Luces de Navidad en Taipei (Foto: New Taipe Government)

La luz de Navidad en Taiwán

En Taipei, los días 24 y 25 de diciembre son laborables. Pocos conocen el significado de esta fiesta, pero la ciudad está totalmente iluminada. Un misionero de la Fraternidad San Carlos describe la espera que todos llevan dentro
Donato Contuzzi

La Navidad llega a Taiwán igual que hace dos mil años: en medio de una indiferencia generalizada. El 24 y 25 de diciembre son días laborables. No hay ninguna pausa que ayude a hacer memoria del significado del santo nacimiento de Jesús. Eso no significa que no haya un clima festivo. Como en Occidente, es una época dedicada al intercambio de regalos y a las compras, y las calles están decoradas con muchísimas luces (estamos en el principal país productor de luces y led). Alrededor suenan canciones navideñas traducidas al chino. Paseando por las calles de Taipei, pensaba: en medio de todas estas luces, falta la Luz. La única luz que verdaderamente importa es la que, al lado del tabernáculo, indica la presencia de Cristo en medio de nosotros. La palabra china que indica esta fiesta se podría traducir como “fiesta del nacimiento” y es normal oír a alguno diciendo que es el cumpleaños de Papá Noel. En el mejor de los casos, hay quien dice que es el cumpleaños de Jesús. Pero en todo caso se trata del recuerdo de algo del pasado.

En realidad, aquí todos esperan, aunque no lo sepan. Para señalar la noche del 24, los taiwaneses católicos usan una expresión que se puede traducir como “noche de paz”. El pictograma utilizado es el mismo que se usa para saludar, desear un buen viaje o buena salud. “Paz”, en el sentido de seguridad, pero también paz del corazón. Todos esperan esa paz. Pero esa espera en algunos empieza a hacerse consciente. Espera el 99 por ciento de los taiwaneses que no saben nada del cristianismo, y espera el uno por ciento para el que esta es ocasión para pensar en el misterio de la Encarnación.

También por ello, una tradición navideña típica de las comunidades cristianas taiwanesas, católicas y protestantes, se llama “anunciar la alegre noticia”. Se sale por las calles de la ciudad, se anuncia el nacimiento de Jesús y se invita a la gente a participar en la misa de Navidad. Nosotros también lo hicimos el pasado domingo. Es un pequeño gesto, cuyo resultado es difícil de valorar. Pero es una ocasión preciosa para los cristianos de reconocerse juntos gracias a la presencia de Cristo y compartir esta amistad con cualquiera que pase por la calle.

Lo que este año me ha sorprendido más positivamente es que, más que el año pasado, los católicos han pedido días libres en este periodo. Para las empresas es un momento crucial de cierre del año, y está casi prohibido quedarse en casa. El otro día una amiga intervino en la Escuela de comunidad diciendo: «Por primera vez me he sentido libre para ir a mi jefe y pedirle días libres». Es algo que no se puede dar por descontado. Un gesto en el que realmente se percibe la espera de lo que va a suceder, esa espera de Cristo cambia la vida y uno desea estar en casa con su familia en vez de ir a trabajar como cualquier otro día.

Otra cosa que me ayuda estos días es mirar a una mujer de la parroquia que recibió el bautismo hace cuatro años. Lleva tiempo enferma y continuamente entra y sale del hospital. Su vida está marcada por el ritmo imprevisible que le impone la enfermedad. Me impresiona ver en ella la radicalidad con que espera la Navidad. Lo veo cuando hablo con ella y en su forma de participar en los gestos que proponemos (hicimos un retiro de Navidad sobre el Cartel de CL y la historia del Innominado). También me sorprende su deseo de compartir la alegría que vive, incluso en medio del drama que supone el empeoramiento de su enfermedad. Veo cómo se desgasta, dando todas las energías que le quedan por la Iglesia, por la parroquia y el movimiento. Veo cómo insiste en querer hacernos regalos. En ella es posible ver esa alegría llena de la certeza de que todo en la vida está salvado.

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Aquí la historia del movimiento está en sus inicios y hay que explicar a la gente de qué se trata. Por ejemplo, hace tiempo le contamos a algunos qué era la Fraternidad, les dijimos que, si querían, podían pedir entrar en ella. Cuando esta mujer oyó de qué se trataba no dudo ni un instante y presentó su solicitud. Así que ella también estuvo en la cena que hicimos los miembros de la Fraternidad que vivimos en Taipei. Éramos doce. Fue un momento muy sencillo pero ella estaba feliz. Al volver a casa me escribió: «Estoy realmente agradecida porque Cristo está presente en mi vida a través de esta amistad». Entonces comprendí de dónde nacía su seguridad a la hora de pedir entrar en la Fraternidad. Su alegría dentro de su situación es verdaderamente un signo de cómo Cristo, al venir al mundo, cambia nuestra vida y nos dona la paz.