papa. ¿Usted ya ha visto alguna victoria?
Por ejemplo, un hecho que sucedió durante los meses del confinamiento. Después de varias semanas de cierre, nos llamaron varios profesores de escuelas públicas italianas pidiendo ayuda. Tenían problemas para relacionarse virtualmente con sus alumnos: «parece que nada les interesa». Al cabo de tres días, organizamos un encuentro online con algunos de Scholas: había 60 alumnos. La idea no era enseñarles algo sino escucharles y conocer sus problemas y preocupaciones. Uno de ellos, por ejemplo, habló de su abuelo, que estaba ingresado, y él no había sabido nada de él hasta que recibió un mensaje de WhatsApp donde le decían que había muerto. Vivían juntos y él se había quedado solo. Después de él, otros empezaron a contar lo que estaban viviendo. Pasaron tres horas y nadie quería desconectarse. Así que organizamos otro encuentro la semana siguiente. Y volvió a pasar lo mismo. Al final tuvimos cuarenta encuentros durante esos meses, cada vez con más chavales, hasta 2.600 desde 137 ciudades de todo el mundo…

Solo se trataba de interceptarlos, de escuchar lo que tenían que decir…
Recuerdo otro ejemplo de hace unos años, relacionado con una intervención que tuvimos en San Antonio de los Cobres, en la provincia de Salta, al norte de Argentina, invitados por profesores y padres desesperados. Seis mil habitantes, dos escuelas para mil alumnos. Treinta chavales se habían suicidado durante el último año tirándose por el que llamaban “puente de las soluciones”. Empezamos a trabajar con los jóvenes, a encontrarnos con ellos, a escucharles y proponerles un trabajo sobre todo a través del arte. Por ejemplo, todos los viernes veíamos con ellos una película y después la comentábamos. Poco a poco, empezaron a hablar también de sus propios miedos y preocupaciones. A ellos mismos se les ocurrió una idea: pintar el puente, dar color y vida a esa estructura. Al cabo de dos años nadie se tiró. Cinco de esos chavales fueron a ver al Papa y le regalaron una de las brochas que habían usado, dándole las gracias por haberles dado la posibilidad de mirar la vida de una forma distinta.



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«El encuentro con el otro es también encuentro con Cristo», ha dicho el Papa varias veces, como en la Evangelii Gaudium: «El único camino consiste en aprender a encontrarse con los demás con la actitud adecuada, que es valorarlos y aceptarlos como compañeros de camino, sin resistencias internas. Mejor todavía, se trata de aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus reclamos». Muchos creen que hablar de encuentro quiere decir renunciar a una parte de uno mismo. La propia palabra “pacto” puede sonar a compromiso, ¿qué opina?
Cuando uno se encuentra con otro, se encuentra con alguien igual que él, con su mismo corazón. En el fondo, se encuentra consigo mismo. La cultura del encuentro no es la uniformidad, sino la oportunidad de lo distinto. Uno no se pierde, más bien cambia y llega a ser él mismo fuente de cambio. No se trata de llevar todos la misma marca de zapatos, para entendernos. Recuerdo las palabras del Papa cuando explicaba esto poniendo el ejemplo de Pentecostés: el Espíritu Santo no hizo hablar a todos la misma lengua, pero todos se entendían. Con la educación pasa igual: no hace falta que todos hablen la misma lengua para que haya un encuentro. Cuando sucede, lo ves. Ves el milagro del cambio de un joven rico que después de un encuentro abraza al pobre. Yo he dedicado mi vida a esto. Para ver este milagro.