El padre Firas Lutfi con niños de Alepo

Padre Firas: «Así sufre Siria»

El franciscano responsable de Siria, Líbano y Jordania habla de sus hermanos que viven bajo la sharía, del frío que sufren los niños en Alepo, de la pregunta por el sentido del dolor inocente, pero también de una fe que crece día tras día
Maria Acqua Simi

El padre Firas Lutfi es un fraile franciscano de la Custodia de Tierra Santa. Sirio, desde hace unos meses se encuentra en Beirut porque ha sido nombrado ministro de la región de San Pablo (Siria, Líbano y Jordania), donde se encuentran los “olvidados de Iblid”, que recordó el papa Francisco en el Ángelus.
«Es una responsabilidad que nadie querría llevar sobre sus espaldas, me confío cada día al Señor y a Él confío también a los treinta hermanos que viven en estos tres países», cuenta. La situación no es sencilla. Mientras realizamos la entrevista, recibimos la noticia de que el Líbano se ha declarado en recesión. Default. La Suiza de Oriente Medio, sacudida desde hace meses por protestas y manifestaciones, acaba cayendo bajo el peso de una deuda económica que se ha hecho insostenible, causada por la corrupción de la política (donde todos son culpables, pero nadie se siente responsable) y por una inestabilidad debida a la influencia que ejercen fuerzas regionales (Irán, Turquía, países del Golfo) e internacionales por aquellas latitudes.

«Nuestra primera preocupación, muy concreta, es cómo hacer llegar las ayudas a Siria. Si hasta hace dos años, en plena guerra, podíamos de alguna manera pasar dinero y bienes de primera necesidad por la frontera libanesa, hoy ya no es posible porque todo el sistema bancario libanés ha sido bloqueado». Aunque no se bloquea la emergencia sanitaria. «Si en el Líbano es difícil encontrar trabajo y el país sufre una presión fortísima por millones de refugiados, en Siria hay niños que en Alepo y en otros pueblos más lejanos mueren de frío». Y no es una metáfora. Faltan literalmente ropa y mantas, no hay combustible para que funcionen los generadores, de la energía eléctrica ni hablamos.

«Tengo que decir que esto se debe sobre todo al embargo internacional que impide el tránsito de ayudas a Siria. Los que pagan el precio más alto son los civiles. Pero los frailes no nos vamos a ir, nos quedamos al lado de nuestra gente». Como en los pueblos de Yacoubie y Knaye, donde el padre Hanna Jallouf, 67 años, y el padre Luai Bsharat, de cuarenta, continúan con su obra de caridad junto a más de trescientas familias cristianas, aunque desde hace años toda esa zona está bajo control de los yihadistas y las milicias de Al Nusra. «Viven bajo la sharía. Las iglesias y los cementerios se han visto despojados de las cruces, no pueden celebrar misa públicamente ni mucho menos hacer procesiones. Las tierras tampoco se pueden cultivar (es una gran zona agrícola, ndr) y la supervivencia depende de las ayudas de las pocas ONG internacionales que las consiguen». Ambos religiosos cuidan de toda la comunidad cristiana, no solo de la latina, también de la armenia y la greco-ortodoxa. En estas últimas semanas, después de los enfrentamientos con Turquía que ha invadido la zona apoyando a los rebeldes, se han encargado de ayudar a muchos musulmanes que huyen de Idlib o de los campos de refugiados.

«No veo al padre Hanna desde 2013, es demasiado peligroso acercarse a esa zona, pero hablamos mucho por teléfono y me ensancha el corazón saber que ellos también siguen allí para custodiar los lugares de la memoria cristiana. La memoria es importantísima, porque vivimos pisando la tierra de lo que se conoció como la antigua Antioquía, citada en el Nuevo Testamento, donde por primera vez los seguidores de Cristo tomaron el nombre de cristianos. Por allí pasaron Pablo, Pedro, Lucas y aún los cristianos y frailes allí presentes son conscientes de la grandísima historia a la que pertenecemos todos: la cristiana, que está hecha de caridad y testimonio». Esto se traduce en cajas de alimentos para miles de personas, misas celebradas en las más diversas condiciones, asistencia hospitalaria, educación para los jóvenes, apoyo a las parejas jóvenes que «cada vez menos, pero cada vez con más conciencia» deciden casarse.



En las zonas de más difícil acceso como aquellas donde se combate, la gente se pertrecha como puede para sobrevivir, intentando escapar de las milicias (los frailes han sufrido varios secuestros, algunos fieles han sido asesinados) y sobrevivir al invierno, que este año ha sido especialmente duro. Marcharse no es una opción, porque ya es casi imposible. La presencia cristiana en Siria estos nueve años de guerra se ha desmoronado. Eran casi dos millones en 2010 y ahora se han ido muchísimo.

Para hacernos una idea, en Alepo se ha pasado de 200.000 personas a 30.000. Los que quedan en el país son la mayoría ancianos, enfermos, niños y viudas. Los pocos adultos que quedan tienen que enfrentarse a la falta de empleo. «Hoy un dólar vale mil liras sirias. ¿Cómo va a vivir una familia que gana 50 dólares al mes? ¿Cómo puede comer, vestir y llevar a clase a sus hijos? El sueldo de un mes les da para vivir una semana», afirma el padre Firas. Que pone el acento en una plaga oculta, la de los niños nacidos durante la ocupación y que ahora han quedado huérfanos, o son hijos de mujeres violadas y por tanto nunca han sido registrados, considerados hijos de la vergüenza. Solo en Alepo son casi dos mil, tienen una edad comprendida entre los cuatro y siete años y vagan por la ciudad como fantasmas, no están registrados ni van al colegio. Por eso los franciscanos y Ahmad Badrehddin Hassoun, gran muftí de Alepo, se han unidos para ayudarlos. En el islam no existe la adopción, pero el muftí ha realizado un estudio según el cual, respetando su religión, una familia musulmana puede hacerse cargo de un niño y tener en acogida hasta su mayoría de edad. «Me preocupa especialmente ayudar a esos niños, porque el dolor inocente nos interpela cada mañana, nos hace pedir al Señor un sentido».

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Por todas partes se ve una gran necesidad, «y por eso pedimos todos los días al Señor una fe firme». Sin retóricas, aclara que es como tener una herida que nunca se cura. «Estamos en Cuaresma y vivimos como Jesús en el calvario. Esta guerra nos ha tocado a nosotros, nos toca todos los días. Aquí nadie habría pensado nunca en abandonar su tierra o morir bajo las bombas. Ha sacudido nuestros corazones, nuestras certezas, nos ha hecho conocer qué es el dolor en todas sus formas. Pero también, cuando de vez en cuando nos dejamos llevar por el malestar, tenemos siempre delante el ejemplo de Jesús. Y nuestra fe sale reforzada, se hace más madura cada día. Como decía san Pablo, es un tesoro en vasos de barro. A menudo tenemos miedo, nos vemos inmersos en las preocupaciones, pero seguimos custodiándola para que crezca y dé fruto».